"Comprométete con la noble lucha por los derechos humanos. Harás una mejor persona de ti mismo, una gran nación de tu país y un mejor mundo para vivir". Martin Luther King

Si me preguntas si soy woke, te respondo sin dudarlo: si, lo soy. No puedo contradecir mi (humana) naturaleza. De no serlo, sinceramente, me despreciaría a mí misma y tengo a bien cuidar de mi autoestima. Si no lo fuera me odiaría por odiar a los demás, por no acudir en su defensa, por no prestarles ni mi oído ni mis ganas, por no creer con firmeza en la igualdad. Si no fuera woke no confiaría en la fuerza arrolladora y creativa del mestizaje, en la convivencia armónica y enriquecedora entre distintas culturas, religiones y en la libertad de pensamiento. Si no fuera woke no aceptaría opiniones ni posiciones distintas a la mía.

Es probable que de no serlo negara, convencida y llena de argumentos de escaso valor, las vacunas y el cambio climático. Inventaría, a tal efecto, patrañas aptas para mentes simples, tratando de justificar lo imposible. Si no fuera woke bien pudiera asumir a pies juntillas teorías conspiranoicas, solo consumidas por adictos a la mentira. Si no fuera capaz de sentir la más mínima empatía ni respeto por otro ser humano, si me negara a utilizar mi capacidad de pensar y decidir, de informarme en fuentes fidedignas bien pudiera albergar la tentación de creer en sujetos malintencionados, visionarios de perogrullo que gustan de divulgar sospechas hacia todo cuanto escapa a su peculiar visión del mundo, pero por fortuna soy woke y me siento profundamente agradecida por ello. Me libra de abrazar la estupidez.

De no ser una persona receptiva a la realidad circundante es posible que me sintiera obligada a rechazar aquello que no conozco. De no ser woke tal vez cediera mi voluntad y mis creencias al fascismo y es muy posible que de hacerlo me convirtiera en una enorme cabrona sin un ápice de bondad, pero afortunadamente no me dejo invadir por la arrogancia, no me creo superior a nadie ni trato de imponer por la fuerza mi criterio. Nunca hay una única verdad y ésta en pocas ocasiones es universal, quizás por ello me otorgo la posibilidad de equivocarme y contradecir mis palabras. No me aferro a credo ninguno salvo el que deviene de mi propia percepción, que reconozco no siempre es ni certera ni atinada siquiera. Así, que si lo preguntas de nuevo  te digo que sí, soy woke. Lo soy mucho antes de saber qué existía una palabra que me define cómo tal.

Sin embargo lo que para buena parte del progresismo americano y europeo (no todo pues todo lo humano se otorga su propia cuota de excepción) es señal de identidad se convierte en objeto de mofa y escarnio hacia el contrario para la derecha más recalcitrante y garante de los más rancios y deleznables postulados.. Para esta última todo cuanto "huela a woke" o lo que es lo mismo, todo cuanto significa mantenerse alerta y con una mirada activa frente a la injusticia social, las desigualdades y el racismo, la lucha frente al patriarcado y la pobreza, entre otras cuestiones de amplio calado social y humano,  es motivo de feroz persecución. Ser woke hoy en día implica situarse en las antípodas mismas de todo movimiento reaccionario. Ser woke es permanecer activo frente a esa nauseabunda y despreciable falta de sentido ético y moral que acompaña a cualquier grupo político o gobierno que esgrima, como premisa para justificar sus desmanes, la salvación de la patria, el cierre de fronteras y la defensa a ultranza del territorio frente ‘al ilegal, el delincuente, el extranjero”.  No hace falta citar nombres, su profundo desvarío y falta de humanidad les delata. Ser woke es situarse frente a quienes -en nombre del sacrosanto dinero- no les tiembla el pulso a la hora de abolir y revocar de pleno derechos humanos y civiles conquistados, trasgredir acuerdos y saltarse todo orden internacional. Gobiernos antisistema que fomentan al hacerlo las desigualdades mientras elevan los niveles de pobreza, que ponen en riesgo la salud y vida ajena, mientras esgrimen banderas y medidas excluyentes que blindan fronteras.

Ser woke implica ejercer una oposición frontal frente a aquellos que tratan de alterar la historia y la reescriben sin pudor alguno para ocultar sus fechorías; frente a todos cuantos prohíben el arte y los libros e imponen la censura a la cultura de un país por decreto ley. Ser woke es no cesar nunca en la lucha por las libertades sin ceder ante dictadores salva patrias de cualquier pelaje y condición. Ser woke es decidir sobre tu cuerpo rechazando todo argumento de quienes tratan de imponer su visión maniquea y distópica del mundo. Es no permitir que persona alguna dicte tu sexo y cómo sentirte en tu piel. Es definir tu cuerpo sin que nadie pueda imponer su voluntad sobre la tuya. Es amar libremente, reconocerte en tí mismo y en aquello en lo que crees sin miedo, elevar tus propios altares o derribarlos si así te da la gana hacer.

Ser woke es fijar la mirada en un horizonte que amplia espacios. Es formar parte de un enorme colectivo que asume el riesgo de no callar ante quienes divulgan engaños a través de las redes sociales y medios de comunicación pagados con moneda propia, ese ruido siempre disruptivo y presto a capturar, a fuerza de repetido, mentes vacías de cualquier contenido. La ignorancia, ya se sabe, es presa fácil de manipular.

Y es que si algo detesta profundamente el neofascismo es toda diferencia que obligue a arbitrar una mirada flexible, el pensamiento libre, el diálogo y el acuerdo, la diversidad de cualquier tipo, la presencia de minorías y todo cuanto suponga una excepción a la norma. Los grupos ultraderechistas americanos y de igual modo los europeos, aborrecen la idea de una democracia en la que no creen.  Los fascistas del siglo XXI detestan, como los anteriores,  el concepto de libertad, la cultura y todo pensamiento que permita cuestionarse la existencia fuera de los pilares de fuerza que sustentan su edificio: ultranacionalismo, alianza con la iglesia ultraconservadora, supremacía blanca, conservadurismo y patriarcado, lucha contra la inmigración, xenofobia, populismo ramplón, mediocridad y exaltación de la fuerza y la falta de cultura, antifeminismo radical, rechazo y persecución de colectivos LGTBIQ+, autoritarismo, etcétera. Todos, pese a notables diferencias entre ellos, mantienen una firme oposición hacia la democracia aunque utilicen, con insolencia y cinismo, sus mecanismos para ascender al poder.

El fascismo actual y sus métodos faltos de cualquier tipo de ética han instaurado -como no podía ser menos y siguiendo al pie de la letra consignas ya conocidas por los totalitarismos desde antiguo- la maquinaria del fango como arma de destrucción masiva a través de las redes sociales, creando el caldo de cultivo apropiado para hacer crecer la ignorancia y la desinformación.. Como afirma Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía, "Musk y Zuckerberg han reconocido, como Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler, que la verdad no existe".

Ese viejo cáncer que ingenuamente muchos creímos extinguido hace ya muchas décadas, fue tomando forma una vez más y expandiendo poco a poco sus raíces, generando metástasis en todos los órganos posibles y asentando una progresiva y clara involución en el estado de salud del paciente. Hubo señales de alarma que demasiados pasaron por alto, pero toda patología, subrepticiamente alimentada, acaba por hacer eclosión y por sorprender al enfermo cuando ya quedan pocas opciones y la cura es incierta. Y así y a medida que el progresismo asentaba conquistas sociales en ambos continentes, viejos grupúsculos nostálgicos del nazismo/fascismo europeo y una pequeña y decrépita representación, que en España añoraba y rendía culto cada veinte de noviembre al dictador patrio en el Valle de los Caídos, fue tomando poco a poco territorio y fuerza. Los últimos años, por muchas y diversas causas que hoy no son objeto de análisis, acabaron por generar, en una suerte de tormenta perfecta, el escenario propicio para que personajes, que en la mayoría de los casos cualquier profesional cualificado no dudaría en diagnosticar de narcisistas y megalómanos, en resumidas cuentas de auténticos psicópatas, acabaran por alzarse con la presidencia de algunos países y continúen avanzando, con visos de alcanzar opción probable, en algunos otros. No voy a negar mi enorme preocupación por ello. No se me ocurre peor escenario posible para el ser humano que el triunfo, no ya de “los malos de la película” y estos son jodidamente malos no hay duda, sino de esa maldad absolutamente estúpida y desnortada, que no prevé ni le importan las consecuencias derivadas de sus acciones. Su objetivo último no es siempre gobernar sino establecer el caos y el desgobierno, truncar cuantos avances sociales han sido alcanzados con enorme esfuerzo y terminar con la democracia a cualquier precio.  Que nadie se llame a engaño. Nos jugamos mucho en esta empresa pese a la ceguera de los imbéciles. La historia será testigo, una vez más, de nuestros estrechos límites y de nuevo nos hará rendir cuentas. Ojalá aún estemos a tiempo de revertir los peores pronósticos y detener esta extraña deriva que parece abocarnos a repetir errores nefandos de sobra conocidos por todos..

Goyta Rubio

Escritora

Goyta Rubio Caro. Logroño, La Rioja (España). Escritora. Ecléctica, amante del arte en general. Publicaciones: Antología de relatos cortos. El vino y los cinco sentidos. Gobierno de la Rioja. 13 cadáveres exquisitos. Relatos al alimón. “Bereber”Farramuntana y Goyta Rubio. Editorial Círculo Rojo. España.Julio 2018. Colonizar el siglo 21. 2ª Antología de narradores dominicanos residentes en España. “La (in)consistencia de las palabras” Gabino Rosario y Goyta Rubio. Republica Domicana, Mayo 2019. El cuerpo de las flores. “El rugir del silencio” (cuentos) de Ediciones Escondidas. Madrid. Diciembre de 2019.

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