Cuando el 21 de diciembre del 1511 el fraile dominico Antón de Montesinos se levantó a predicar el sermón de ese domingo, preparado por todos los miembros de la comunidad dominicana en Santo Domingo, el tema litúrgico correspondía a la lectura sobre Juan Bautista cuando se identificaba como Yo soy la voz que grita en el desierto. Ni Montesinos, ni sus compañeros en la comunidad, y mucho menos los españoles que asistían a esa eucaristía, imaginaban que ese sermón cambiaría la historia de Occidente. Para filósofos como Enrique Dussel, ese sermón, y no el texto cartesiano, fundó la modernidad; siendo más precisos, sentó la base de la crítica ética y antropológica en el seno de la modernidad. Descartes, por el contrario, justificó el ego que, al pensar a los otros, los subsumía a sus intereses, el yo conquistador
Teniendo frente a él en el rústico templo a sus compatriotas, habló en nombre de los que no tenían voz, los taínos, a quienes los castellanos oprimían y mataban para enriquecerse. “¿Con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muerte y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades en que, de los excesivos trabajos que les dais, incurren y se os mueren y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día?” Montesinos sale de su ego, de su identidad castellana, y se pone en el lugar de las víctimas. Y condena a sus compatriotas al fuego eterno si no cambian y pasan a respetar la dignidad de los aborígenes. Legítimamente habla en nombre de las víctimas.
Cuando el 1 de marzo del 2019 el presidente de México dirigió una carta al rey de España, Felipe VI, solicitándole que “el Reino de España exprese de manera pública y oficial el reconocimiento de los agravios causados”, algunos cuestionaron si era legítimo que él hablara a nombre de las víctimas de la conquista española. La carta es muy precisa en los detalles esenciales del daño que provocó la conquista en los pueblos aborígenes. “La incursión encabezada por Cortés a nuestro actual territorio fue sin duda un acontecimiento fundacional de la actual nación mexicana, sí, pero tremendamente violento, doloroso y transgresor; comenzó como un acto de voluntad personal contra las indicaciones y marcos legales del Reino de Castilla y la conquista se realizó mediante innumerables crímenes y atropellos; así lo aprueban los cargos fincados por la justicia española al propio Cortés en los Juicios de Residencia a los que fue sujeto (1518-1547), de los que es emblemático el encarcelamiento y asesinato de Cuauhtémoc, último mandatario azteca, en 1525”. La carta abarca otros aspectos y sugiero buscarla en Internet.
Tres elementos a destacar: a) el presidente mexicano reconoce que la actual nación mexicana surge precisamente con la conquista, pero eso no debe llevar a los mexicanos a identificarse con los castellanos y la violencia de su acción; b) el texto de López Obrador no peca de anacronismo porque demuestra que las acciones de Cortés violaban las leyes de Castilla de ese momento; y c) es legítimo que López Obrador y Claudia Sheinbaum Pardo pidan gestos de arrepentimiento a España por la conquista; en cuanto representantes de su país, ellos tienen derecho a hablar por las víctimas, igual que Montesinos habló por las víctimas de nuestra isla.
El debate académico sobre este tema gira en torno a la llamada leyenda negra, que es un constructo defensivo de la intelectualidad conservadora para enfrentar las críticas al imperio español, tanto en Europa como en América, entre los siglos XVI y XVIII. El argumento es que las valoraciones negativas sobre el ordenamiento político, económico y religioso de España en esos siglos provienen de autores de las potencias que competían por el control mundial (Inglaterra, Francia, etc.) y, por supuesto, de intelectuales latinoamericanos durante las luchas independentistas y las subsiguientes décadas a la fundación de los Estados iberoamericanos.
En los últimos cincuenta años, la discusión se agudizó al incluir el tema en la agenda de la extrema derecha y la respuesta crítica de muchos académicos. Dos autores que merecen ser leídos en esta cuestión. Elvira Roca Barea y su libro del 2016 Imperiofobia y leyenda negra, que defiende la visión conservadora, y José Luis Villacañas, que publica un libro en el 2019 titulado Imperiofilia y el populismo nacionalcatólico, que disecciona críticamente la obra de Roca Barea mostrando los prejuicios ideológicos de los historiadores que defienden en sentido general la conquista y colonización de América y su fundamento en el siglo XX en la alianza entre gran parte del clero de la Iglesia Católica española y la dictadura de Francisco Franco: el nacionalcatolicismo.
El debate, por tanto, no es sobre los hechos ocurridos hace siglos, sino sobre el enfrentamiento entre dos visiones antropológicas y políticas radicalmente opuestas.
Por un lado, la narrativa de la extrema derecha en todas partes del mundo que enaltece el poder autoritario, la sumisión de las mujeres y el sojuzgamiento de actores sociales y pueblos no blancos. Rasgos como la reducción del Estado, la eliminación de los servicios sociales y favorecer el enriquecimiento de minorías son claves de sus propuestas políticas. El texto de Roca Barea es valorado por esta tendencia.
Del otro lado, un amplio segmento de académicos y activistas sociales y políticos que promueven la democracia, la participación del pueblo, la equidad, la tolerancia y el multiculturalismo. Un fuerte énfasis en los derechos de las mujeres y los grupos con opciones sexuales diferentes a la heterosexualidad. El estudio de Villacañas es más sintónico con lo que genéricamente se llaman progresistas.
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