Las Moiras son las encargadas del destino en la mitología griega. Sus nombres son Cloto, Láquesis y Átropos: una hila, la otra mide y la última corta el hilo de la vida. El libro de Medina me hizo pensar, en cada momento, que el ser humano es una marioneta manejada por el duende del azar de manera antojadiza. Todo inicia en el “Útero que hilvana trozos”, verso que se halla en el poema titulado “Boceto de una frase retorcida”. Allí se tejió el hilo de la vida para luego ser medido y cortado. Además, como ellas, la voz poética de este libro es hija de la noche. Sin embargo, más allá de esta visión alegórica del texto, sobre la que tal vez luego podría escribir en detalle, ahora solo intentaré resaltar un par de aspectos técnicos de sumo interés en el mismo.
El poemario Desintegración, de Faustino Medina, está compuesto por cinco apartados que se distribuyen en 101 páginas. Cada nombre de apartado es una especie de verso que enmarca los poemas subsiguientes. El número uno se titula “Génesis”, el dos “Destellos de una existencia”, el tres “Manifestación inacabada de un ser”; le sigue el cuatro “Ocaso de la materia que se disuelve”; se completa el quinteto con “Ruinas de una entidad que se hace pequeña”. Desde “Génesis”, que es el inicio de todo, hasta la aparición de las “Ruinas”, que es el final, gira un engranaje de imágenes muy bien colocadas que de vez en cuando dejan el alma del lector sumida en un, aunque placentero, inevitable escalofrío.
No exagero al afirmar que la poética de Faustino Medina contiene el flash de un relámpago en medio de la noche. El resplandor que emite desafía la oscuridad gracias a la generación de una intensa luz lírica, pero los destellos que se pierden en sus bordes multiplican en sí más esencias artísticas que el propio brillo primigenio. De ahí que Desintegración sea un libro que rinde homenaje a su nombre y a una íntima búsqueda heterocósmica en la que las imágenes se dicen y desdicen, se repiten conformando un tejido sin dudas sugerente y desafiante, donde, similar al baile del universo, toda integración está compuesta por elementos desintegrados.
Saludo a Faustino Medina, agradezco el gesto de hacerme cómplice de sus delirios y los invito a todos ustedes a disfrutar, lo antes posible, de este noctámbulo aquelarre lírico.
En este pentágono visceral que va desde el “Génesis” hasta la “Ruina” parece estar encriptado el “Ser y su circunstancia”. Por medio de una poesía disruptiva respecto a los anteriores libros de Medina, la voz poética es capaz de cohesionar la fragmentación, el silencio y la evocación de un ente que explora su propio vacío más allá de la decadencia que lo habita. Temas como el paso del tiempo, la búsqueda de identidad y la inevitabilidad de la muerte son recurrentes desde el primer apartado hasta el último de esta obra. Su abordaje se hace a través de múltiples isotopías que parecen fotografiar el rincón más escondido de la disolución humana.
El tópico del tiempo, destructor de todo y de todos, tan utilizado en la poesía española desde su inicio, específicamente con Manrique, está bien trabajado en este texto. Por lo menos en diez de los poemas aparece unido a una suerte de desahucio o contemplación cuya manifestación se hace tangible por medio del sentido de la vista. Y ello nos lleva a reflexionar sobre la importancia que tienen los ojos en el universo poético de Faustino Medina. Vale ejemplificar con algunos poemas:
En el poema titulado "Evasión de los lapsus que me miran", además del título, en el que hay una relación directa mira/ojos, aflora un verso que dice: "En sus ojos rumia la hora última-única-ufana". Los ojos aquí referidos son los del tiempo. Conviene observar cómo, al final de este primer poema del libro, los versos se suceden en una suerte de cascada aterradora: “Espacio/ Donde/ Flotan/ Cadáveres”.
En "Óbito de un sujeto que se deshace al abrir los ojos", que es el título del poema, hay una interconexión de la vista con el abandono y el dolor que produce el desarraigo. Curiosamente, al final de este poema se recurre al mismo recurso de la cascada versal que se describió en el poema anterior: “Nunca comprendí/ El murmullo/ de sus pasos”.
Si se observa "Bachata que se pudre en la boca", hay un encabalgamiento entre el verso dos y el tres que dice: "Llena/ de máscaras los ojos". El final de este poema responde al mismo tipo de construcción, encabalgando los últimos dos versos: “El canto se alarga, oculta/ la silueta que nos mira”. Es un poema que simboliza el deseo de permanencia versus la insondable brevedad. Pero este tipo de complejidad existencial solo se puede referir usando la lengua de la noche bajo un código de símbolos acuosos. Noche, agua y lengua parece ser la tríada de donde emana la imaginería para describir la decadencia.
Hay más evidencias de estos usos en "Morfología del espectro que vigila"; es delirante la aparición del verso que dice: "Hay quienes/ abrazan el ocaso/ con los ojos/ henchidos de oquedad". Y las dos últimas estrofas son más que suficientes para intimar con la angustia humana: “Lo eterno es fábula cáustica,/ espejismo que deglute arengas./ Figura sin recuerdos,/ llama podrida,/ paisaje vacuo,/ soy. // Ausencia de versos/ en los dedos”.
En "Caída del rostro que nunca usé", los ojos parecen adquirir conciencia de por qué los ojos. Son pensamiento, evocación de una imagen. Declara el poeta: "No me resisto al pensamiento de los ojos". Por supuesto, queda construida en su totalidad la imagen cuando en "Asunción de la torpeza", el sujeto poético confiesa: "Estos ojos, hechos de estelas diminutas, / se niegan a bosquejar / el olor de la silueta que se aleja". Son los últimos versos del penúltimo poema. Puede verse con claridad el cambio rítmico y versal; la composición ha saltado de versos cortos, cascadas versales, imágenes fragmentadas, isotopías de ruinas y desolación, a versos largos y de ritmo apacible, de resignación. Es como si de pronto la conciencia comprendiera que debe aceptar lo que le ha sido dado y nada más. Todo esfuerzo es inútil, salvo el de la contemplación.
En “Descripción de una herida que no sana” no aparece directamente la palabra ojo; es sustituida por el término vista: “El día que la muerte/ invada el sonido de mis manos,/ el cíclope de los primeros soles/ volverá a fijar su vista en mí”. Ese volver es un reencuentro, una vuelta al punto de origen. Sirvan estos ejemplos para apreciar la variedad de símbolos que, referente a los ojos, se trabajan en este texto. Puede verse también una gran gama de conceptos interconectados que giran en torno a la percepción y a la esencia misma del ser y su sentido dentro del universo.
En cuanto a la isotopía del tiempo, conviene ver los versos finales del poema “Expansión de la mirada”. Hay allí un cuarteto de medida y ritmo variados en el que acaso se logra contener el paso del tiempo como una maravillosa imagen: “La voz envejece./ Destruye poses./ Quebranta las líneas/ que contienen”. Además de la pérdida y la destrucción del ser como tal, es notable el juego estructural 6-5-7-5, con acento rítmico en segunda sílaba mayormente. Se siente en estos versos un final equilibrado, conectado a un ritmo de marcha que sugiere quietud y resignación.
No exagero al afirmar que la poética de Faustino Medina contiene el flash de un relámpago en medio de la noche. El resplandor que emite desafía la oscuridad gracias a la generación de una intensa luz lírica
En “Aquello que sostiene dilaciones” el primer plano es “un cuerpo hecho de ojos”. La isotopía de la contemplación es el recurso que utiliza el aeda para evocar el pasado que ha perdido. Esta añoranza, más que nostalgia, produce dolor, y de nuevo el paso del tiempo se condensa en imágenes como “Misivas arrugadas” o “Cada tejido es una nao de evocaciones”… lo que lleva a declaraciones filosóficas similares a estas: “Eres el despojo de una casualidad finita” o a auto reconocerse como una “Abstracción de una presencia que se extingue”… en tanto que lo inaudible, lo indecible y lo invisible quedan confinados a algo tan polisémico como lo es el siguiente verso: “El silencio es una caja de espejos”. Ejemplos como estos hay muchísimos en todo el texto.
Invito a leer Desintegración desde el punto de vista de un libro que constituye un desafío a la apatía intelectual en que ha caído la sociedad (literaria o no) en el siglo XXI. Este es un texto de lectura rápida y de reflexión profunda, lenta. Sus imágenes van intimando de tal manera con nuestro interior que se quedan allí clavadas, ayudándonos a contemplar las pequeñas maravillas que con el paso del tiempo van cambiando y cambiándonos en la finitud de vida que nos ha sido dada. Saludo a Faustino Medina, agradezco el gesto de hacerme cómplice de sus delirios y los invito a todos ustedes a disfrutar, lo antes posible, de este noctámbulo aquelarre lírico.
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