- Un sistema frágil, cautivo de externalidades.
La República Dominicana opera como una economía abierta, fuertemente dependiente del comercio exterior, las remesas del exterior, la inversión extranjera, el lavado de activos y el turismo.
Su ubicación geográfica en el Caribe la sitúa en una encrucijada estratégica entre América del Norte y del Sur, lo que les otorga un acceso considerable a los mercados internacionales. El país ha firmado numerosos tratados de libre comercio, incluido el CAFTA-DR, que facilitan el comercio con grandes economías como Estados Unidos.
Sin embargo, la apertura tiene una contrapartida. La vulnerabilidad a las perturbaciones externas, desde recesiones globales hasta fluctuaciones en los precios de las materias primas, es una amenaza persistente. Las interrupciones en la cadena de suministro o los cambios en la política monetaria estadounidense pueden tener efectos desproporcionados en el panorama fiscal y laboral dominicano. Esta sensibilidad subraya un desequilibrio estructural más profundo: La economía depende demasiado de los motores externos mientras subutiliza el potencial interno.
- Aislamiento e insularidad.
A pesar de su apertura, la República Dominicana exhibe características de una estructura económica insularizada:
- La excesiva concentración en turismo y remesas crea enclaves económicos cautivos, a menudo a expensas de la diversificación industrial.
- La limitada integración regional en el Caribe sugiere una postura aislacionista, perdiendo oportunidades para un comercio más equilibrado y un intercambio de conocimientos con las economías vecinas.
. Muchos países “vecinos” nos ven con sonrojo y temerosos de que “los saquen del juego”
- El descuido del desarrollo rural fomenta las disparidades internas, desconectando las zonas ricas en recursos de la planificación económica nacional.
Esta paradoja —estar “integrados” internacionalmente pero fragmentados a nivel nacional— revela un aislamiento socioeconómico que obstaculiza el desarrollo integral.
- Abundancia de riqueza natural, subexplotada.
Desde suelos fértiles hasta minas de oro, la República Dominicana es rica en recursos naturales. El sector agrícola, con productos como el cacao, el tabaco en ramas, el banano, el mango y el café, podrían revitalizarse mediante la innovación y prácticas sostenibles. De igual manera, operaciones mineras como Pueblo Viejo representan una gran promesa económica si se gestionan con transparencia y previsión ecológica.
- Sin embargo, la ausencia de marcos de políticas estratégicas convierte la abundancia en estancamiento:
- La degradación ambiental diluye la viabilidad de los recursos a largo plazo.
- Las instituciones débiles tienen dificultades para convertir el potencial bruto en prosperidad generalizada, tal y como lo es el Ministerio de Energía y Minas, donde lo “energético” lo tiene secuestrado.
- Las entidades extranjeras a menudo extraen más beneficios que la población local debido a acuerdos desiguales y una supervisión laxa. Tó e Tó y, Ná é Ná.
- 5. Composición macroeconómica: La ilusión de estabilidad.
A primera vista, la macroeconomía dominicana presenta un panorama de éxito: crecimiento constante del PIB, inflación relativamente baja y un sistema cambiario resiliente. Sin embargo, bajo las métricas pulidas se esconde una preocupante distancia de la realidad fiscal.
- La deuda pública ha aumentado de forma constante, a menudo enmascarada por una contabilidad creativa y una presupuestación opaca.
- La generación de ingresos sigue siendo lenta, vinculada a sistemas tributarios ineficientes y lagunas legales que protegen a las élites. La inversión social (educación, salud, infraestructura) sigue estando subfinanciada, lo que refleja una preocupante discordancia entre las prioridades nacionales.
Esta estabilidad superficial genera elogios internacionales, pero debilita la cohesión interna. Sin un compromiso genuino con la sostenibilidad fiscal, la economía corre el riesgo de erosionar sus cimientos.
- 6. Apatía gubernamental: El saboteador silencioso.
Sucesivas administraciones han presentado reformas simbólicas y una retórica ambiciosa, pero su cumplimiento sigue siendo difícil de alcanzar. Esta apatía se manifiesta de varias maneras:
- La falta de continuidad de las políticas descarrila la planificación económica a largo plazo.
- El clientelismo y la corrupción erosionan la confianza pública y desvían recursos.
- El desinterés en la resiliencia regional y ambiental debilita la preparación colectiva ante crisis climáticas o financieras.
Sin un liderazgo comprometido con la transparencia, la sostenibilidad y el crecimiento inclusivo, la República Dominicana podría continuar experimentando un ciclo de progreso superficial sin una transformación significativa.
7.Para superar una "economía de maquillaje", el país debe adoptar reformas sistémicas, no solo por las cifras, sino por las personas que las respaldan.
- Si bien el crecimiento del PIB ha sacado a millones de personas de la pobreza, la desigualdad de ingresos sigue siendo alta, con un coeficiente de Gini de 0,37.
- La clase media, resiliente y apaliada, aún solventa más del 38$ de la Carga Fiscal nacional.
- Persisten las brechas entre las zonas urbanas y rurales, lo que limita el acceso a educación, atención médica e infraestructura de calidad en zonas desfavorecidas.
- La baja recaudación fiscal (16,2 % del PIB) y las altas tasas de interés, unido a un Gasto Publico Corriente que sobrepasa a las inversiones productivas del Estado Dominicano, nos coloca en el fulcrum de un abismo económico.
Conclusión:
La República Dominicana se encuentra en una encrucijada económica. Es un país abierto, pero vulnerable; rico, pero infrautilizado; estable, pero descompensado. Los desafíos no son de capacidad, sino de voluntad. Una sociedad civil empoderada, marcos institucionales rigurosos y una formulación de políticas audaces podrían convertir la apatía en responsabilidad y la inercia en innovación.
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