Si le ponemos caso a todo el que exagera nuestro bienestar, desde dentro nos nacen dos signos de interrogación que terminan ahogándonos estemos o no dentro del agua, pero como somos una isla siempre estamos dentro del agua. Por más que pienso en que, ¿por qué cuando nos preguntan por qué somos tan felices, me armo de un pico y una pala y me introduzco por mis ojos en busca de las lágrimas extraviadas que sustentan tal aseveración y que en las últimas décadas he oído tanto que terminé soñándola y por eso he terminado creyéndola al despertar?. ¿En verdad estoy despierto?

Pienso que nos hemos vuelto más optimista desde el 1978 para acá. Con los gobiernos sucesivos y la vuelta del heredero del terror aprendimos y nos enganchamos a ese optimismo banal del que se habla mejor que lo que se siente y, en lo adelante, hasta se vive de predicarlo. Eso es lo que se llama optimismo del primer nivel. Una capa de optimismo nos la proporcionó la emigración a los Estados Unidos, en masa ascendente hasta los otros días con aquellos que se iban por la vuelta hasta el río Bravo (no sé por qué tiene ese nombre, los emigrantes lo domesticaron con túneles y mil estrategias). La busca del bienestar, con el cuchillo en la boca o no, nos ha hecho tener más fe en Dios, en que el fin está cerca, sino al “doblar la esquina” real, la que nos imaginamos con nuestro afán de ver las cosas como nos conviene, no como le conviene a la “realidad”.

Ya no sé qué pensar y no quiero pensar. Pensar llega a convertirse en la que se amarra con un nudo al nailon para que llegue al fondo, que es donde los peces grandes andan en el río. Divaga, divaga hombre de mis sueños, que algún puerto perdido encontrarás en esa ignota niebla color azul del divagar. La forma más real del divagar son las bancas donde el viejito o la viejita con los veinticinco a mano juegan el palé; o en una esquina un dialogo socrático: “Nada más estoy esperando los papeles…”, sin los sueños de echar pa lante; o este otro: “De allá vengo parao, o…” y decenas más… Oh Dios, ¡cuántas frases que quedaron como globos que estallaron en el aire!

Pensar esta isla, y si digo media isla se pierde el equilibrio y una de las partes se va a hundir, sino es que ya está hundida.

Pensar esta isla como la sonrisa que no ha parido la cara, como se entiende estar bien, como se entiende la salud mental, como se baila un merengue, una bachata, o con cuál sentido, de los seis, este sol de agosto, de temporada ciclónica; cómo este divagar que podría ser infinito sino creyera que, en lo breve, si no está la felicidad, está cerca de serlo.

Amable Mejia

Abogado y escritor

Amable Mejía, 1959. Abogado y escritor. Oriundo de Mons. Nouel, Bonao. Autor de novelas, cuentos y poesía.

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