Desde el 20 de enero y, quizás podríamos decir que desde antes, hemos sido testigo de un torbellino de acciones que han iniciado desde Washington, D.C. Empezó el segundo periodo del Presidente Trump y, definitivamente, su actitud no es la misma que durante su primer periodo presidencial.
Siendo Estados Unidos una de las principales potencias mundiales, tanto sus políticas internas como externas inciden en muchos países, particularmente en aquellos con los cuales sus relaciones comerciales son de alta relevancia, o cuya cercanía tiene implicaciones de seguridad o migratoria o, aquellos, en los que esta potencia tiene principal interés, ya sea por sus recursos militares, económicos o posicionamiento, sin desestimar, aquellas potencias que ahora empiezan a tener una nueva relación con los Estados Unidos por la afinidad entre sus mandatarios.
A partir de esta premisa, podemos decir con alguna certeza y, así lo hemos empezado a ver, que el orden geopolítico mundial está cambiando. Comencemos analizando los países con mayor cercanía geográfica. De las primeras acciones del Presidente Trump fue la imposición de aranceles a México, Canadá y Colombia. Las dos primeras como tácticas de negociación en miras de acelerar procesos, previamente negociados en administraciones anteriores, pero cuya ejecución ha sido pobre. Los compromisos asumidos por México y Canadá en miras de lograr una paralización temporal de la aplicación de estos aranceles, tales como la designación de un Zar del Fentanilo, el compromiso de enviar militares mexicanos a la frontera y trabajar en conjunto para mejorar los controles fronterizos, no son acuerdos nuevos. No obstante, son declaraciones que le permiten al Presidente Trump, demostrar su poder y dan pistas de cómo se piensa manejar en esta nueva gestión de gobierno. Al mismo tiempo, estas acciones ya han dejado resultados notables en México. En una investigación reciente del New York Times, queda evidenciada la ralentización de la fabricación de fentanilo en el Estado de Sinaloa y, se hacen notorios los esfuerzos estatales por mejorar la situación en la frontera y por accionar en contra de los carteles.
En el caso de Colombia, país con el cual Estados Unidos tiene una balanza comercial favorable, es decir, es más lo que se exporta a Colombia que lo que se importa, la imposición de aranceles como medida de retaliación por el rechazo del Presidente Petro de recibir aviones con repatriados, es una política comercial que si bien tiene un impacto, realmente no es tan significativo. De nuevo vemos, como realmente estas medidas, si bien rimbombantes no son más que tácticas para evidenciar pulsos de poder a nivel de opinión pública.
Entre las declaraciones del Presidente Trump al inicio de este segundo periodo, también está su intención de retomar el Canal de Panamá, bajo el alegato de que el canal fue cedido por Estados Unidos a Panamá y no a China, dejando implícito que este último país tiene injerencia en las actividades del canal. Aquí hay varios puntos que dilucidar: 1) El Tratado de Neutralidad firmado en 1977 sobre el Canal de Panamá concedió a Estados Unidos el derecho permanente de defender el canal de cualquier amenaza que pudiera interferir con su continuo servicio neutral a los buques de todas las naciones, mientras que Panamá se encargaría de sus operaciones económicas y seguridad; 2) Algo que realmente está sujeto a interpretación es la influencia que tiene China en el canal, si bien este país no tiene incidencia directa en la operación del canal o en la supervisión militar y asuntos de seguridad, ciertamente sí tiene influencia en las áreas circundantes, con empresas e inversiones en puertos ubicados a los alrededores del Canal de Panamá. Justamente, producto de las declaraciones del Presidente Trump, ya se empiezan a ver movimientos en estas empresas portuarias, cercanas al Canal, como el acuerdo realizado por la empresa BlackRock para la compra de los puertos de CK Hutchinson (empresa china) en el canal de Panamá.
Aquí es importante resaltar qué ha pasado en los últimos 4 años (administración de Biden) y cómo China ha aprovechado el desinterés de los Estados Unidos para posicionarse mejor en Latinoamérica. Un ejemplo de esto es cómo disminuyó la presencia a través del nombramiento de embajadores. Dos casos notorios: Panamá y República Dominicana. En el gobierno de Biden, se llegó a nombrar una Embajadora para la República de Panamá a mitad de su gestión de gobierno en 2022 y, para República Dominicana nunca fueron aprobadas por el Senado de los Estados Unidos las propuestas de embajadores. Esta ausencia fue aprovechada por China, quien estableció relaciones diplomáticas con Panamá en 2017 y con República Dominicana en el 2018, presencia que empezó a crecer bajo la administración de Biden. Contrario al modus operandi de administraciones americanas anteriores, China estaba a la puerta de los países de Latinoamérica dispuesto y sin pedir nada a cambio. Eso de procurar respeto a los derechos humanos, equidad e igualdad, políticas anticorrupción, democracia, entre otros, eran condiciones esenciales del gobierno del país norteamericano en su anterior gestión, no así de China.
El crecimiento de China no ha sido sólo a través del establecimiento de relaciones diplomáticas sino que ha crecido en influencia a través de negocios en la región. Conforme al China Index (diagnóstico realizado por Doublethink Lab que mide la influencia de China a través de aspectos económicos, de seguridad, de política, de academia y tecnología), la incidencia de este país en Latinoamérica ha ido creciendo. Es sorprendente el caso de Panamá que queda en un lugar número 12 en el ranking de 2024, siendo el segundo país de América Latina con mayor influencia por parte de China (el primero siendo Chile). Desde hace unos años hemos empezado a notar la presencia de esta nación en empresas tecnológicas, portuarias, de infraestructura, sector automovilístico y, no menos importante, en medios de comunicación y en la academia. El soft power ya no está (estaba) sólo en manos de los Estados Unidos y, es evidente que China vio una oportunidad y la tomó.
Ante esta realidad, vemos también como la posición de Estados Unidos ha ido cambiado, en apenas unos días, de un soft power profundo y transversal a un hard power mucho más intencionado (fear of influence) y dirigido a mejorar el posicionamiento de su país como potencia mundial. Ya no estamos en los tiempos en los que se utiliza a USAID, el cine, la música y la educación para promover los intereses de la política exterior estadounidense, sino que se están colocando todas las cartas sobre la mesa y se está preguntando “¿Qué hay para mí en esto?”.
Su política exterior ha transicionado de “estoy de buenas” con mis aliados tradicionales (Europa, Israel, Taiwán, entre otros) y los defiendo incondicionalmente a cómo puede beneficiarse Estados Unidos de sus acuerdos militares, económicos y comerciales con sus aliados y, dónde están las oportunidades para éste con países más cercanos o quizás, más estratégicamente ventajosos para su nación.
Es así como vemos el inicio de imposición de aranceles a Canadá, México, Europa, Colombia y China. También, vemos una relación con Europa que va pasando a ser secundaria para Estados Unidos y revaluada por los miembros de la Unión Europea quienes tienen que analizar cómo mejoran sus inversiones en materia de seguridad y abastecimiento si no tienen a su lado a quién ha sido desde hace mucho tiempo su principal aliado de la mano. Nos percatamos por igual de una nueva relación con Rusia y Ucrania, Estados Unidos ha dejado de ser el incondicional aliado de Ucrania y ha buscado cómo obtener el mayor provecho de la inversión económica que ha realizado y, a su vez, cómo ganar un nuevo aliado en el continente asiático, posicionándose como el “mediador por excelencia”.
¿Qué significa esto para la diplomacia mundial?
En el caso de América pudiéramos pensar que países como Canadá, México y Panamá pudieran empezar a buscar otros aliados frente a la nueva posición de los Estados Unidos. Muchos pudieran pensar que la influencia de China pudiera ser mayor a raíz de este escenario. Evidenciado está que medidas retaliativas no son del agrado ni ayudan en el relacionamiento con el Presidente Trump. Esto lo hemos visto con el caso de México, quienes han manejado las solicitudes de su país vecino con cautela y bajo esquemas de negociación moderados, contrario a Europa o Canadá. Quizás, esto ha sido así, porque es uno de los países que más tiene qué perder.
No obstante, no es tan claro que la mejor opción para otros países sea buscar nuevos aliados. Europa tiene mucho que perder si se aparta de Estados Unidos (desintegración de la OTAN) y pocas herramientas para procurar sus necesidades económicas y militares en otro lado. Canadá por su cercanía e intercambio comercial definitivamente debe pensar bien sus próximos pasos, aún en un momento tan delicado políticamente (tendrán elecciones este año y están bastante divididos). Para los países del Caribe no ha sido tampoco tan sencillo mejorar las relaciones comerciales entre ellos y buscar la unidad como grupo, la competencia entre ellos les ha fallado en crecer como región, incluyendo aquí a Panamá.
Quizás la solución sea buscar aliados un poco más cerca, no necesariamente China. Una especie de mezcla entre friendshoring y nearshoring. Canadá está hablando de unirse a la Unión Europea, un socio cercano y natural. Europa, también se está preparando buscando amigos inusuales en la región, aunque en parte, saben que de alguna forma u otra tendrán que negociar con Estados Unidos, porque aunque aumenten el porcentaje de inversión del PIB en temas militares (que ha sido la solicitud de Estados Unidos en el marco de la OTAN), no podrán llegar a fortalecerse militarmente como lo harían si tuvieran de la mano al país norteaméricano en un potencial conflicto bélico. Dada la situación con Rusia y Ucrania, Europa no debería arriesgar su estrategia militar.
En el caso de latinoamérica, estos países deberían definitivamente repensar su estrategia comercial con países cercanos, dejar a un lado competencias infundadas y empezar a trabajar juntos para un intercambio comercial más beneficioso para todos.
La estrategia de Trump ha sido una franqueza absoluta (Primero América), esa que, en interacciones cotidianas nos deja incómodos y expone nuestros principales miedos y debilidades. No obstante, en un momento donde la “autenticidad” inunda las redes sociales, dónde vemos una tendencia de afinidad con líderes más radicales y transparentes y, dónde el populismo arrastra, esta estrategia, a los ojos de la opinión pública, es oro.
Lo que sí vale la pena reflexionar a nivel de relaciones entre los Estados es si la estrategia de negociación (ya sea retaliación, negación, agresividad, rompimiento de relaciones, entre otras) realmente va a dar los resultados deseados (un país próspero y seguro), sin que afecte la política interna de cada país. Buscar aliados nuevos siempre será positivo, pero en un orden mundial en el cual Estados Unidos tiene un rol tan preponderante, si bien China ha ido ganando su espacio, cuánto queremos apostar a no tenerlo de aliado.
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