En el vasto ciberespacio del cibermundo han surgido comunidades virtuales que, lejos de ser meros espacios de entretenimiento, se han convertido en laboratorios ideológicos donde se gestan narrativas con fuerte impacto político. En este marco se sitúan, de manera específica, los movimientos ultraderechistas y de corte neopopulista.
Entre estos movimientos se encuentra la manosfera, conocido en español como machosfera. Bajo este concepto se agrupan foros, blogs, canales de YouTube, grupos en redes sociales y espacios de mensajería instantánea en los cuales se discuten temas vinculados a la identidad masculina y al odio a los inmigrantes.
Aunque en sus inicios se presentaba como un ámbito de intercambio sobre relaciones, sexualidad o consejos de superación personal, con el tiempo esta tendencia se transformó en un terreno marcado por el resentimiento hacia el feminismo, el rechazo a la diversidad y la búsqueda de una masculinidad concebida como fundamental por encima de todos los tipos de relaciones sociales.
De manera puntual, la politóloga Antonella Marty, en su texto La nueva derecha (2025), expresa: “El término manosfera se refiere a una comunidad online compuesta principalmente por hombres que, a través de blogs, foros, redes sociales y páginas web, comparten la ideología de la nueva derecha y sus preocupaciones sobre la destrucción de la masculinidad y el auge del feminismo” (p.38).
De esto se desprende una concepción no de verdad sino de posverdad, que promueve un sentimiento superior hacia la masculinidad, colocándola por encima de las mujeres, e imponer esa jerarquía, sin examen crítico, reflexivo, como si fuese verdad, pero que es desprecio hacia estas y glorificación de la posverdad que explota los sentimientos y desprecia la razón. De ahí que Marty, argumente: “La manosfera se asocia con posturas misóginas, antifeministas e incluso extremas, y puede incluir a grupos como los hombres de derecha o incels” (ibid.).
Preferimos utilizar el término español machosfera para referirnos al concepto norteamericano de manosfera, señalado por la politóloga Marty, pues resulta más acorde con la cultura, la lengua y la sociedad hispanoamericana:
“Este híbrido, medio traducido de mansphere, se utiliza para englobar a una serie de webs, foros y blogs en los que se tratan principalmente temas relacionados con los hombres y con la masculinida. Para traducir mansphere con este otro matiz, puede emplearse la voz machoesfera, bien formada en español” (ver: https://www.fundeu.es/consulta/manosfera/.
Dentro de la machosfera se encuentran los denominados incels (del inglés involuntary celibates), traducido al español como célibes involuntarios. Estos célibes son varones que se autodefinen como incapaces de establecer relaciones sexuales o afectivas con mujeres, a pesar de desearlo, y que convierten esta frustración en un elemento central de su identidad colectiva. En el ámbito latinoamericano, se presenta como un espacio cibernético donde se cultiva un discurso de victimización masculina, marcado por la hostilidad hacia las mujeres y la desconfianza frente a los cambios sociales que promueven la igualdad.
La machosfera, trasciende el ámbito de lo privado o íntimo. Sus narrativas han sido absorbidas y amplificadas por la nueva derecha y la ultraderecha, que encuentran en estos discursos una herramienta eficaz para movilizar resentimientos sociales y canalizar el malestar masculino hacia un proyecto político más amplio. Así, la frustración individual se convierte en una narrativa colectiva que legitima la oposición al feminismo, a los derechos de las minorías y a la inmigración, en fin, a la democracia.
Este movimiento se configura como un espacio de incubación ideológica que aporta argumentos culturales y emocionales a las agendas de la derecha radical. Al transformar la experiencia subjetiva de frustración en una bandera política, contribuye a reforzar un orden jerárquico, excluyente y patriarcal que busca resistir los avances democráticos e igualitarios en la sociedad contemporánea.
Son hombres que se definen a sí mismos como incapaces de establecer relaciones sexuales o afectivas a pesar de desearlo. Este sentimiento de frustración, en lugar de canalizarse hacia la autocrítica o el cuestionamiento de las estructuras sociales, muchas veces se transforma en un discurso de odio contra las mujeres, a quienes consideran responsables de su exclusión. Parte de esto conecta con la política de la ultraderecha que se manifiesta en el cibermundo.
Lo que en un principio surge como una identidad edificada sobre la carencia afectiva puede transmutar en una ideología misógina, capaz de sostener la narrativa de que el hombre moderno ha sido desplazado de su lugar natural en la sociedad. Esa percepción, al consolidarse, se convierte en una forma de resentimiento organizado que da lugar a un paradigma ciberpolítico. En él, no hay confianza en la democracia ni en la tradición intelectual heredada de la Ilustración; por el contrario, se alimenta la sospecha de que la modernidad ha traicionado un supuesto orden originario.
Como se puede apreciar, la retórica de la nueva derecha no se limita a discusiones políticas tradicionales, sino que recurre a la construcción de un discurso basado en el miedo y en la idea de pérdida de valores esenciales. En este sentido:
“La estrategia de la nueva derecha se centra en desencadenar el miedo ante supuestas amenazas que, según algunos, pone en riegos la masculinidad de los hombres o la pureza de una nación, atribuyendo ese desmoronamiento de la moral perfecta al avance del feminismo, de la teoría de género y de la inmigración (…). Esto pone de relieve, con mayor claridad, que, cuando el personaje de la nueva derecha habla de combatir la corrupción, en realidad no se refiere a delitos cometidos por funcionarios públicos, sino más bien a una corrupción étnica de la supuesta pureza cultural (fenómenos más pronunciados en Estados Unidos y Europa), una corrupción que amenaza el orden tradicional” (Marty, ibid, pp. 40-41).
De esta forma, se observa que la noción de “corrupción” es reinterpretada y desplazada hacia un plano cultural y étnico, en donde la alteridad —representada por inmigrantes, feministas y quienes promueven la teoría de género— es presentada como una amenaza a la identidad y a la estabilidad de la nación.
De este modo, lo que históricamente se ha entendido como progreso es reinterpretado por la nueva derecha como retroceso, porque altera sus seguridades simbólicas. Bajo esta lógica, se privilegia el orden sobre la libertad, lo dictatorial sobre lo plural, la obediencia sobre la emancipación. La libertad, cuando no es negada directamente, es reducida a su caricatura: libertinaje, desorden, caos. Y así, bajo el manto de una política que se presenta como restauradora, se encubre una pulsión regresiva que no aspira a construir, sino a blindar un mundo clausurado frente a la incertidumbre del cambio.
La machosfera, al elaborar el diagnóstico de una supuesta masculinidad en crisis, encuentra afinidad con los discursos de la ultraderecha, pues ambos comparten la nostalgia de un orden patriarcal perdido y el temor a la disolución de sus privilegios. Así, lo que a primera vista parece un fenómeno marginal en los cibernéticos, revela en realidad un nexo profundo con los nuevos dispositivos de lo ciberpolítico: la política trasladada a la lógica de la red, donde los antagonismos no solo se expresan, sino que se amplifican y se radicalizan.
Desde esta perspectiva, el estudio de lo ciberpolítico exige no limitarse a los movimientos progresistas y emancipatorios, sino también atender a los sectores reaccionarios y ultraderechistas que, en esta época atravesada por la hiperconectividad, han encontrado en la conjunción del mundo físico y el cibermundo un terreno fértil para consolidar un híbrido planetario de alcance global.
La machosfera constituye un laboratorio de resentimiento colectivo. En sus foros y canales —4chan, 8chan y otros espacios digitales— se articula un relato según el cual el feminismo, el multiculturalismo y los movimientos de diversidad sexual serían responsables de una decadencia civilizatoria. Estas plataformas se convierten en trincheras simbólicas desde las cuales se libra una ciberguerra cultural: un conflicto de narrativas que, bajo el ropaje de la ironía y el anonimato, difunde un imaginario de resistencia viril frente a lo que se percibe como amenaza de disolución identitaria.
Lo inquietante es que, al operar en la lógica rizomática del poder cibernético, estas comunidades no se aíslan, sino que penetran en el tejido social, configurando subjetividades y afectos que trascienden lo digital. Se trata de un nuevo rostro del autoritarismo: una política que se reinventa en clave cibernética, donde lo reaccionario se disfraza de rebeldía y la regresión se presenta como resistencia frente al cambio.
(1): Parte de estas reflexiones fueron expuestas en el Seminario Internacional “Las Nuevas Derechas en Latinoamérica: fundamentos y desafíos”, celebrado en el Paraninfo del Edificio Nueva Unidad de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas (FCJP) de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). El evento fue organizado por el catedrático español Esteban Anchústegui Igartua, de la Universidad del País Vasco, Euskal Herriko Unibertsitatea (EHU), en coordinación con la Vicerrectoría de Extensión de la UASD, dirigida por la doctora Rosalía Sosa Pérez. En el encuentro participaron destacados académicos y especialistas: el Dr. John Campos Benavides (Chile), la Dra. Lizbeth Joan Rivera Morales (Puerto Rico), Yamil Aitor Musa Iratzagorria (Chile), el Dr. Roberto Lagos Flores (Chile) y la profesora Olaya Ondina Dotel Caraballo (UASD, República Dominicana).
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