37-28 años: Revisar una adultez ya construida.
En el artículo anterior miramos los nodos lunares en la infancia intermedia, la entrada a la adultez y el cierre de los veintes. La siguiente etapa relevante en este ciclo llega hacia los 37–38 años, cuando se produce el segundo retorno nodal: los nodos vuelven a la posición natal en una vida que ya acumula un volumen importante de decisiones. A diferencia del primer retorno, aquí ya existen años de trabajo, relaciones que han pasado por distintas fases, responsabilidades familiares, compromisos económicos y una historia de salud que empieza a mostrar patrones.
La psicología del desarrollo y otras disciplinas describen este periodo como un momento de balance. Muchas personas sienten la necesidad de revisar si el campo profesional en el que se movieron durante más de una década sigue teniendo sentido, si la forma de trabajar es compatible con el cuidado del cuerpo y de la salud mental, si las relaciones afectivas que sostienen permiten crecimiento o se limitan a la administración de lo establecido. También aparece con más fuerza la conciencia del tiempo: se ve con claridad lo que se hizo, lo que no se hizo y lo que difícilmente se hará si no se reorganiza la agenda.
Desde el eje nodal, el Nodo Sur muestra aquí la versión consolidada de la adultez: hábitos laborales, estilo de pareja, manera de ejercer la autoridad con hijos o equipos, forma de administrar el dinero y el tiempo. El Nodo Norte plantea ajustes que a menudo implican movimientos internos y externos significativos: cambios de rol dentro de la misma profesión, transición hacia otra área, reducción o ampliación de carga laboral, separación o redefinición de acuerdos de pareja, decisión de priorizar el cuerpo propio y la salud por encima de expectativas ajenas.
El segundo retorno nodal no obliga a abandonar todo lo construido, pero sí deja al desnudo qué partes de la vida se sostienen por coherencia y cuáles por inercia. La persona tiene suficiente experiencia como para saber que ciertos patrones se repiten, que ciertos malestares no desaparecerán solos y que ciertas renuncias hechas a los veinte ya no se justifican de la misma manera. En este punto el Nodo Norte se parece menos a una promesa abstracta y más a una lista concreta de cambios que resultan incómodos, pero necesarios para que la adultez no se reduzca a sostener obligaciones sin sentido personal.
De la mitad de la vida al legado: 46–47 y 55–56 años
La oposición nodal que se produce alrededor de los 46–47 años llega en un contexto de transformaciones simultáneas. En muchas historias de vida, los hijos se acercan a la adultez o se independizan, los padres envejecen o requieren cuidados específicos, las organizaciones pasan por reestructuraciones, y el cuerpo muestra con claridad el efecto acumulado de décadas de hábitos. A nivel simbólico, se deja de mirar solo lo que se quiere “llegar a ser” y se empieza a observar qué tipo de persona se ha sido en la práctica.
En clave nodal, el Nodo Sur expresa aquí la identidad construida: la persona que se definió como profesional de cierto sector, como cuidadora principal, como sostén económico de un grupo, como miembro estable de una institución, como alguien que responde a expectativas muy marcadas. Ese Nodo Sur incluye logros reales, pero también rigideces. El Nodo Norte plantea preguntas que resultan difíciles de aplazar: qué lugar se quiere ocupar en la vida de los hijos adultos, qué tipo de vínculo se desea mantener con la familia de origen, cuánto tiempo se está dispuesto a seguir invirtiendo en dinámicas laborales que desgastan, qué espacios se quieren abrir para intereses personales que quedaron relegados.
La cultura suele agrupar todo esto bajo la etiqueta de “crisis de la mitad de la vida”. Sin embargo, si se observa con atención, no se trata únicamente de una reacción al paso del tiempo, sino de una revisión de los acuerdos que sostuvieron las décadas anteriores. La oposición nodal permite leer este periodo como un enfrentamiento entre la versión de uno mismo que se construyó para cumplir con las demandas del entorno y la versión que podría emerger si se ajustan los compromisos en función de lo aprendido. Cambiar de carrera a los cuarenta y tantos, volver a estudiar, terminar una relación larga o redefinirla, mudarse a otro lugar o renegociar la propia participación en la familia son ejemplos de decisiones que aparecen con frecuencia en estos años.
Hacia los 55–56 años se produce el tercer retorno nodal. En muchos países, esta edad se acerca a la jubilación formal o a una negociación distinta del vínculo con el trabajo. En otros contextos, marca igualmente un punto en el que la estructura laboral deja de ser el único eje organizador de la vida. Aparecen con fuerza tres temas: el uso del tiempo restante en términos realistas, la forma en que se desea estar presente en la familia y en la comunidad, y el tipo de legado que se quiere dejar, tanto material como simbólico.
El Nodo Sur aquí muestra décadas de esfuerzo, logros, sacrificios y lealtades. Muestra también los costos de ciertas decisiones: enfermedades asociadas a estrés crónico, vínculos descuidados durante años, proyectos personales que siempre se postergaron. El Nodo Norte se manifiesta en la necesidad de definir con cuidado qué se va a sostener en la siguiente etapa y qué conviene soltar. Algunas personas deciden seguir trabajando, pero con otras condiciones; otras priorizan la transmisión de lo que aprendieron, ya sea mediante docencia, mentoría, escritura o acompañamiento más informal; otras reorganizan su vida para cuidar su salud, vivir en otro entorno o dedicar tiempo a actividades que nunca habían tenido espacio.
La psicología del envejecimiento habla de generatividad cuando describe esta preocupación por dejar algo valioso más allá de la propia historia. El tercer retorno nodal ofrece un marco para revisar si esa generatividad se apoya en un Nodo Sur que solo repite lo conocido o si se articula con un Nodo Norte dispuesto a corregir patrones de control, exceso de trabajo, descuido de la intimidad emocional o miedo al cambio. En este tramo, los ajustes no buscan iniciar una vida completamente nueva, sino reorganizar lo que queda para que los años siguientes sean coherentes con lo que la persona sabe hoy de sí misma y de sus límites.
Retornos y oposiciones tardías: síntesis en la vejez
Más allá de los 60 años, el ciclo nodal sigue su movimiento: alrededor de los 65–66 años se produce otra oposición; hacia los 74–75, un nuevo retorno; y más adelante, para quienes llegan a esas edades en condiciones de relativa lucidez, pueden reconocerse nuevas activaciones en torno a los 83–84 y 92–93 años.
En la franja de los 65–66 años, muchas personas han dejado atrás su rol central en el trabajo remunerado, han visto crecer a una segunda generación (nietos, ahijados, jóvenes de su entorno) y han experimentado pérdidas significativas. La identidad deja de definirse por el cargo, el título o la función y se reorganiza alrededor de la capacidad de acompañar, de sostener memoria y de participar en la vida social desde otra posición. La oposición nodal puede expresar tensiones entre un Nodo Sur que se aferra a la antigua centralidad y un Nodo Norte que pide ensayar formas distintas de presencia, con más escucha y menos control.
Hacia los 74–75 años, el retorno nodal coincide con un periodo en el que la vejez es un hecho y ya no una posibilidad abstracta. El cuerpo requiere cuidados específicos, la red social se reduce por fallecimientos, enfermedades y cambios de residencia, y al mismo tiempo la experiencia acumulada es enorme. Algunas personas se sienten expulsadas de la conversación pública; otras encuentran maneras nuevas de participar sin ocupar el lugar de antes. El Nodo Sur puede aparecer como nostalgia fija en un pasado idealizado o como rigidez en las opiniones; y el Nodo Norte, como una apertura a aprender de generaciones más jóvenes, a adaptar creencias y a reconocer errores sin perder dignidad.
Los tránsitos nodales en edades muy avanzadas no son relevantes para todo el mundo, porque dependen de condiciones de salud, contexto socioeconómico y acceso a cuidados. Sin embargo, cuando se dan en personas que mantienen capacidad de reflexión, pueden marcar momentos de síntesis. Revisar la propia historia desde el eje nodal en esta etapa implica preguntarse qué patrones se mantuvieron hasta el final, cuáles se pudieron modificar y qué decisiones tardías permitieron una vejez más acorde con los valores que se fueron consolidando.
Cuadraturas nodales: giros puntuales en medio del camino
Entre retornos y oposiciones, las cuadraturas nodales señalan puntos de decisión menos globales, pero igualmente importantes. Alrededor de los 31–33 años, por ejemplo, muchas personas experimentan cambios que no necesariamente implican redefinir toda la vida, pero sí un área concreta: inicio de un proyecto propio dentro del mismo campo profesional, mudanza a otro barrio o ciudad, formalización o cierre de una relación, elección de tener hijos o de no tenerlos. Algo similar puede ocurrir en torno a los 42, los 51 o los 60 años, con matices distintos según la trayectoria de vida.
La diferencia entre estos momentos y los grandes hitos del ciclo es que las cuadraturas suelen concentrarse en decisiones específicas que actúan como bisagras. No modifican todo el guion de una vez, pero sí cambian la dirección de una línea importante: un estudio que abre otra posibilidad, un límite que se pone por primera vez, un vínculo que se formaliza de otra manera, una renuncia que libera tiempo y energía. En términos de Nodo Sur y Nodo Norte, las cuadraturas exigen elegir entre continuar usando la misma estrategia que se ha usado siempre o probar algo diferente en un área concreta.
Desde las ciencias sociales se habla de “puntos de giro” en el curso de vida para referirse a este tipo de decisiones: eventos que reorientan trayectorias sin borrar lo anterior. La astrología nodal ofrece una manera de situar esos puntos dentro de un ciclo más amplio, sin restar importancia a factores materiales como la clase social, el género, la raza, la salud o el contexto político, que condicionan de forma decisiva qué opciones están disponibles en cada momento.
Preguntas para la segunda mitad de la vida
Usar el eje nodal para leer la segunda mitad de la vida no implica tomarlo como única explicación de lo que ocurre. Ayuda, más bien, a ordenar preguntas. A los 37–38 años, conviene mirar qué partes de la adultez construida responden a convicciones actuales y cuáles se sostienen solo por miedo a cambiar. A los 46–47, tiene sentido revisar cuánto de la identidad se basa en roles que ya no corresponden a la realidad y qué ajustes permitirían relaciones más honestas con hijos, pareja, familia y colegas. A los 55–56, la pregunta gira alrededor del tiempo disponible: qué se desea seguir haciendo, en qué condiciones, para quién y con qué costo personal.
En las décadas posteriores, los nodos invitan a observar cómo se usa la autoridad que dan los años, qué tipo de memoria se transmite a quienes vienen detrás, qué lugar se otorga al propio cuerpo y a la propia vulnerabilidad, y qué se está dispuesto a aprender incluso cuando la vejez ya es evidente. No se trata de forzar cambios drásticos en cada tránsito, sino de usar estos puntos del ciclo como recordatorios de que la vida no es solo una suma de obligaciones cumplidas, sino también un conjunto de decisiones sobre dónde se invierte la atención, la energía y el afecto.
La astrología nodal funciona mejor cuando se coloca al lado de la psicología del desarrollo, la sociología y la experiencia concreta de cada persona. No reemplaza el análisis de las condiciones materiales ni las herramientas terapéuticas, pero ofrece un lenguaje útil para pensar la relación entre repetición y aprendizaje a lo largo del tiempo. Para quien se reconoce en alguna de las edades mencionadas, el aporte principal tal vez no sea saber “qué va a pasar”, sino tener un marco para revisar qué se está decidiendo hoy con la información que se tiene y qué cambios se está dispuesto a hacer para que los años que vienen se parezcan más a la vida que se quiere vivir.
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