La victoria reciente de un candidato de tendencia socialista en Nueva York no debería sorprender a nadie. En la historia política de los Estados Unidos, las ideas socialdemócratas y progresistas siempre han tenido presencia, aunque bajo distintos nombres y matices. No se trata de una amenaza ni de una revolución, sino de una corriente de pensamiento que reaparece cada vez que la desigualdad se hace más visible y la sociedad busca corregir los excesos del poder económico.

Un país acostumbrado a sus reformistas

Ya en la primera mitad del siglo XX, los Estados Unidos conocieron figuras que propusieron una mayor justicia social dentro del marco capitalista. El vicepresidente Henry A. Wallace, durante la administración de Franklin D. Roosevelt, fue un defensor abierto de la planificación estatal, del New Deal y del principio de que el bienestar común debía prevalecer sobre los intereses financieros. Décadas después, el senador Bernie Sanders, autodefinido como “socialista democrático”, impulsó debates sobre salud pública universal, educación gratuita y control de los monopolios tecnológicos.

En abril de 2016, durante una reunión en la Academia de Ciencias Sociales del Vaticano (PASS), en Roma, tuve ocasión de conversar con el senador estadounidense Bernie Sanders, quien participaba en un encuentro de expertos en economía de todo el mundo. La reunión se celebró para estudiar la doctrina social de la Iglesia a la luz de las enseñanzas de la encíclica Rerum Novarum de León XIII, inspiración directa del pensamiento social del actual Papa de nacionalidad americana, León XIV.

Sanders, entonces precandidato presidencial del Partido Demócrata, fue bloqueado por el establishment de su propio partido, pese a que —como muchos analistas consideraron— habría tenido más probabilidades que Hillary Clinton de vencer a Donald Trump en noviembre de 2016. Su caso simbolizó la desconexión de la dirigencia demócrata con su base social tradicional: los trabajadores, los sindicatos y la clase media que alguna vez fueron el corazón del partido. Desde Bill Clinton, los demócratas han ido perdiendo fuerza por haberse alejado de esas raíces populares.

Por cierto, este martes 4 de noviembre de 2025, el Papa León XIV exhortó a los Estados Unidos y a Venezuela a buscar una solución pacífica a sus diferencias y evitar cualquier confrontación bélica, reafirmando el espíritu de la Rerum Novarum y la doctrina social de la Iglesia como base ética para la política internacional.

Nueva York, laboratorio político y social

La ciudad de Nueva York, plural y vibrante, ha sido tradicionalmente un terreno fértil para el pensamiento progresista. Desde la alcaldía de Fiorello La Guardia en los años treinta hasta las políticas sociales de líderes recientes, la metrópoli ha encarnado el espíritu de inclusión y reforma que caracteriza a la socialdemocracia.

Nueva York refleja el mosaico social que define a Estados Unidos: comunidades diversas, intereses contrapuestos, movimientos obreros, asociaciones culturales y una constante tensión entre capital y justicia. Allí, más que en ningún otro lugar del país, la política se mueve con los ritmos del cambio social.

Por eso, la elección de un nuevo líder de tendencia socialista no constituye una ruptura, sino una continuidad dentro de esa larga tradición urbana de equilibrio entre progreso y realismo.

Europa: la normalidad de la socialdemocracia

Mientras tanto, en Europa, la socialdemocracia forma parte del paisaje político cotidiano desde hace más de un siglo. Suecia, Noruega, Dinamarca, Alemania, España y Portugal son ejemplos de países que han logrado combinar economía de mercado, protección social y estabilidad institucional.

En Suecia, los socialdemócratas gobernaron durante décadas sin destruir la libre empresa; en Alemania, figuras como Willy Brandt y Helmut Schmidt hicieron del consenso político una virtud democrática; y en España, el socialismo democrático lideró la transición pacífica desde la dictadura hacia una monarquía parlamentaria moderna.

Lejos de provocar crisis o empobrecimiento, estos modelos consolidaron economías prósperas y sociedades más igualitarias.

El miedo como reflejo y no como análisis

En América Latina, sin embargo, la palabra “socialismo” suele despertar temores históricos. Se confunde con comunismo, con expropiaciones o con regímenes autoritarios. Pero en la práctica política moderna, el socialismo democrático no tiene nada que ver con eso.

Es simplemente la idea de que el progreso material debe ir acompañado de equidad y dignidad humana. En los Estados Unidos, esa visión aparece de vez en cuando como una llamada de atención moral: cuando el capital financiero domina sin control, o cuando la desigualdad se vuelve insoportable, surgen voces que recuerdan que la economía debe servir al hombre, y no al revés.

Democracia, justicia y sentido común

La experiencia histórica muestra que ninguna sociedad moderna se ha derrumbado por aplicar políticas sociales responsables. En cambio, sí se han debilitado aquellas que ignoraron las desigualdades, que marginaron a los trabajadores o que convirtieron el miedo en argumento político.

Por eso, la elección en Nueva York no debe verse como una amenaza ni como un signo de radicalización. Es un reflejo del dinamismo de la democracia estadounidense, que permite que distintas corrientes —conservadoras, liberales, progresistas o socialdemócratas— participen del debate nacional sin romper el orden institucional.

En definitiva, nada nuevo ha ocurrido en Nueva York. Lo que vuelve es el recordatorio de que los pueblos buscan equilibrio, justicia y esperanza cada vez que el sistema se aleja del bien común. Estados Unidos, como tantas veces en su historia, demuestra que la verdadera fortaleza de una democracia está en su capacidad para corregirse a sí misma sin miedo.

Víctor Grimaldi

Víctor Manuel Grimaldi Céspedes (Santo Domingo, 22 de diciembre de 1949) periodista, historiador, político y diplomático dominicano.

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