En esta semana, autoridades dominicanas comunicaron su preocupación por la cantidad de mujeres que han sido asesinadas por hombres con las que han tenido relaciones. A este hecho horrendo le llaman feminicidio o femicidio. El Diccionario de la Real Academia Española lo define como “el asesinato de una mujer a manos de un hombre por machismo, misoginia o aversión a las mujeres”.
De acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), organismo de las Naciones Unidas, la República Dominicana fue en 2023 el segundo país de la región con la tasa más alta de feminicidios, con 2.4 mujeres asesinadas por cada 100,000. En América Latina y el Caribe, el promedio es de 1.6. Igualmente, el Compendio de estadísticas de mujeres fallecidas en condiciones de violencia 2020-2024, elaborado por la Oficina Nacional de Estadísticas de Republica Dominicana, presenta datos inquietantes, que revelan la gravedad del problema; tal como se comprueba con las evidencias. Este tema coincidió con la reciente promulgación de un nuevo Código Penal dominicano, que aumenta los castigos a los culpables del delito de feminicidio.
Los estudios científicos revelan que violencia y la agresión vienen en el ADN, son “de fabrica”. La historia registra infinidad de hechos de sangre, en personas distintos nivel social, económico y político, en los cuales están involucradas mujeres, victimas de hombres agresivos. Algunas ignoran que en asuntos pasionales, los humanos actúan como cualquier otro animal. Ya lo dijo, el escritor norteamericano Eliezer Wiesel, ganador del Premio Nobel de la Paz: “Las biologías del amor fuerte y del odio fuerte son parecidas…”. Estas surgen del intercambio incesante entre el individuo y su medio, que lo llevan a actuar como santo o un héroe, y a realizar acciones benditas y malditas.
En el mundo, y en particular en nuestro país, se han cometido muchos feminicidios. Mencionare dos casos que impactaron la sociedad dominicana. Uno, fue el de Minerva Mirabal de quien les he hablado en otras ocasiones. Estuvo acosada por el dictador Trujillo durante once años desde que la conoció en Santiago, y se la reencontró en Jarabacoa y San Cristóbal, solo se vieron en 1949. Y en l960, ordenó su asesinato, con 33 años, sin importarle que iba junto a sus hermanas Patria y María Teresa, ‘’ y entonces madres’’, las tres, como escribiría tan bellamente el poeta nacional doctor Pedro Mir, en su Amen de mariposas.
El otro caso fue mi compañera de estudios de Psicología, en su segunda carrera, en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Ruth Peña Nina. Ya era licenciada en economía y funcionaria del Banco Central de la República Dominicana. Era tan talentosa que el Banco le facilitó la compra de un solar y la construcción de su casa en el exclusivo sector Cacicazgo, en la capital. Y la escogió en 1972 para realizar un curso por seis meses en el Fondo Monetario Internacional en Washington. Allí conoció a su victimario; y a pesar de los esfuerzos de la justicia no se pudo condenar al culpable.
Ambas mujeres fueron asesinadas por no ceder ante el poder de hombres que, afectados por graves trastornos de personalidad y una excitación sexual intensa y recurrente, pensaban que tenían el derecho de usar y gozar de las mujeres en contra de su voluntad.
Es hora de que el Estado adopte políticas públicas firmes para prevenir los feminicidios, que incluyan programas de orientación y educación dirigidos a las mujeres, para que aprendan a identificar señales de violencia, a cuidarse de aquellos depredadores con fuertes instintos asesinos; y que aumente significativamente la cantidad de casas de protección o acogida a tantas mujeres amenazadas por esos hombres.
¡Abajo los feminicidios!!! Y malditos sean esos asesinos y violentos capaces de cortar vidas valiosas. Descanso eterno a las almas de las victimas de esos trastornados mentales en particular de Minerva Mirabal y Ruth Peña Nina.
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