La comprensión de la evolución de la gestión de nuestros recursos naturales a lo largo de la historia es fundamental para contextualizar los desafíos ambientales contemporáneos. En este sentido, esta serie de artículos, titulados "Metamorfosis Forestal en el Siglo XIX", han sido más bien unas notas que tienen la intención de  despertar el interés de los lectores para que exploren la dinámica de transformación que experimentaron los bosques de nuestra isla durante el siglo XIX, marcada por cambios socioeconómicos y tecnológicos significativos; de ahí que  el objetivo de la perspectiva  histórica que hemos impregnado en estos apuntes es entender cómo los acontecimientos  que impactaron a la República Dominicana también repercutieron  sobre su entorno forestal.

Las inquietudes por la conservación de los bosques en las últimas décadas del siglo XIX fueron obvias, aunque no se les prestara atención como debió ser, lo que no sucedió hasta más de100 años después.

José Ramón Abad[i] trató en un informe que se preparó  para ser presentado en la Feria de Paris del 1889, durante  la cual Francia dio a conocer al mundo sus avances tecnológicos, coincidiendo con la celebración del primer centenario de la Revolución Francesa ocurrida en el año 1789; acontecimiento que propició que en el país se reflexionara sobre situaciones críticas y se hiciera un llamado de atención para encaminar a la patria por el manejo forestal y otros aspectos de la producción, como la sostenibilidad.

Según lo establece José Ramón Abab en dicho informe publicado como libro: República Dominicana: Reseña General Geográfico-Estadística.[ii], orientado también sobre el ordenamiento territorial, en el que plantea que en Santo Domingo “… hubo y hay una gran riqueza forestal…, pero hasta el presente no ha existido la industria de la explotación de los bosques que se funda en el aprovechamiento ordenado, regular y metódico de las maderas y de los productos del árbol vivo, y esto no debe causar extrañeza alguna”.

También llamó la atención la crítica a la práctica del “conuquismo”, que consiste en tumba y quema del monte y luego de varias cosechas dejarlo abandonado o botado, muy común en el siglo XX, diciendo que dicho método de producción agrícola no es de agricultores “…afirmaremos que los botados (cursivas JRA) son la negación del arte agrícola”, para afirmar que “… los conucos son para la riqueza forestal lo que es el comején (cursivas JRA) a las casas: un pequeño instrumento de destrucción que hace ruinas inmensas”[iii].

Abad, resalta a las naciones que les dan “… principal consideración al bosque”, reconociendo que cuidar el bosque es cuestión de ciencia. Fue partidario de que se coartara por medio a la legislación para que los individuos propietarios de terrenos con montes en zonas específicas de protección no fueran libres de destruirlos porque los intereses individuales no podían estar por encima de la comunidad[iv].

Advertía Abad que, “aquí, a pesar de la gran extensión de bosques que cubren el país, no podemos quedar exentos del cuidado de conservar una parte de ellos, señalando las zonas en que no deben por ningún concepto, ni en ningún tiempo destruirse”, apelando a lo que él llama “…la ley del 7 de octubre del 1874”[v], haciendo referencia al decreto 2295 del 7 de octubre, pero de 1884, del cual citamos en la entrega anterior sus cuatro artículos.

Abad deja entrever la pérdida de la caoba criolla para la época, ya que menciona e insiste en presentar en Paris otras ofertas de madera que podían mercadearse como la caobanilla negra y  roja (posiblemente la Stahlia monosperma, que no es caoba), nogal  (Juglans jamaicensis), caya (Mastichodendron foetidissimum), yaya (Oxandra lanceolada (Sw.), abei (Peltophorum berteroanum), cedro (Cedrela odorata), vera (Guaiacum sanctum), drago (Pterocarpus officinalis Jacq) y otras[vi]   porque no valía la pena seguir buscando piezas de caoba cuando se ganaba más conservándola, “guardarlas”, decía, porque se ganaría gran “capital con interés, pues el árbol vivo, mientras no caduca, va ganando siempre”[vii].

Reconoce a los inmensos bosques de pino cuaba por su diseminación de semillas o regeneración natural, su crecimiento. Y recomienda que los bosques que están en suelos “poco fondo, tierras ligeras, son más necesarios y de mejor provecho que los cultivos”[viii], refiriéndose a dejar de hacer agricultura de montaña y el “conuquismo” al cual hizo referencia.

[i] José Ramón Abad (1845-1912), escritor e investigador puertorriqueño, de ideas progresistas, sirvió a República Dominicana con la divulgación científica de temas de la Agricultura y Medio Ambiente; autor de la Reseña General Geográfico-Estadística de República Dominicana, volumen creado especialmente para la Exposición Universal de París (1889). Sus escritos reflejan importantes críticas a la economía agrícola, donde radican sus aportes. Y según Bosch, fue un crítico al propio Lilís, de quien fue empleado (PT).

[ii] Abad, JR.(1889: 380). República Dominicana: Reseña General Geográfico-Estadística. Imprenta García Hermanos. Santo Domingo. Impreso por el Banco Central de la Republica Dominicana en 1973. Negritas, PT.

[iii] Ibidem. Pág. 381.

[iv] Ibidem. Pág.382,

[v] Ibidem.

[vi] Todas estas especies, otras que no citamos, están en peligro o en peligro crítico de extinción en siglo XXI, según la lista roja de especies, debido a que no se les prestó atención a estos planteamientos (PT).

[vii] Abad, JR.(1888: 383). Ob. Cit.

[viii] Ibidem. Pág. 384.

Pedro José Taveras Alonzo

Antropólogo social

Quien suscribe cuenta con 23 años de experiencia como técnico en el Programa Nacional de Reforestación que se ejecuta desde el 1997 en República Dominicana.

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