El periódico Acento, en un interesante editorial de esta semana, titulado Anotaciones sobre el pesimismo dominicano de estos tiempos y sus raíces, reseña a un grupo de intelectuales, escritores y políticos que han contribuido a fomentar el pensamiento pesimista en nuestra sociedad.

De acuerdo con el Diccionario de la lengua española, el pesimismo es la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto desfavorable; a percibir lo negativo y considerar el predominio del mal sobre el bien. Lo contrario es el optimismo, es decir, la tendencia a ver, juzgar y esperar siempre lo positivo y lo mejor de la realidad.

Ambos estados mentales o de ánimo son bioquímicos y cambiantes y dependen de la constante interacción entre la influencia genética del ser humano y su entorno medioambiental, no exclusivamente del dominicano.

Los avances de la ciencia y la técnica han establecido que el optimismo tiene su centro en la corteza prefrontal, donde ocurren procesos cerebrales y actúan unas sustancias que determinan respuestas y emociones positivas. Y el pesimismo, en cambio, en unas zonas profundas llamadas amígdalas cerebrales, asociadas al miedo, al peligro, a amenazas, a instintos de supervivencia.

Por eso, resulta difícil establecer si el dominicano es optimista o pesimista. Posiblemente en lo cultural sí, pero para la ciencia lo que existe es el ser humano en su complejidad biológica, psicología y social.

Desconozco si hay estudios neurocientíficos especializados sobre el pesimismo y el optimismo de los dominicanos, aunque se tienen evidencias de rasgos culturales. En cuanto al optimismo, se destacan el sentido del humor frente a la adversidad, la resiliencia o la capacidad de recuperarse, la creatividad en la solución de problemas y la paciencia y fe.  En torno al pesimismo, predomina la desconfianza en las instituciones, el desaliento por el nivel corrupción de corrupción administrativa y privada; y por el elevado nivel de desigualdad económico social o de pobreza; todo lo cual genera incertidumbre en el porvenir.

El dominicano ha aprendido comportamientos optimistas y pesimistas a través de su historia, sus creencias religiosas o en un orden superior, de su círculo familiar, el trabajo, su hábitos deportivos y recreativos, entre otras experiencias. Esto se refleja en expresiones como estas: “Con Dios delante”, “Estoy vivo, eso se resuelve”, “Al mal tiempo, buena cara”, “La esperanza es lo último que se pierde” y muchas más. Y frases pesimistas como: “En este país no se progresa”, “Aquí nada sirve. Todo está mal”. “Esto no tiene madre.” “Aquí lo bueno dura poco”.

Sin embargo, frente a fenómenos naturales como los ciclones San Zenón y David, que provocaron incontables víctimas, décadas atrás, un mes de septiembre; o los caídos, por acciones humanas, en la guerra de 1965, las protestas de 1984; y las 236 víctimas del desplome del techo de la discoteca Jet Set, hechos ocurridos precisamente en abril…; no se recuerda que alguien se haya ido a la tumba con las víctimas. Todos los dolientes, han sobrevivido y siguen su plan de vida; con fe y esperanza. Pongo de ejemplo el caso de mi compueblana doña Melba Segura de Grullón, quien, ya entrada en años, procreó a su única hija, a la que perdió en la tragedia de la discoteca. En respuesta, recientemente lanzó el Fondo académico y Cultural Alexandra Grullón, para apoyar sueños y proyectos de necesitados y víctimas.

Finalmente, según la Oficina Nacional de Estadísticas de República Dominicana y la Organización Mundial de la Salud, la tasa de suicidio del país se encuentra entre las más bajas de las Américas y del mundo. Por lo que, en resumen, los dominicanos somos predominantemente optimistas.  ¿Y usted?

William Galván

Profesor de psicología y antropología de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Investigador académico y consultor de empresas.

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