“La universidad no va a renunciar a su independencia ni ceder sus derechos constitucionales. Ni Harvard ni ninguna otra universidad privada puede permitirse el ser controlada por el gobierno”. Alan Garber, rector Universidad de Harvard.
El domingo pasado estuve en una de mis actividades favoritas del año: la graduación de Pomona College, la universidad en la que trabajo en California. En una columna anterior les conté de la ceremonia y lo mucho que representa para mí, especialmente por la forma en que refleja las comunidades diversas de las que vienen mis estudiantes. Nuevamente me gocé las risas compartidas con mis colegas mientras esperábamos que iniciara la graduación. Nuevamente aplaudí hasta más no poder mientras las y los estudiantes desfilaban y hasta les tomé fotos a quienes estuvieron en mis clases. Nuevamente me llené de orgullo desfilando también con el resto de profesores y profesoras mientras las familias nos aplaudían agradecidas por nuestra labor educando a sus hijas e hijos. Y nuevamente disfruté sentarme con mis colegas en el escenario detrás de las autoridades de la universidad y de frente al público, una costumbre hermosa que simboliza el rol crucial del profesorado como parte del sostén de la misión de la universidad.
Más aún, disfruté enormemente ver a una de mis estudiantes, Kara Mickas, ser parte del grupo de siete estudiantes en ganar el premio a la excelencia académica de Pomona y a una de mis colegas, la profesora J Finley, quien fue del grupo de docentes que recibió el Wig Teaching Award, el premio a la excelencia en la enseñanza, el más prestigioso de la universidad. Durante el resto de la ceremonia me alegraba cada vez que llamaban al escenario a mis estudiantes y también pensaba en la estudiante dominicana Ana Isabel Hernández quien había hecho lo mismo el día anterior en Pitzer College, una de las universidades hermanas de Pomona. (No pude asistir a la graduación de Ana Isabel pero sabía que estaba muy bien acompañada con las 20 personas de su familia que vinieron a celebrar con ella. Ya ustedes saben, ¡plátano power en acción!). Las disfruto siempre porque las graduaciones simbolizan los triunfos de Ana Isabel y de mis estudiantes y las puertas que abren las universidades especialmente para los grupos marginados.
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(Foto de Joseph Prezioso / AFP)
Pero en esta ocasión todo tenía un doble significado para mí. Aunque no lo dijera, no podía dejar de pensar (y estoy segura de que otras personas también) en el genocidio en Gaza porque la graduación del año pasado se hizo en otro recinto debido a las más que justificadas protestas estudiantiles. También pensaba en lo diferente que es el contexto en el que hacemos nuestro trabajo bajo los ataques y las amenazas constantes de representantes del Estado, algo que no se había visto en EEUU desde la caza de brujas encabezada por el senador John McCarthy y el FBI en los años ‘50 y ‘60.
Trump y sus aliados republicanos en el Congreso han estado utilizando la excusa de proteger a la comunidad judía de un supuesto antisemitismo rampante en las universidades (algo que niegan muchas de las organizaciones judías del país) para intervenir e imponer su agenda en la educación superior. El ejemplo más visible y vergonzoso ha sido el de las obligaciones aceptadas por la Universidad de Columbia en marzo pasado incluyendo que el gobierno dicte parte de sus políticas de seguridad, de disciplina y de admisiones y les obligue a asumir el control directo de departamentos enteros (los de estudios sobre el Medio Oriente, el sur de Asia y África).
Columbia, como universidad élite que es, sentó un precedente terrible al aceptar el chantaje de Trump y su gobierno quienes cancelaron más de 400 millones de dólares de fondos gubernamentales dedicados a labores de investigación en salud y en otras áreas. Pero para sorpresa del mismo gobierno, la Universidad de Harvard, la más antigua y conocida de las universidades élite en EEUU, reaccionó de manera diferente. A pesar del riesgo que representa el también haber sido amenazada con perder fondos federales, el rector de Harvard Alan Garber dejó claro en su respuesta y en las entrevistas que ha dado desde entonces que la institución va a resistir e incluso inició una demanda legal en contra del gobierno.
Como soy egresada de la Escuela Kennedy de Gobierno de Harvard, me alegré muchísimo al ver esta acción porque generalmente estoy muy orgullosa de la Kennedy pero no necesariamente de las decisiones de la universidad en general. Tal y como explicó el mismo Alan Gerber en una llamada en la que estuvimos decenas de personas egresadas, él está muy consciente de que esto no es un ataque a la universidad sino a la academia en general. De hecho, Steven Levitsky, un experto destacado en regímenes autoritarios y coautor del libro “How Democracies Die” (“Cómo mueren las democracias”), es profesor de Harvard y fue una de las personas que influyó en la forma en que ha respondido la universidad.
El mismo Levitsky ha planteado que la situación actual de ataques a las universidades, a los medios de comunicación, las empresas y las y los políticos con los que Trump no está de acuerdo genera “un problema crucial de acción colectiva”. Es decir, lo que parece ser la solución racional individual de evitar entrar en conflicto con el gobierno aceptando sus imposiciones (como hizo Columbia y han hecho otras universidades, empresas y organizaciones), simplemente agrava el problema colectivo de cómo frenar el autoritarismo. Levitsky plantea que si las universidades, el sector privado y la población en general no frenan las actuaciones autoritarias de Trump, la democracia de EEUU puede llegar a convertirse en otro ejemplo de lo que él denomina “autoritarismo competitivo”, la forma de gobierno en la que el líder en el poder logra mantenerlo de manera indefinida transformando las reglas del sistema político aunque formalmente siga pareciendo una democracia. Finalmente, el mes pasado, en parte por el ejemplo de Harvard, 150 universidades (incluyendo Pomona) se pronunciaron en contra de las políticas de Trump.
Y no se crean que no le tengo mis críticas a las universidades estadounidenses. Como le digo con frecuencia a mis colegas en EEUU, la academia en dicho país cuenta con muchos más recursos que los que tienen las universidades en el mundo en desarrollo. Sin embargo, ha cometido el error de aislarse del resto de la sociedad. Por ejemplo, contrario a lo que ocurre en países como el nuestro donde la norma es que las y los académicos compartamos nuestros conocimientos con todo el mundo (dando entrevistas, trabajando con organizaciones comunitarias, con movimientos sociales o en redes sociales), en EEUU la norma es que la mayoría de mis colegas solo interactúa con otras personas en sus respectivas disciplinas.
Esto ha contribuido (además de otros factores como el aumento exponencial del costo de tener una educación superior) a que el público esté perdiendo su confianza en las universidades. Trump y sus seguidores han aprovechado este declive usando los estereotipos que mucha gente tiene sobre la academia como la famosa frase de que es una “Ivory Tower” (torre de marfil) llena de gente que ven como arrogante y desconectada de lo que pasa con la mayoría de la población. Es importante contar con espacios para la investigación, la docencia y la reflexión pero también es importante que las universidades aprendan de sus contrapartes en Latinoamérica y otros lugares donde no nos podemos dar el lujo de no aportar a las soluciones que necesitan nuestros países. Como decía Víctor Silverman, profesor jubilado del departamento de Historia de Pomona el mes pasado, incluso quienes tenemos críticas de fondo al sistema de educación superior estadounidense, ahora necesitamos arrimar el hombro para defenderlo.
Por eso me emocionaron tanto los primeros discursos del día por parte de dos estudiantes brillantes: la presidenta de la promoción Shark Mutulili y el estudiante elegido por sus compañeras y compañeros de clase y exestudiante mío, Fares Marzouk. Shark Mutulili es de Kenia y entre sus muchos logros incluye el de haber sido seleccionada como una Rhodes Scholar, en el programa de becas más antiguo y uno de los más competitivos del mundo para estudiar en la Universidad de Oxford en Inglaterra. Lo más impresionante aún es que ya había recibido otra beca prestigiosa (Napier Initiative Fellow) para apoyar a las mujeres encarceladas en Kenia y sus familias. Shark habló de las dificultades que vivió cuando niña por la pobreza material en que vivía su familia y cómo logró superarlos con el apoyo de su comunidad y el espíritu de solidaridad que se cultiva en su país y que se expresa en la frase “I am because you are” (“Yo soy porque somos”).
Por su parte, Fares, un estudiante de ascendencia árabe y africana, agradeció en nombre de su promoción no solo a sus profesores y profesoras sino también a quienes trabajan en la limpieza, en los comedores y en la biblioteca; un gesto hermoso que deberíamos hacer todo el mundo con más frecuencia. Y me sorprendió al referirse al genocidio en Gaza mencionando el hecho de que también debería haber promociones de estudiantes yendo a sus graduaciones en Palestina. Incluso tuvo el valor de referirse a los dos estudiantes expulsados de Pomona por su participación en las acciones de protesta el año pasado. Las palabras y los hechos de Shark y de Fares nos recordaron a mis colegas y a mí por qué hacemos lo que hacemos. Cuando se lo proponen, las universidades son espacios fundamentales para cultivar el espíritu crítico y la libertad de pensamiento que necesitamos para generar soluciones nuevas y sostenibles.
La presencia del ex rector de Pomona David Oxtoby, quien recibió uno de los doctorados honoris causa, fue otro recordatorio del poder inmenso para el bien que pueden tener las universidades. No solo porque Oxtoby impulsó muchos de los cambios positivos que vemos hoy en Pomona (incluyendo en el sistema de admisiones para contar con estudiantes brillantes de todos los grupos raciales y sociales) sino también por su rol después como presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias de EEUU; otra organización que ha declarado su oposición a las políticas autoritarias de Trump. Oxtoby compartió su sabiduría en estos momentos difíciles exhortándonos a hacer tres cosas: (1) “mantenernos con esperanza incluso si no podemos ser optimistas”, (2) “hablar en defensa de quienes son vulnerables y no pueden hablar con libertad” y (3) “trabajar por el cambio tanto al nivel nacional como el local”. Pero creo que mi exestudiante Fares Marzouk lo dijo mejor: “la esperanza no es delicada, la esperanza es terca”.
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