Las aguas de los acuíferos dominicanos cantan sus lamentos. No importa si son norias que brotan de las montañas, ríos que recorren con el furor de la juventud o un lago atrapado en los límites de un territorio. Hace días me enteré de la merma de la Laguna Cabral, que está siendo secada por el impacto de terceros, en especial por un emporio azucarero. El daño afectará a más de 6,000 pescadores y provocará grandes pérdidas de biodiversidad.
El Consorcio Azucarero retiene el agua de la laguna para favorecer sus plantaciones de caña de azúcar y plátano. El Ministerio de Medio Ambiente demostró, mediante un estudio, que el uso excesivo del Canal Trujillo por parte de este consorcio está dañando la Laguna Rincón. La propuesta del Ministerio es que el Consorcio maneje con mesura el agua, utilizando el caudal de manera saludable para sus operaciones agrícolas.
Estas consideraciones son contradictorias con el valor del recurso hídrico, pues el sistema de agua no solo tiene un beneficio económico, sino también un valor ecológico fundamental para los ecosistemas de la zona. El Ministerio reconoce que el uso es inadecuado y que deben tomarse acciones más drásticas contra la empresa que impacta la Laguna Cabral.
En los procesos de uso y manejo de recursos se presentan conflictos sociales, económicos y ambientales que dejan heridas profundas en los ecosistemas. La historia es un espejo donde se escuchan las voces de comunidades, poetas y defensores ambientales clamando por una relación armónica con los espacios naturales.
La destrucción de acuíferos no se limita a las lagunas. Es un legado de modelos civilizatorios que, desde la época colonial, han priorizado la explotación sobre la conservación. Las élites europeas diezmaron sus propios bosques, lagos y ríos en nombre del poder, y esa mentalidad persiste hoy en la sobreexplotación de recursos.
El agua de Cabral se diluye entre las manos, víctima de grandes capitales que controlan tierras y aguas. La expropiación y el daño a la naturaleza son inherentes a la lógica de estos intereses. Pero la Laguna Cabral no es propiedad privada: es un ecosistema que pertenece a todos. No hablaremos de lágrimas, sino de resistencia.
Las mansiones de agua tarde o temprano generarán remolinos bajo la piel de la tierra. La comunidad, leal guardiana de estos recursos, tiene en sus manos el poder de proteger el corazón de las aguas. ¿Habrá remolinos en la piel de la Laguna Cabral? La apuesta está en la cordura colectiva y en exigir que el Consorcio rectifique sus acciones antes de quebrar este frágil acuífero.
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