Las lluvias intensas, aunque traen beneficios ecológicos y agrícolas, representan un desafío significativo para la salud pública debido al aumento de enfermedades transmisibles. Cuando llueve en exceso, sobre todo en zonas urbanas o rurales con infraestructura precaria, se generan condiciones propicias para que agentes patógenos se diseminen con mayor facilidad. Las enfermedades asociadas a la contaminación del agua, a la proliferación de vectores y a las condiciones de hacinamiento suelen incrementarse notablemente durante y después de los eventos lluviosos, afectando principalmente a niños, ancianos y personas con sistemas inmunológicos debilitados.

Las enfermedades de transmisión hídrica y alimentaria aumentan durante las lluvias debido a la contaminación de fuentes de agua. La mezcla del agua potable con aguas residuales, el desbordamiento de letrinas y pozos sépticos, y el mal almacenamiento del agua de consumo favorecen la aparición de diarreas agudas, fiebre tifoidea, cólera, hepatitis A y E, así como múltiples formas de parasitismo intestinal. Estas afecciones, muchas veces prevenibles, pueden llegar a ser letales si no se diagnostican y tratan a tiempo, especialmente en comunidades con difícil acceso a servicios de salud.

La proliferación de vectores transmisores de enfermedades es otra consecuencia crítica de las lluvias intensas. El agua estancada en recipientes, neumáticos, charcos y canales sin mantenimiento favorece la reproducción del mosquito Aedes aegypti, vector principal del dengue, chikungunya y zika. En algunos países, también se reportan casos de fiebre amarilla tras períodos prolongados de lluvias. Estas enfermedades pueden provocar epidemias si no se controla el ciclo del vector a tiempo, por lo que el trabajo de prevención debe comenzar incluso antes de que caigan las primeras lluvias.

Las condiciones sociales y ambientales contribuyen significativamente al aumento de enfermedades transmisibles en temporada de lluvias. La acumulación de basura, el colapso de sistemas de alcantarillado, el hacinamiento en refugios temporales tras inundaciones y la falta de educación sanitaria son factores determinantes. En este contexto, la vulnerabilidad social se convierte también en vulnerabilidad epidemiológica, porque las comunidades con menos recursos materiales y organizativos son las que enfrentan mayores barreras para adoptar medidas preventivas o acceder a atención médica oportuna.

Las acciones preventivas deben orientarse tanto a la comunidad como a las instituciones. A nivel doméstico, es fundamental garantizar el consumo de agua segura mediante la cloración, el hervido o el uso de filtros. También debe mantenerse una adecuada higiene de manos, de los alimentos y de las superficies de preparación de comida. A nivel comunitario, se deben eliminar los criaderos de mosquitos, limpiar canaletas y patios, almacenar adecuadamente el agua y evitar la acumulación de objetos que retengan agua de lluvia. Desde el punto de vista institucional, se requiere una vigilancia epidemiológica activa que permita identificar y notificar de manera oportuna los casos sospechosos de enfermedades febriles, diarreicas o exantemáticas, para cortar las cadenas de transmisión y evitar brotes mayores.

La educación sanitaria y la comunicación social son pilares fundamentales en la prevención de enfermedades transmisibles relacionadas con las lluvias. Es imprescindible que los mensajes lleguen de manera clara y constante a toda la población, especialmente a través de medios comunitarios, iglesias, escuelas y organizaciones de base. Cada ciudadano debe saber cómo protegerse, pero también cómo actuar en caso de presentar síntomas sospechosos o convivir con personas enfermas.

La responsabilidad ante estos riesgos no recae únicamente en el personal de salud. La prevención de enfermedades en época de lluvias requiere una respuesta coordinada entre las autoridades sanitarias, los gobiernos locales, las organizaciones comunitarias y la ciudadanía. Solo con una conciencia epidemiológica compartida podemos disminuir el impacto negativo de las lluvias sobre la salud, transformando esta temporada en una oportunidad para fortalecer la solidaridad, el cuidado colectivo y la preparación frente a emergencias.

En conclusión, las lluvias no deben ser vistas únicamente como una amenaza, sino como una ocasión para poner en práctica nuestra capacidad de organización, prevención y resiliencia. Si actuamos con responsabilidad, vigilancia y educación, podemos evitar que enfermedades prevenibles se conviertan en tragedias familiares y comunitarias. Cuidar la salud en temporada de lluvias es un deber compartido, una tarea urgente y un signo de compromiso con la vida.

Rigoberto Martínez, SJ

Jesuita y doctor en Medicina

Jesuita. Doctor en Medicina. Especialista en Primer Grado en Higiene y Epidemiología. Fue Subdirector Provincial del Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología de la Provincia de Villa Clara, Cuba. Participó en Cursos Internacionales de Dengue. Fue colaborador del Centro de Investigaciones del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK). Asesoró a distancia Estudios de Entomología Médica en Brasil. Experiencia en Control de Vectores.

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