Leer a Juan Bosch es darse un baño de pueblo. Pero si leerlo es emocionante, más emocionante fue el oírle hablar. Escuchar sus discursos era una maravilla. Cuando hablaba daba cátedras. Siempre utilizaba un lenguaje llano, sencillo, comprensible para todo el mundo. Con razón era llamado “el profesor”.
Mucha gente me pregunta por qué me gusta hacer uso de un lenguaje tan común, pero es que ese lenguaje es el que tiene “salsa”. Conversar con la gente que no ha tenido mucha formación académica constituye un disfrutar de lo cotidiano.
Hay muchas palabras que no me atrevo a decir, porque se pueden prestar a la confusión de que no conozco su verdadera forma de decirlas.
Por ejemplo, qué más encantador es escuchar a alguien que pasa por mi frente y le dice al otro “cambéame eso”, por cámbiame eso. Aunque por más que quiera no he llegado a tanto.
Hace muchísimos años, cuando se podía uno sentar en las aceras de las casas a esperar el atardecer sin temor a que viniera un asaltante, doña Yuni, doña María Polonio -mis dos amigas, (ambas fallecidas)- y yo, compartíamos esos momentos. Una tarde estábamos conversando y Miguelina, la sobrina de doña María, desde el balcón le dijo: “María, yo no quiero di a comprar pan”. Doña María, que era una de las personas más simpáticas y graciosas que he conocido (su hija Cándida heredó esa gracia), le contestó: “pue uté si va di”. Desde entonces adopté ese vocablo. Cada vez que me refiero a tener que ir digo “di”: “Yo vuá di” o “No vuá di”.
Pero qué lindo que encuentro el decir “vuá” en vez de voy. Eso sí, me cuido de que mis nietos no me escuchen para que no me imiten y piensen que eso es lo correcto.
En una oportunidad, encontrándome en un salón de belleza, una señora comentaba conmigo de la influencia que tiene el servicio doméstico sobre los niños. Un día su nieta hablaba de “vuá di”, ella no entendía y se preguntaba, pero será que habla de Wadí Isaías, que era lo que más se asemejaba, cuando después de mucho analizar y pensar se dio cuenta de que era que “no iba a ir”.
El “a sigún”, confieso que lo aprendí de Bosch, cuando en una oportunidad contaba sobre una situación que había tenido con alguien y fue cuando dijo que “las cosas se toman a sigún de quien vengan”.
Jallarme las cosas, me encanta. Me gusta preguntar a mis amigas ¿y dónde te lo jallaste? Debo manifestar que la mayoría de ellas, sobre todo las que han sido maestras, tienen una dicción perfecta y más las que vienen de Castillo, provincia Duarte, porque “a sigún” he visto, los de esa región hablan sumamente bien.
Recuerdo que cuando mi hijo iba a impartir clases a una extensión de la UASD, en Nagua, a mí me gustaba acompañarlo para disfrutar del paisaje de esa carretera. Algo que me llamaba mucho la atención era la manera de hablar de sus alumnos. Un día pregunté de dónde venían y me decían la mayoría que de Castillo y Pimentel. Tuve que recordar que Osvaldo Cepeda y Cepeda venía de allá y lo mismo Freddy Ortiz y Manuel Mora Serrano, a quien mucho admiraba mi papá. Para muestra un botón.
Constantemente hablo con un lenguaje muy coloquial, siento placer al hacerlo, claro, dependiendo con quien hable, porque para hacerlo debo tener en cuenta el nivel cultural para que no sea modelo de imitación.
Frente a mis nietos, frente a personas desconocidas, a personas con un nivel intelectual alto, no me atrevo a usar un lenguaje común. Pero de que me gustaría poder hacerlo siempre, me gustaría.
Dios me ha dado un don y es el poder interpretar una conversación por difíciles que sean las palabras.
En una oportunidad, la empleada de limpieza del colegio en que trabajábamos fue a la biblioteca a buscar un libro para su hija que se lo había mandado a leer su profesora; ella no se recordaba del título, pero me dijo -ay sí, la ladrona- comprendí que se trataba de La mañosa de Bosch. Y me dijo, ese mismo.
Es un poema el escuchar hablar del seimer, al referirse al alzheimer o a la arteria orca, hablando de la aorta, pero también he tenido que hacer un gran esfuerzo para no corregir a algunas personas, al decir la ciénega, el semáfaro, el haiga o la próstota, y si me descuido repetiré esas palabras, por lo que debo refrescar la memoria y recordar cómo las dicen ellos para decirlas bien.
Compartir esta nota