La película mexicana Nuestros Tiempos (2025), estrenada en Netflix, me ha generado una mezcla explosiva de atención y rechazo. Promocionada como el film más visto del mundo en la plataforma, y protagonizada por Lucerito y Benny Ibarra, plantea una premisa que, al menos en el papel, resulta intrigante: una pareja de científicos en 1966 logra viajar al futuro mediante un experimento fallido. El resultado, sin embargo, está muy lejos de consolidarse como una obra de ciencia ficción sólida y mucho menos como un comentario social efectivo. En su lugar, lo que tenemos es una amalgama errática de géneros, un guion perezoso y actuaciones desprovistas de credibilidad, todo envuelto en un envoltorio discursivo que aspira a ser feminista, pero cae en la caricatura y la reiteración banal.

Desde una perspectiva académica, es necesario reconocer que el cine de género en México, y especialmente la ciencia ficción, ha sido históricamente limitado tanto por presupuestos como por audiencias. Por eso, el solo intento de abordar esta temática en una plataforma global como Netflix puede leerse como un gesto valiente. Sin embargo, la ejecución de Nuestros Tiempos evidencia una falta de rigor dramático, argumentativo y técnico que debilita por completo cualquier intento de innovación.

El guion, escrito por los mismos creadores de Cuando sea joven (2022), JuanCarlos Garzón y Angélica Gudiño, fracasa en lo más elemental: establecer una narrativa coherente. En lugar de construir personajes complejos, opta por figuras planas atrapadas en un discurso constante y literal. La protagonista, Nora, interpretada por Lucero, está delineada no como un ser humano con contradicciones, sino como una encarnación casi didáctica de una tesis: todos los hombres son células portadoras de machismo, incluso los que aparentan bondad. Esta reducción simbólica empobrece el potencial dramático y convierte el discurso feminista en eslogan, negándole toda su complejidad histórica, filosófica y social.

Una de las fallas estructurales más graves es la ausencia de motivación narrativa. Los protagonistas viajan 59 años al futuro por accidente, pero nunca se establece una razón clara para regresar. No hay una amenaza, un dilema moral ni un objetivo urgente que justifique la acción. Esta falta de conflicto central dinamita el ritmo: la película se estanca, las escenas se suceden sin cohesión dramática y el espectador se sumerge en una experiencia que se percibe interminable a pesar de su duración promedio. A diferencia de Volver al futuro, donde el protagonista debe resolver una paradoja temporal bajo la amenaza de desaparecer, Nuestros Tiempos se contenta con una observación pasiva del presente, desprovista de tensión.

Otro elemento que llama la atención es la disonancia entre el contenido y la forma. La película intenta mezclar ciencia ficción, comedia, crítica social, romance y manifiesto ideológico, pero no logra cohesionar estos registros. La ciencia ficción es apenas un pretexto, sin bases técnicas ni teóricas que sustenten el viaje temporal. Las explicaciones físicas son risibles: agujeros de gusano que funcionan más como recurso mágico que como posibilidad tecnológica. No hay exploración de las implicaciones del viaje temporal ni interés en mostrar el desconcierto cultural que vivirían dos científicos de 1966 al enfrentarse con la tecnología del siglo XXI. No se problematiza la brecha epistemológica ni se capitaliza dramáticamente la potencial maravilla del descubrimiento.

En el plano actoral, el desastre es mayúsculo. Lucerito y Benny Ibarra no logran transmitir ni credibilidad profesional ni conexión emocional. Sus interacciones carecen de química, y sus actuaciones se perciben mecánicas, sin intención ni convicción. Esto se agrava en las escenas de mayor carga emocional, donde los diálogos se sienten recitados, no vividos. El caso de Renata Vaca es aún más lamentable: su interpretación no solo carece de profundidad, sino que llega a incomodar por su artificio. En conjunto, el reparto parece desconectado de sus personajes y del propio universo diegético.

La dirección de Chava Cartas, cuya filmografía incluye títulos como Mis Reyes contra Godínez y Mec Zombies, evidencia una falta de dominio sobre el tono y la atmósfera. La puesta en escena es plana, sin ritmo visual ni manejo adecuado del espacio. La dirección de actores es inexistente, y la cámara no contribuye a potenciar la narración. El montaje tampoco ayuda: las escenas no fluyen, los cambios temporales se sienten forzados y el clímax carece de peso.

Paradójicamente, los únicos elementos rescatables son técnicos. La fotografía, el diseño de producción y el sonido muestran un nivel profesional que contrasta con el resto del filme. La paleta de colores es coherente, la ambientación de época está bien lograda y el audio está cuidado. Estos tres departamentos merecen un reconocimiento independiente: han trabajado con seriedad y talento, pese al material narrativo deficiente.

Merece atención también la construcción ideológica de la película. Si bien es loable intentar visibilizar la desigualdad de género histórica, el guion recurre a una retórica simplista. Todos los hombres son cómplices del patriarcado, todas las mujeres del pasado fueron víctimas pasivas, y el presente es retratado como un paraíso de liberación sexual sin matices. Esta oposición binaria vacía el conflicto de sus contradicciones internas y transforma un problema estructural complejo en una fábula moralista.

Una de las escenas más comentadas es aquella en la que una sobrina-nieta le pregunta a su tía-abuela si se masturba. Más allá de lo provocador, el momento revela una incomodidad estructural: la película no distingue entre liberar y exhibir. Confunde la afirmación del deseo con la banalización de la intimidad. El feminismo cinematográfico requiere complejidad emocional, no provocación vacía.

En definitiva, Nuestros Tiempos fracasa por querer abarcarlo todo sin construir nada con profundidad. Intenta ser un manifiesto feminista, una comedia de ciencia ficción, un comentario social y un drama romántico, pero no domina ninguno de esos registros. La ausencia de urgencia narrativa, el pobre desarrollo de personajes y la saturación de discursos evidentes terminan por colapsar una idea que podría haber sido prometedora.

En un contexto donde el cine latinoamericano lucha por diversificarse y posicionarse en plataformas globales, Nuestros Tiempos es un ejemplo de oportunidad desaprovechada. No porque su discurso sea incorrecto, sino porque está mal narrado. La buena intención no sustituye el oficio narrativo. Y es ahí donde el cine, como arte y como industria, no puede darse el lujo de fallar.

Si tienes algo que decir, dilo. Pero no lo pongas en la boca de tus personajes si no sabes cómo contarlo con acción.

Para que el mensaje tenga poder, primero debe tener forma. Y Nuestros Tiempos es, sobre todo, una película sin forma, cuyo único mensaje rescatable es “amar es saber dejar ir”.

Gustavo A. Ricart

Cineasta y gestor cultural

Soy cineasta, gestor cultural y crítico en formación. Desarrolló mi carrera entre la creación audiovisual y el pensamiento crítico, combinando la práctica artística con estudios universitarios en Historia y Crítica del Arte. Actualmente cursa una maestría en Gestión Cultural, con el firme propósito de contribuir a la vida pública desde la reflexión estética y el análisis sociocultural. En paralelo, colabora activamente en proyectos que buscan descentralizar el acceso a la cultura y revalorizar nuestro patrimonio.

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