Nada ilustra mejor el mandamiento de humildad que nos dejó Jesús que la escena del lavatorio de los pies al final de la Última Cena con sus apósteles, gesto que impactó a sus discípulos a tal punto que Simón, a quien denominó Pedro porque sobre él edificaría su Iglesia, se resistió  fuertemente pues veía imposible que su Maestro y Señor hiciera tan humillante acto, el cual tuvo que aceptar cuando le dijo “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo”, a lo que respondió entonces entusiastamente “no solo los pies, sino también las manos y la cabeza”.

El libro de Los Evangelios relata las enseñanzas de Jesús muchas de ellas a modo de parábolas, como la emblemática del sembrador, otras simplemente provocando reflexión con pocas palabras, como cuando escribiendo sobre la arena dijo a los acusadores de la mujer adúltera que le preguntaban si debían apedrearla como mandaba la ley, “ El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra”, lo que hizo que se escabulleran uno a uno empezando por los más viejos, y una tan explícita como cuando dijo a sus apóstoles que les había dado el ejemplo de siendo el Maestro lavarle los pies, para que ellos también lo hicieran.

Y a pesar de ser una de las enseñanzas más claras y directas de Jesús, es quizás una de las más difíciles de comprender por los seres humanos, porque vivimos para buscar el reconocimiento y las riquezas de este mundo y no para atesorar un lugar en su Reino, y por eso hacemos lo contrario a sus palabras buscando acumular poder, ordenar inmisericordemente, rodearnos de quienes nos rinden loas y tributos, y por eso lejos de hacernos servidores de los demás buscamos oprimir, sacar provecho, y erigirnos como superiores, confundiendo liderazgo por virtud, con actitudes arrogantes y acciones avasallantes.

Pensar que el Hijo de Dios entró a Jerusalén en un humilde burro debería ser motivo suficiente para hacernos comprender la frugalidad de esta vida terrenal y el verdadero valor de las cosas, porque ese sencillo pero poderoso gesto marcó la historia de la humanidad y se conmemora cada año en el Domingo de Ramos, y todo el oropel, la fanfarria, el derroche de opulentas celebraciones que ha habido a lo largo de más de dos mil años desde su ascensión, languidecen ante la multitud que ayer y hoy le grita Hosanna  pidiéndole la salvación.

Todos los que nos llamamos cristianos deberíamos en esta Semana Santa hacer una introspección y examinar nuestras acciones para intentar identificarlas con cada uno de los personajes que se retratan en los Evangelios, identificar si actuamos hipócritamente como hicieron los fariseos preocupados por mantener limpios por fuera la copa y el plato, pero teniendo el interior lleno de codicia y maldad, si como el buen samaritano ayudamos al prójimo o pasamos de largo frente a sus necesidades, si ante la injusticia nos lavamos las manos como Pilato, si colocando el dinero por encima de todas las cosas vendemos al Señor por monedas de plata que solo le valieron la muerte  como hizo el traidor Judas, o si como Pedro, a pesar de que por temor negó a Cristo tres veces como este se lo había anunciado antes de que cantara el gallo, sabemos arrepentirnos y pedir perdón.

En el año 2025 después de Cristo seguimos viendo repetirse esos malos comportamientos porque poco hemos aprendido de las enseñanzas y seguimos siendo incapaces de cumplir con el único mandamiento que nos legó el Señor, amarnos los unos a los otros.  Ninguna de las maravillas creadas por el hombre ha sustituido la verdad de los Evangelios, sin embargo, continuamos resistiéndonos a sus enseñanzas y erigiendo como líderes a quienes encarnan todo lo contrario a los valores que nos legó Jesucristo, aunque algunos osen decir que actúan en su nombre, alejando el amor, la misericordia y el perdón, y sustituyéndolos por el odio, la avaricia y la arrogancia.  Que esta Semana Santa sea la ocasión propicia para recordar que Dios es amor y que, al sacrificio de su pasión y muerte por la redención de la humanidad, le sucedió la resurrección, para sembrar en nosotros la esperanza y hacernos comprender que ante la inexorable finitud de la vida existe la grandeza de la eternidad, y por eso debemos vivir conscientes de que todo se acaba y nada se lleva de este mundo, más que la paz de nuestras almas.

Marisol Vicens Bello

Abogada

Socia de Headrick Rizik Alvarez & Fernández desde el año 2000. Miembro del Comité Ejecutivo del CONEP, Asesora legal de la Asociación de Industrias de la República Dominicana (AIRD). Fue presidente de COPARDOM y de la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios (ANJE).

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