La selva tiene sus leyes eternas, inmutables. Para poder sobrevivir, los animales débiles deben saber disimularse en el color del follaje. Deben aprender a saltar a la velocidad del rayo, de una rama a la otra, y recorrer kilómetros, si fuera necesario. Si eres animal de montaña, no salgas nunca a la llanura. Si tus garras no están afiladas, nunca lances un zarpazo al león. Si tu vista no alcanza las nubes, no trates de vigilar al águila… Son leyes de la selva, eternas, inmutables, dialécticas. Quien trata de violarlas, solo tiene una suerte en su futuro: la muerte. (Por cierto, en la selva política rigen las mismas leyes).
Soy periodista con licenciatura, maestría y doctorado en unos 17 periódicos de México y Santo Domingo, buen sonero e hijo adoptivo de Toña la Negra. He sido delivery de panadería y farmacia, panadero, vendedor de friquitaquis en el Quisqueya, peón de Obras Públicas, torturador especializado en recitar a Buesa, fabricante clandestino de crema envejeciente y vendedor de libros que nadie compró. Amo a las mujeres de Goya y Cezanne. Cuento granitos de arena sin acelerarme con los espejismos y guardo las vías de un ferrocarril imaginario que siempre está por partir. Soy un soñador incurable.