Los periódicos, los comentaristas, los periodistas, la radio, la televisión y hasta los opinólogos que no sabemos de ná estamos hablando sobre el Jardín Botánico y el Centro Olímpico Juan Pablo Duarte.
El domingo pasado sé que convocaron a una cadena humana alrededor del botánico. Ese mismo día también estaba convocado otro grupo frente al Palacio Nacional para protestar por el código penal.
Yo no voy a ninguna, no porque no quiera ni me solidarice, simplemente me da miedo que se arme un reperpero, como en otras ocasiones, y yo no pueda huir hacia la derecha, como “Leoncio Lion”, aquel muñequito de hace años, pero propagué la convocatoria para que pudieran escoger a cual ir.
No soy asidua visitante del Jardín Botánico, a menos que no sea para ir al vivero o a la exhibición de orquídeas.
Al Centro Olímpico voy menos, pero me imagino el arboricidio que se ha cometido en ese lugar, pulmón del centro de la ciudad y sede de diferentes disciplinas deportivas y dotado de calles interiores cobijadas por frondosos árboles que sirven para los amantes de caminatas hacer uso de esas instalaciones.
Doy fe de la gran pena que se siente cuando talan los árboles, incluso cuando los podan.
Desde mi paraíso, mi azotea, diviso a lo lejos los árboles del parque San Miguel, hogar de los periquitos para dormir, los cuales veía salir a trabajar cada mañana y regresar cansados al atardecer.
Una mañana noté algo raro, había una gran claridad a lo lejos, me preguntaba qué era…
Habían podado los árboles, los periquitos no tenían hogar y tuvieron que emigrar. Gracias a Dios que no han cambiado de ruta, siguen volando sobre mí cada mañana y cada tarde.
También notaba un gran claro frente a mi casa. Habían talado un árbol. Cada mañana siento ese vacío. Siento tristeza.
En mi jardín tengo una planta ornamental regalo de una sobrina, como no tengo mucho conocimiento de botánica, averigüé cómo se llamaba, se trata de “mala madre” porque va botando los hijos a diestra y siniestra. No hay un tarro en donde no aparezca una matica. Es más, me tiene hasta la coronilla. Tengo dos en diferentes sitios, es muy bonita, pero como me está jugando una mala pasada, cuando riego todas las plantas las paso por alto, pero luego me da un sentido de culpa y al final también las riego, porque ellas no me pidieron que las plantara.
En un viaje a Nueva York, hace muchos años, cuando fui a conocer la Zona Cero, mi hermana me preguntó que qué sentí, le dije que pensé en todos los que fallecieron, pero que en realidad como no conocí lo que había antes, no podía establecer una comparación, ni extrañar nada.
Puedo hablar tanto del Botánico como del Centro Olímpico y, aunque no soy asidua, me duele lo que sucede con ellos, pero comprendo la gran pena que sienten los que sí hacen uso diario de los mismos porque sí saben lo que había en un caso y lo que hay en otro.
Me entristece y me solidarizo con los asiduos del Botánico, el de mutilarlo si el proyecto va, y del Olímpico, ya que cada vez que vean ese hueco, ese vacío y esa claridad en donde todo era naturaleza y se podía apreciar la mano de Dios al crear las plantas, sentirán la tristeza al perder una parte de su vida.
Los que tienen el poder de decisión, piensen no solo en los árboles, piensen también en la gente que los ama porque, según parece, “van a desvestir un santo para vestir otro”.
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