Debo disculparme con los lectores por el retraso en la publicación de este artículo, el cual debió salir hace unas semanas. La demora se debió a que quien suscribe se tomó un merecido receso para reflexionar, interiorizar y renovar energías, practicando el autocuidado con el propósito de fortalecer su salud mental.

El concepto de salud mental no debe asociarse únicamente con personas que han sido diagnosticadas con algún trastorno, como tradicionalmente se ha hecho, generando estigmas. La salud mental abarca mucho más.

Se refiere, entre otras cosas, a la capacidad de autocuidado, a la calidad de las relaciones familiares, a la adaptación a los cambios del ciclo vital y de las relaciones interpersonales, a la resolución de conflictos laborales, al manejo del tiempo dedicado a redes sociales y tecnologías, al uso saludable del tiempo libre y las actividades al aire libre, a la comunicación asertiva e incluso a la práctica de ejercicio físico, entre otros factores.

Al considerar todos estos aspectos, se vuelve evidente que la profesión docente —que implica una jornada de aproximadamente ocho horas diarias, cinco días a la semana, sin contar el tiempo adicional dedicado en casa a la corrección de exámenes o la planificación de clases— no siempre permite una distribución adecuada del tiempo para alcanzar un buen estado de salud mental.

Quienes entendemos que la función docente es un recurso esencial para preparar a las personas para la vida —más allá de la mera formación académica— reconocemos que la educación, en todos sus niveles, constituye el eje principal de la transformación social de cualquier país.

Ser docente hoy implica asumir múltiples roles: aventurero, mago, cuidador, personaje de ciencia ficción, caricaturista, evangelizador, historiador, cuentacuentos, padre, madre, abuelo… En resumen, se condensan en una sola profesión las características de muchas otras, en un sistema educativo marcado por la incertidumbre, los vaivenes y la pérdida del objetivo central de la educación: la formación integral del estudiante.

En este contexto, los docentes deben estar atentos al "síndrome de burnout" o agotamiento emocional, una sensación frecuente de no poder afrontar la situación, que puede deteriorar el amor y la pasión que se entregan a la práctica educativa. Como señala Arias (2015), este síndrome puede desencadenar un profundo desgaste profesional.

Este tipo de entorno laboral propicia la improvisación, la acumulación de conocimientos superficiales, la sobrecarga de tareas ambiguas y múltiples requerimientos que saturan al profesional de la docencia. Todo esto limita su accionar pedagógico, afecta su salud emocional y puede derivar en un desgaste severo que lo conduzca, eventualmente, a abandonar los espacios de aprendizaje.

Sugerencias para mejorar la salud mental de los docentes:

Con estas breves recomendaciones, deseo expresar mi reconocimiento y gratitud a las maestras y maestros, deseándoles un feliz día en este mes de junio.

EN ESTA NOTA

Pedro José Vásquez

Psicólogo y educador

Pedro José Vásquez Castillo, M.A. Psicólogo clínico, profesor universitario, terapeuta familiar y de pareja. En los últimos años de ejercicio profesional se ha concentrado en PTSD, TCA y suicidios. Consulta privada en Hospiten Santo Domingo.

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