Hace pocos días, se eligieron, en la República Dominicana, los representantes de la Cámara de Cuentas. El proceso de selección de los miembros de este organismo implicó varias fases. Los partidos políticos y diversos sectores de la sociedad civil estuvieron atentos a los resultados. Durante el desarrollo del proceso de deliberación, se revisaron prácticas y decisiones de representantes del organismo indicado. Se pudo observar el carácter y la importancia que se le confiere a la Cámara de Cuentas. Se observó, también, el historial de infracciones y negligencias en la historia de esta Cámara. Se constató una trayectoria plagada de fábulas; y, por ello, la necesidad de realizar cambios significativos en su perfil y en su actuación.
El empeño por instituciones transparentes y eficientes ha de ir más allá de la Cámara de Cuentas; ha de convertirse en una cultura institucional y social. Si se pone el foco en una institución, al margen de lo que realicen las demás, se aporta poco; se ralentiza el desarrollo del país. Por tal motivo, el gobierno dominicano, el gobierno municipal y los dirigentes de las instituciones del país, han de pasar del discurso de la rendición de cuentas, a la acción concreta. Avanzar en esta dirección constituye un freno a la corrupción institucionalizada. Además, supone una oportunidad para que las generaciones emergentes se identifiquen con una lógica que rompa con la simulación y el ocultamiento como cultura.
La práctica continua de acciones que contravienen la verdad se ha convertido en algo habitual. Los hechos reales se disfrazan y se tergiversan. La mentira se asume con naturalidad; se despliega por doquier. Con base en estas mentiras, se toman decisiones que afectan a las personas, a las instituciones y, por tanto, a la sociedad. Estos hechos demandan rendición de cuentas en los ámbitos institucionales y sociales. El desarrollo del país no depende sólo del auge de la macroeconomía. Es preciso poner el acento en una sociedad menos simuladora y en instituciones más responsables, no sólo de su repunte económico, sino también de su seriedad en el modo de pensar y de actuar institucionalmente.
Asumir la rendición de cuentas como cultura institucional y social, en el país, compromete a las personas y a las instituciones. Este compromiso no se adquiere por generación espontánea. Demanda atención sistemática en el seno de las familias y procesos educativos diáfanos y coherentes. El estado disfuncional de un alto porcentaje de las familias del país pone en riesgo la formación comprometida con prácticas y decisiones nítidas. Desde esta perspectiva, se hace más urgente que las instituciones educativas se constituyan en referentes de la rendición de cuentas. Es necesario que sean modelos de entidades corresponsables en la construcción y defensa de acciones y decisiones fundadas en la verdad, en la limpidez.
Los centros educativos de todos los niveles han de fortalecer su responsabilidad con la cultura de la transparencia. En los centros educativos, los estudiantes, docentes y personal administrativo y técnico han de aprender, han de vivir, la rendición de cuentas. Esto no es opcional, es un deber de todas las instituciones, especialmente de las que actúan en el sector educación. La preocupación por el aprendizaje de las ciencias y de las tecnologías ha de ir acompañada de un interés creciente y obligado por la cultura de la transparencia. Para ello, los centros educativos, las universidades, los institutos de educación superior y las asociaciones de estas instituciones han de comprometerse con la rendición de cuentas. Han de superar toda práctica que refuerce la doblez como método.
La rendición de cuentas como cultura institucional y social supone un cambio de mentalidad y de práctica. El foco ha de ser la educación de las actitudes, la propuesta de valores, orientados no sólo al bien personal, sino al bien colectivo. Se ha de pasar del yo al nosotros, para comprender la necesidad de una sociedad más verdadera y menos simuladora. La creación de la cultura de la verdad es difícil en los tiempos de posverdad que vivimos. Pero, este es el desafío, establecer rupturas con métodos y actuaciones para esconder, para falsear el discurso y los hechos. Los sectores de educación de Pregrado y de Educación Superior no pueden eludir su compromiso con la cultura de la transparencia.
Compartir esta nota