Cuando mundos que aparentemente se ignoran se cruzan, se produce un choque cultural inevitable. En República Dominicana existe un amplio submundo que prospera en sectores marginados, encontrando en la miseria y la extrema vulnerabilidad un terreno fértil para su desarrollo. En este entorno los códigos sociales se invierten y entremezclan, dando lugar a una auténtica “cultura del subdesarrollo”, con símbolos y expresiones propias que se difunden a través de las redes sociales y algunos medios de comunicación.

Recientemente, la visita de la autodenominada “Profezorra”, invitada por el alcalde de Santo Domingo Oeste, a una escuela pública en El Café de Herrera, ha desatado una ola de indignación. En esta ocasión, la invitada ofreció una charla sobre sexualidad, presentándose como una mujer polifacética: experta en educación sexual, higiene íntima y relaciones de pareja. Durante su intervención, incluso regaló dinero a estudiantes que respondieron correctamente sus preguntas. Se despidio con  una frase emblemática: “A las chicas les digo: menos señora y más zorra”.

El impacto de su visita no tardó en generar revuelo. Instituciones como el MINERD, CONANI y el despacho de la Primera Dama condenaron el hecho, calificándolo como una aberración. Por su parte, la Alcaldía de Santo Domingo Oeste defendió la actividad, argumentando que el alcalde ha promovido charlas educativas desde el inicio de su gestión, lo que debería llamar la atención de las autoridades responsables de supervisar estos programas en los centros educativos.

Este incidente plantea, sin embargo, una paradoja preocupante: mientras se niega una educación sexual integral a los estudiantes, figuras controvertidas como esta terminan ocupando ese espacio vacío. En su cuenta de Instagram, la “Profezorra” escribió:

"Háblenle la verdad a la juventud. #NiñasEmbarazadas porque los padres no les hablan de eso. No se protegen, no usan protección, porque los papás les ocultan la realidad. Lo hacen a escondidas, en silencio, y este es el resultado."

La situación deja al descubierto,  entre otros temas, el de la profunda falta de educación sexual en el país y el de los embarazos en adolescentes. El vacío de políticas adecuadas puede abrir paso a mensajes polémicos y figuras cuestionables que no cuentan con el enfoque necesario para guiar a la juventud de manera responsable y ética.

Chukito, el Niño Beta, es otro fenómeno propio de los barrios empobrecidos, trascendiéndolos debido a la difusión morbosa que algunos comunicadores, desde las redes sociales y la música hacen de este tipo de historias.

En su infancia, Chukito se destacaba como un prometedor deportista, pero sucumbió a la influencia de un entorno que glorifica la violencia y la delincuencia. A los 14 años, “Chukito, el Niño Beta” se convirtió en un nombre temido en su comunidad. Su vínculo con actos de violencia lo llevó a ser señalado como joven sicario por las autoridades y a pasar por la cárcel de menores. Tras su liberación, enfrentó a la Policía, sembró el terror en barrios enteros y, finalmente, perdió la vida de manera violenta.

Lo más impactante de su historia no es solo su corta edad, sino cómo un menor adoptó un estilo de vida criminal influenciado por un contexto que celebra la violencia como símbolo de poder. Durante su vida y tras su muerte, varias canciones con ritmos pegajosos y letras explícitas lo glorificaron, perpetuando su figura como un mito en lugar de una advertencia.

Chukito no es un caso aislado, sino un reflejo de una problemática social más amplia: niños y adolescentes que imitan lo que consumen en la música, los medios y las redes sociales, sin medir las consecuencias.

El fenómeno se agrava cuando programas como los conducidos por Ramón Tolentino o Entre la Verdad y el Mito, alimentan esta narrativa, otorgando vigencia al mito de Chukito. Incluso tras su muerte, su presencia persiste en las redes sociales, con cuentas activas que parecen manejadas por familiares, contribuyendo a su perpetuación como figura icónica en lugar de un ejemplo trágico.

La historia de Chukito, el Niño Beta, ilustra el impacto devastador de un entorno que glorifica la violencia y dónde se carece de oportunidades reales. Aborda, además, la responsabilidad de los medios en construir o destruir narrativas que influyen profundamente en los jóvenes de contextos vulnerables.

Elisabeth de Puig

Abogada

Soy dominicana por matrimonio, radicada en Santo Domingo desde el año 1972. Realicé estudios de derecho en Pantheon Assas- Paris1 y he trabajado en organismos internacionales y Relaciones Públicas. Desde hace 16 años me dedicó a la Fundación Abriendo Camino, que trabaja a favor de la niñez desfavorecida de Villas Agrícolas.

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