Recientemente se celebró la 80va Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en su Sede Central en Estados Unidos, New York. En momentos de difícil panorama mundial, ese encuentro de estados miembros, tenía entre sus temas de agenda la aprobación del estado palestino en momentos en que se produce una guerra entre Israel y Hamás, no digo Palestina, pues si bien los Hamás son palestinos, la madeja estructural de este grupo representante en estos momentos del estado palestino, era de esperarse que dividiera los países miembros de la ONU, pues de un lado sabemos que Israel de por sí no se opone a este estatus, solo que advierte que su seguridad como país queda al antojo de las acciones y ataques de Hamás y por tanto, su fragilidad es evidente.
Sin embargo, esta aprobación por parte de la mayoría de los estados miembros de la ONU, nunca se preocupó en saber si Hamás cree en la existencia del estado de Israel, lo cual desplaza y parcializa la aprobación por parte de la ONU. Debieron los países miembros preguntar si Hamás, no los palestinos, están de acuerdo con el reconocimiento de Israel como estado soberano.
De un lado este tema de agenda era de esperarse su conflictividad, como igualmente la situación bélica en el mundo y los intereses que se mueven detrás de estas confrontaciones militares, generando un cuadro mundial frágil y con estallidos recurrentes de conflictos, y otros aun activos luego de muchos años sin solución.
Extrañamente no se abordaron las distintas violaciones a los derechos ciudadanos en distintas regiones, como en los casos de los estados islámicos fundamentalistas, donde no solo se pierden estos derechos, sino, y más lamentable, imponen creencias, dioses, normas y estilos de vida absolutamente inadmisibles, negadores de toda forma de derechos y de una plataforma democrática inexistente. Ante estos múltiples ejemplos de violación, la ONU no abordó estos temas.
Muchas cosas relacionadas con la función, orientación, propuestas y sugerencias de la ONU parecen estar apoyadas en narrativas preestablecidas y contaminadas por muchos de sus funcionarios que de continuar, podría debilitar su funcionamiento
Parecía, el desarrollo de las plenarias, puras galleras de dime y diretes entre los discursos y tendencias de muchas delegaciones, y no un interés de arbitraje que debería ser el papel de la ONU. No es activar conflictos, tendencias, posiciones, ideologías, sino crear el ánimo que permita diálogos y soluciones como parte de lo que fuera en sus inicios sus funciones.
El escenario se prestó para escuchar discursos, risibles y los hubo incendiarios, necesidad de aclaraciones a los presentes ante posturas particulares de gobiernos y estados, boicot y ausencias intencionales, aplausos de simpatías a determinados temas y posturas, discursos de barricadas que disminuyeron la sobriedad del lugar, como agrupamientos y parcelas de estados y sus representantes fragmentando en varios momentos el quorum, y retiros de delegaciones que se vieron irrespetadas, todo eso se vio en esta Asamblea Anual de la ONU.
Todo este cuadro triste, preocupante y con pocos resultados, desdice de la autoridad, autonomía y peso moral de este organismo que debe velar por un equilibrio del mundo sin parcialización, que solucione conflictos particularmente complejos y evitar un incremento en las confrontaciones mundiales y apagando la chispa de eventuales conflagraciones. La inclinación de sus voceros hacia una narrativa no contribuye a la unicidad de intereses que ella representa, por el contrario, se convierte en ente de confrontación negando su esencia.
Tanto los discursos oficiales de las delegaciones, el pugilato dentro del salón, los retiros mediados por grupos de estados para no escuchar al otro, como los manejos condicionados de los temas mundiales de la ONU, le ha hecho perder su arbitraje, respeto y autoridad en momentos en que es necesario una institución que medie ante el creciente y complejo panorama mundial.
La ONU ha sido cuestionada por la aplicación de políticas que desautorizan a los gobiernos en temas delicados como la migración, frontera y otros temas igualmente conflictivos y estos vendrán como un huracán en su momento. El manejo tecnocrático de temas con implicaciones políticas e ideológicas debe revisarse para evitar una quiebra de este importante organismo, así como, la innecesaria toma de partida ante conflictos regionales e internacionales que le hacen perder su imparcialidad que lo fragmenta y debilita su arbitraje y autoridad creíble por parte de los estados miembros.
Muchas cosas relacionadas con la función, orientación, propuestas y sugerencias de la ONU parecen estar apoyadas en narrativas preestablecidas y contaminadas por muchos de sus funcionarios que de continuar, podría debilitar su funcionamiento, en todo caso, seguimos creyendo en su necesaria existencia y por su puesto en su obligatoria mutación hacia nuevos retos y posturas menos selectivas y más consensuadas, para que nunca pierda su papel fundacional de mediar para lograr una mejor convivencia y relaciones e2n la comunidad de naciones que la conforman.
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