Durante décadas, la República Dominicana ha demostrado que sabe competir cuando decide hacerlo en serio. El ejemplo más evidente es el turismo. El país fue capaz de mirarse frente a su entorno, compararse con otros destinos, identificar debilidades y pulir su propuesta hasta convertirse en uno de los principales destinos turísticos del mundo, primero del Caribe y segundo de Latinoamérica. Ese liderazgo no fue producto del azar, sino de una visión estratégica sostenida, apoyada en políticas públicas, procesos claros y una narrativa país coherente.
Sin embargo, cuando observamos a la República Dominicana desde la óptica de la educación internacional, el panorama es distinto. En este ámbito, otros países de la región se nos han adelantado. Hoy, destinos como Costa Rica, Panamá y Colombia han desarrollado ofertas educativas más claras, con procesos mejor organizados y facilidades más atractivas para estudiantes internacionales. No solo captan talento joven, sino que fortalecen su posicionamiento turístico, económico y cultural a largo plazo. La educación y el turismo, lejos de competir, se refuerzan mutuamente.
Algo similar ocurre con México, Argentina y Brasil, que han logrado posicionar una verdadera marca educativa. Sus sistemas resultan reconocibles y confiables para quienes, desde otras latitudes, consideran viajar a América Latina en un programa académico. No se trata únicamente de universidades, sino de una narrativa país que entiende la educación como un activo estratégico.
Cuando hablamos de movilidad académica, además, solemos imaginar casi exclusivamente a estudiantes universitarios. Sin embargo, a nivel global existe una realidad mucho más amplia y menos visible. Cientos de miles de jóvenes participan cada año en programas de movilidad de secundaria, así como docentes que realizan intercambios educativos en ese mismo nivel. Se trata de una movilidad temprana y profundamente formativa, que moldea visiones de mundo, liderazgos y vínculos duraderos entre países.
La República Dominicana no es ajena a esa historia. AFS comenzó a operar en el país en 1962, pero no fue sino hasta 1974 cuando se comprobaron las condiciones de seguridad necesarias para recibir estudiantes internacionales de secundaria en programas interculturales de movilidad. Aquella decisión respondió a evaluaciones rigurosas del contexto social y comunitario del país. Desde entonces, las condiciones de la sociedad dominicana han mejorado de manera sostenida y de forma especialmente notable desde que la inversión pública en educación comenzó a transformar el sistema educativo nacional.
Hoy, tanto en lo público como en lo privado, el sistema educativo dominicano está mejor que nunca antes. Hay más centros fortalecidos, más docentes formados y una mayor apertura al intercambio internacional. Quizás todavía sorprenda a algunos saber que estos programas han sido posibles gracias al acompañamiento constante de voluntarios, pero sobre todo gracias a familias dominicanas que, de manera completamente voluntaria, abren las puertas de sus hogares a jóvenes extranjeros sin recibir ningún beneficio monetario a cambio. Lo hacen valorando la oportunidad de abrir su casa al mundo, de compartir su cultura y de forjar vínculos humanos que prevalecen más allá del tiempo y las fronteras. Ese capital social silencioso ha sido, durante décadas, uno de los mayores activos del país.
Y, sin embargo, persiste una paradoja. A pesar de esa apertura social, comunitaria y educativa, todavía existen barreras que no se corresponden con la imagen de país abierto y hospitalario que la República Dominicana proyecta en otros ámbitos. Barreras que no siempre son evidentes para quienes toman decisiones, pero que resultan claras cuando se observa el país desde una perspectiva comparada.
Entre ellas se encuentran procesos de visa de estudiante poco estandarizados, con tiempos de respuesta difíciles de conciliar con calendarios académicos internacionales; requisitos documentales extensos o poco claros; y una transición confusa entre estatus migratorios que puede generar incertidumbre incluso cuando existe voluntad de cumplimiento. A esto se suma la centralización del Permiso de No Residente exclusivamente en la Dirección General de Migración, lo que limita la agilidad territorial del proceso y coloca al país en desventaja frente a destinos donde trámites equivalentes se gestionan de manera más cercana al territorio.
Existen también obstáculos de diseño institucional más amplios. La República Dominicana aún no cuenta con una política nacional explícita de internacionalización educativa que articule educación, migración y relaciones exteriores. Los procesos de reconocimiento académico para trayectorias educativas entrantes son poco visibles, y la movilidad educativa entrante no ha sido posicionada como una prioridad estratégica de país. Todo ello alimenta una percepción de incertidumbre administrativa que pesa más que los riesgos reales.
Convertirnos en un referente educativo del Caribe y de América Latina no es una aspiración abstracta. Es una decisión estratégica. Y como toda decisión de país, exige mirar más allá del corto plazo y entender que cada estudiante que formamos hoy es un puente que construimos para mañana.
Estas brechas se reflejan, además, en la reputación internacional. La confusión entre movilidad académica y migración irregular, la asociación casi exclusiva del país con el turismo y la escasa visibilidad del sistema educativo dominicano como destino internacional terminan afectando decisiones de familias, estudiantes e instituciones extranjeras. No se trata de falta de capacidades, sino de falta de alineación entre la realidad educativa del país y los marcos que la hacen legible y confiable hacia fuera.
Desde organizaciones como AFS Intercultura, con presencia global, podemos ver con nitidez estas diferencias al contrastar la experiencia dominicana con la de otras naciones, incluso dentro de nuestro propio entorno regional. No como una crítica, sino como una oportunidad clara de mejora.
En ese sentido, resulta justo reconocer la apertura que ha mostrado el actual Ministerio de Educación para trabajar de manera proactiva en la internacionalización del sistema educativo y en la creación de condiciones que permitan que las escuelas dominicanas se abran cada vez más al mundo de los intercambios culturales. Esa disposición al diálogo y a la innovación es una señal alentadora y necesaria si aspiramos a dar el siguiente salto como país.
Desde AFS, como organización con presencia global y seis décadas de trabajo en la República Dominicana, estamos disponibles para poner nuestra red internacional, nuestra experiencia y nuestro capital humano al servicio de este sueño formativo. No como actores aislados, sino como aliados de una visión país que entiende la educación internacional como inversión estratégica de largo plazo.
Mirar hacia el Caribe y hacia América Latina es, quizás, el ejercicio más estratégico que podemos hacer en este momento. La República Dominicana tiene una posición geográfica, cultural y simbólica privilegiada para convertirse en el principal polo educativo de las Antillas y de Latinoamérica, el espacio natural donde se formen las próximas generaciones de líderes regionales. La educación es la herramienta más poderosa que tenemos para construir lazos tempranos que, con el tiempo, se traducen en cooperación, confianza e influencia regional.
Asumir ese rol implica entender que la movilidad educativa no comienza ni termina en la universidad. Empieza mucho antes, en la secundaria, se fortalece con el intercambio docente y se consolida en la educación superior. Los obstáculos aquí señalados no distinguen niveles. Afectan tanto a los programas de movilidad en secundaria como a la movilidad académica universitaria, y condicionan la percepción de la República Dominicana como destino educativo integral.
Si aspiramos a competir con seriedad en este terreno, debemos aplicar la misma lógica que tan buenos resultados nos dio en turismo. Compararnos sin complacencia, aprender del entorno, ordenar procesos y alinear la educación internacional con una visión clara de país. No se trata de inventar capacidades nuevas, sino de remover barreras que ya no se corresponden con la apertura social, educativa y cultural que la República Dominicana demuestra en otros ámbitos.
Convertirnos en un referente educativo del Caribe y de América Latina no es una aspiración abstracta. Es una decisión estratégica. Y como toda decisión de país, exige mirar más allá del corto plazo y entender que cada estudiante que formamos hoy es un puente que construimos para mañana.
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