No quiero dejar pasar por alto, en este análisis de la moralidad dominicana, lo que está sucediendo en el caso SENASA y el Leonardo Da Vinci. Apoyándome en lo que brinda la prensa y asumiendo que es posible que algunas de las acusaciones sean infundadas, ambos casos muestran el alto grado de degeneración moral de una parte de la clase media alta dominicana. Más allá de la moralidad trujillista, esos sectores responden a los valores que ha impuesto el neoliberalismo a escala planetaria. De cristianos tienen poco; en cambio, la codicia y el desprecio por la vida de los que no son de su grupo (en ambos casos) es una guía de conducta muy generalizada entre ellos. ¡Excepciones hay!
Volviendo a mi argumento central. Existen dos momentos muy destacados en nuestra historia en que los valores del Evangelio enfrentaron la moralidad del poder y la codicia. Ocurrieron otros, pero estos dos supusieron un momento trascendental en que el mensaje de Cristo fue proclamado con valor y a riesgo de la vida de quienes fueron verdaderos profetas y no instrumentos al servicio de los grupos dominantes para sostener la moralidad que justifica la opresión, la desigualdad y la expoliación de los más pobres.
El primero son los dos sermones de Montesinos elaborados por los dominicos que habían llegado el año anterior a la isla. Predicados el 21 y el 28 de diciembre del 1511. Este año (2025) se repiten ambos días en domingo. El eje fundamental de ambos sermones es que los aborígenes son seres humanos con los mismos derechos que los europeos. La explotación de los taínos tenía como propósito enriquecer a los castellanos. Reclamar el derecho de los aborígenes a ser considerados como seres humanos erosionaba la riqueza de los encomenderos castellanos y de la corona que robaba a los pueblos del Caribe. Las leyes de Burgos (1512) poco impactaron en la situación real de los taínos; ni siquiera el gobierno de los Jerónimos pudo salvar del genocidio a nuestro pueblo originario.
El segundo fue la carta pastoral de los obispos dominicanos por la fiesta de La Altagracia (21 de enero de 1960). Fueron tres documentos. La Carta Pastoral que se leyó en todas las iglesias del país, la carta a Trujillo con una copia de la Pastoral y la enviada a los sacerdotes de ambos cleros y a los religiosos sobre participación de carácter político. Las tres cartas están fechadas el lunes 25 de enero de 1960, Fiesta de la Conversión de San Pablo.
Esa Carta Pastoral fue una auténtica recriminación a la moralidad trujillista desde la moral cristiana. Una defensa radical de los derechos de todos los seres humanos, igual que la prédica de Montesinos. Los obispos negaban la pretensión de Trujillo —la misma que hereda la élite dominicana en el siglo XXI— a normar la vida de los dominicanos y dominicanas. A domeñar su libertad y decidir sobre su vida y su muerte.
Destaco algunos puntos, pero invito a leerla a todos los bautizados, sobre todo frente al caso de los derechos de los homosexuales en las Fuerzas Armadas. Lo primero es que los obispos definen su vocación de “cuidar el espiritual rebaño, confiado por la Bondad Divina a nuestra solicitud (que por tanto) no podemos permanecer insensibles ante la honda pena que aflige a buen número de hogares dominicanos”. Vocación permanente, que reafirmó Francisco cuando los obispos dominicanos lo visitaron en el 2015. Los obispos no están llamados a ser voceros de gobiernos, ni de instituciones públicas, solo del Evangelio.
Nuestros obispos señalaron directamente que “La caridad debe ser la compañera y hermana inseparable de nuestra vida, siendo ella la ley fundamental del cristianismo, la ‘cédula personal' de identidad de los seguidores del Evangelio, de los discípulos de Cristo, de los redimidos en su sangre y en su gracia”. La caridad, el amor, siempre debe ser el propósito de todo bautizado y no la discriminación o la indiferencia frente al dolor de muchos por motivos de prejuicios. La referencia a que la caridad es la cédula personal del cristiano fue un golpe directo al símbolo del trujillismo y su moralidad: la palmita.
El episcopado de 1960 se desprende de cualquier “fidelidad” a un Estado o una institución como el ejército trujillista. La dignidad humana está por encima de todo ello. “La raíz y fundamento de todos los derechos está en la dignidad inviolable de la persona humana. Cada ser humano, aun antes de su nacimiento, ostenta un cúmulo de derechos anteriores y superiores a los de cualquier Estado. Son derechos intangibles que ni siquiera la suma de todas las potestades humanas puede impedir su libre ejercicio, disminuir o restringir el campo de su actuación”. Los derechos de los pobres, de las mujeres, de los haitianos que viven en nuestro país, de los homosexuales, de todo ser humano, están por encima de leyes o instituciones.
Y citando a Pío XII, señalan los obispos que “la libertad solamente puede florecer donde el derecho y la ley imperan y aseguran eficazmente el respeto a la dignidad, así de los particulares como de los pueblos”. ¿Y no es acaso lo que ha hecho el Tribunal Constitucional? En la misma Carta Pastoral de 1960, los obispos señalan que “la Iglesia Católica, Madre universal de todos los fieles, ha sido en todo momento la defensora más ardiente y más sufrida de esos sagrados derechos individuales”. Negar los derechos de las personas no es tarea de la Iglesia, sino lo opuesto: defenderlos.
La carta pastoral comenzó a definir los derechos que defiende a partir de su raíz: el derecho a la vida. Y cuando hablamos del derecho a la vida, no seamos como los que se ocupan exclusivamente del no nacido y, para mayor pecado, de los no nacidos de una nacionalidad particular. La vida es la existencia total e integral de TODO ser humano, del cuidado de su cuerpo y su psiquis, de sus medios de existencia y su ocio, de acceso al estudio y una casa digna, de una pensión adecuada para vivir sus últimos años, del respeto a todos sus derechos. El próximo viernes seguimos con la Carta Pastoral de 1960.
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