En el mundo de la Ilustración los polos culturales se envolvieron entre la tempestad y el empuje. Eso trajo consigo una revolución cultural que permitió que nuevos cantos surgieran y que se crearan los fuegos que transformaron al mundo occidental que se nombró como la: “Modernidad”.
En Alemania nace la extraordinaria obra de Goethe, “Los sufrimientos del joven Werther” (1774) o “Los bandidos de Schiller” (1781) ambas obras sirvieron de bases a las grandes creaciones del clasicismo alemán. Yo amo esos gustos clásicos, que también alocaron a los franceses con la filosofía de Rousseau o la poética de Eric Young en el mundillo británico.
La historia de la Ilustración nos muestra el poder del individualismo con la pasión del romanticismo, lo cual crea una nueva sensibilidad en la textualidad. Empero fue un período donde el jardín del racionalismo científico floreció en los discursos académicos. Esos dos polos crearon polémicas en el marco de la ética y de la conformación de un protagonismo del derecho y de la conciencia.
Ese mundo, aparentemente, desapareció con la revolución cibernética y el desarrollo de tecnología de punta de hoy día como los drones y misiles. Dice Baudrillard que esta nueva era se ha de llamar el mundo de los insomnes, pues se ha destruido el reposo de la noche, por tantas vigilias en fisgoneo cibernético.
El filósofo francés aclara que es una hipertrofia de la vigilia. Para mí es una extensión melancólica de seres torturados por una contemporaneidad, la cual diseña vicios de voyeuristas y exhibicionistas en la que se dice poseer la verdad. Sin embargo, no saben apuntar o no pueden saber dónde se encuentra esa verdad. Es lo que define el mundo postmoderno.
En mi parecer, aquella depresión y melancolía propia de viejos siglos, no ha desaparecido, todo lo contrario, se ha acentuado con las guerras y la banalidad de los juegos de la representación por la apariencia, el éxtasis y la ilusión del poder.
Yo evoco el arte de la idiotez, pues existe una locura mansa que se sostiene en el deseo como reglas simbólicas inconscientes, mientras los otros, aquellos que dicen tener la verdad en sus manos, tienen una locura peligrosa, porque buscan la razón que se ampara en el control y el poder. Lo opuesto a la locura es la razón. Por consiguiente, si hay una verdad, se busca sentido, pero su reverso es el sinsentido.
En la imaginería popular y en el ego académico positivo se cree que solo hay una cara, que es una verdad. Por si fuera poco, una verdad empírica.
Tal como dice Deleuze, se pretende operacionalizar con tales cosas, lo que acaba convirtiéndose en un acto de dominio. Eso es lo que han de llamar la razón ilustrada. Aquella búsqueda empírica y matemática de lo que consideran, la verdad como acto real o como acto de poder.
En el caso del pensamiento, si conocemos su dispositivo, conocemos la finitud. De ahí que todo acto escritural, no tendría ningún secreto, porque ya está en el plano de la conciencia. El acto no es azar. Lo único que puede producirse es el vacío, una zona de atracción irresistible en la cual, las cosas tienden al abismo. A eso se le llama encontrar el deseo secreto de las cosas que brotan, como dice Mallarmé, por medio del deseo.
Esto se reconoce como una difución que forzosamente nos plantea que la inutilidad, no es lo que define la pasión. Por tal razón, la energía se puede definir como la pasión que tiende a un fin, pero resulta que ese fin, se produce en la falta. Lo que existe en lo real es la intensidad y se desplaza al lenguaje y al texto.
Este fisgoneo no es más que una búsqueda del otro, completamente desprovisto de la figura de la falta. Lamentablemente, el deseo está marcado por la falta, de lo que no se puede tener.
Cuando se sucumbe al principio del placer o al principio de la realidad, como lo hace el colectivo, una se queda mirando esos juegos que podrían llamarse inútiles, porque están en el sinsentido y en la búsqueda de una verdad empírica.
La zona sublime es no formar parte del juego. Más bien, es necesario desconcertar al mundo con la apariencia de los rizomas, los múltiples lenguajes y la aceptación de la libertad de ser inútil. Admitirse no tener el poder para tomar la pasión, es aceptar la cura que se mueve sólo como el amor de transferencia.
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