«Prefiero que te recoja Dios», le dijo su madre. ¿Fue una artimaña materna o en verdad estaba harta de su comportamiento? El caso es que su deseo se vería cumplido. El Altísimo lo recogió del suelo de los vicios, donde ya había pasado demasiado tiempo. Más tarde, lo recibieron en la Orden de los Escolapios y así, Sergio Gutiérrez Benítez se hizo sacerdote.
El relajo, fiesta, elección –usted escoja–, que hemos visto en el Vaticano me recordó a don Sergio Gutiérrez, mejor conocido como Fray Tormenta, un luchador por partida doble: no sólo defendía la fe de los evangelios desde el púlpito, también su máscara en el cuadrilátero, ante rivales tan complicados como cualquier demonio bíblico.
De origen humilde y nacido en febrero de 1945, en un pueblo de la sierra de Hidalgo, tuvo una infancia difícil y como lo he mencionado, por culpa de las adicciones, él mismo vivió en la calle, por eso, cuando vio a otros niños en situaciones semejantes, no los ignoró. Más allá de enseñar el padre nuestro que estás en los cielos…, sabía que era necesario contar con un lugar para atenderlos; así fundó un orfanato en la ciudad de Texcoco.
Por supuesto que no tenía el dinero suficiente para mantener a sus cachorros, como afectuosamente los llama y pensó que la lucha libre se lo daría: «Yo sólo iba tras la lana, para mantener a mis chamacos», ha dicho en innumerables entrevistas.
Al principio, surgió otro problema, nadie quería revelarle las artes de subir y volar desde la tercera cuerda. Su sotana infundía un raro temor reverencial, hasta que conoció a un tal José Ramírez, alias el líder, que empezó a entrenarlo en las madrugadas, antes de la misa de siete.
Sí bien, desde siempre se hizo llamar Fray Tormenta, inspirado en una película en la que un cura luchaba para ayudar a niños desamparados…Ya lo sé, ficción y realidad, muchas veces se confabulan y forman una mezcolanza que… para qué intentar separar.
Es más, nadie pensaba que fuera un cura de verdad, hasta que, en una ocasión, el propio Huracán Ramírez, otro idolazo de la fanaticada, le comentó que les tocaba pelear un sábado por la tarde. «No puedo, tengo que celebrar una boda», le respondió inocentemente. Huracán lo miró con suspicacia, le preguntó de qué hablaba, aunque luego quedó en pasar a buscarlo a la iglesia. Obviamente, al confirmar que su compañero sí era un mensajero del Señor, no pudo o no quiso guardar el secreto, secreto que, veloz, llegó hasta los oídos del obispado.
La autoridad eclesiástica le prohibió seguir en estas aventuras. Nuestro querido Fray Tormenta no alegó el ejemplo ese de poner la otra mejilla. Prefirió ser práctico y obedecer, no sin antes aclararles que vendría puntualmente, cada primero del mes, por el dinero que obtenía en las luchas. El obispo se persignó, invocó a San Miguel Arcángel antes de decirle que las finanzas terrenales estaban flacas. Por esto lo dejaron continuar, con discreción y sin mucha violencia, por favor, hermano Gutiérrez, le suplicó.
Ahora bien, ¿acaso ganaba porque el contrincante tenía miedo de golpear a un consentido de Dios o igual le tundían, incluso por eso mismo, con más ganas? El cine volvió a aparecer: producciones de Francia y Hollywood contaron su historia y artistas como Jean Reno en los noventa y Jack Black después, con Nacho Libre, aprendieron a aplicar llaves, a ajustarse el hábito, a mover las manos para contener al maligno, para invocar a San Blue Demon, pero, sobre todo, a ponerse una máscara, que no era amarilla con rayos rojos como la original.
Como se sabe, la labor social de Fray Tormenta ayudó a cientos de niños. Unos estudiaron, otros encontraron un oficio, hasta hubo quien se adentró en los vericuetos de la lucha libre, pues le llamaba más la atención el ring en el patio del orfanato que las cruces y los santos, supongo. El más célebre ha sido Místico, dicen los conocedores.
Por si fuera poco, hay fotos donde lo vemos celebrar misa con esa máscara potente. ¿Fue un ardid publicitario, detalles sin importancia o una convicción autentica y entonces, no se la quitaba ni para dormir? Aquellas fotos son tan geniales como su ser solidario.
Ahora con más de 80 años y después de luchar por más de veinte, Fray Tormenta ya no puede continuar, pero tampoco rendirse es una opción. Al parecer vende ejemplares de su máscara (autografiada, en línea). Tal vez reciba ayuda de algunos de los niños que se formaron a su sombra; el estado, negligente, olvidadizo, quizás lo asista antes de cada elección, pero las necesidades son las mismas.
No sé si alguien habrá pensado en don Norberto Rivera, el antiguo cardenal de la ciudad de México. Hace poco, se supo qué había ganado un juicio para que el gobierno le devolviera un impuesto pagado en exceso. Al parecer, había adquirido un par de departamentitos, por un costo (irrisorio) de casi un millón de dólares.
Ante tal conducta, más parecida a la de un político mañoso que a la de un siervo del supremo, no faltó quien le recordara aquel regaño del papa Francisco, cuando visitó México en febrero de 2016: «Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial…».
Soñemos que don Norberto se olvida de sus maneras de príncipe, aprovecha la ocasión y dona uno de esos inmuebles al orfanato. ¿Usted cree en los milagros?
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