¿Qué es el poder? Es difícil de decir. Más fácil es saber cuando no lo tienes. ¿Pudiste ver el video de la última brutal golpiza policial? Casi todos son similares. Cinco policías le caen a palo, trompá y patá a un solo hombre. El sólo hombre, en ese momento, indefenso no tiene el poder. Escoge tu favorita oficina de cualquier entidad estatal dominicana y arroja la mirada sobre la ciudadana de a pie que está esperando su turno desde hace cuatro horas y luego ubica al individuo de pelo lacio recogido nítidamente en su moño de hombre, vestido de ropa de marca y que acaba de entrar para ser atendido de inmediato, como es de costumbre para los de su clase social. ¿Lo registraste? ¡Eso! La primera, la pobre ciudadana, esa es la que no tiene el poder.
¿Aún no estás seguro? Recordemos los últimos momentos del perene dictador libio Muamar Gadafi en Sirte. Un soldado libio le pegaba con la culata de su pistola una y otra vez más antes de pegarle el final tiro de gracia. El soldado tenía el poder. ¿Y Gadafi? Digamos que, al dictador de mano de hierro, al fin, le salió el tiro por la culata. En la lógica mecánica del poder, al margen del caos del universo, el débil debe ceder al más fuerte.
Durante el primer juicio político de Trump quedé admirado ante el desempeño del fiscal del juicio, el entonces congresista, ahora senador de California, Adam Schiff. Abogado de mucha experiencia, Schiff se desempeñó con una vigorosa lógica evidenciaría y eficaz argumentación ética. Por un momento, pensé que estaba escuchando a Jean-Luc Picard (majestuosamente interpretado por Patrick Stewart), en uno de eso juicios ficticios de la serie de Star Trek: The Next Generation, abogando por un enfoque equitativo de la justicia, en lugar del absolutista.
De nada valieron los atributos y esfuerzos de Schiff. Los senadores republicanos, que tenían la mayoría de los votos y que viven terriblemente asustados de provocar la ira de Trump, rechazaron toda la evidencia. Trump fue absuelto de los cargos en su contra. El “Teflon Don (el mafioso don intocable),” otra vez, se salió con la suya. Schiff no tenía el poder. La verdad de la razón y la moral caen ante la capacidad de mando o, en otras palabras, los monopolios de la fuerza e influencia aplastan la lucidez de la palabra y el sentido de la justicia.
El poder global se teje como una alianza que, como indicó hace unos días el columnista de Acento Jimmy Rosario Bernard, “mezcla defensa, inteligencia artificial, infraestructura, energía y minería espacial”. Sin embargo, el poder fáctico se genera en base a los sujetos que le temen o lo desean. Tiene una dimensión psíquica que debemos considerar, tal vez siguiendo las pautas marcadas por las pensadoras relevantes. Será en otra ocasión. Aquí sigamos trazando la dimensión y las manifestaciones institucionales del poder.
Que un país diversifique sus relaciones internacionales y desarrolle una visión global estratégica ante el actual caos mundial y un futuro incierto me parece espléndido. Sin embargo, observando las políticas exteriores de República Dominicana en la última década, para mí, además de su inoculación contra el caos político en Haití, se destacan su rotura de lazos históricos con Taiwán, su apertura a todas las inversiones chinas en el país, su involucramiento en la confiscación del avión de Nicolás Maduro EEUU en suelo dominicano y la apertura de una embajada rusa en Santo Domingo. Todo esto indica que el estado dominicano se alinea con los tres imperios que se van a repartir el mundo entre ellos.
En la República Dominicana, la política de deportación masiva de inmigrantes no deseados, como los haitianos y sus descendientes nacidos en la parte oriental de la isla, sin importar sus valiosas contribuciones a la sociedad dominicana o sus derechos humanos, se trata de principalmente una autoafirmación del poder duro, encabezado por Abinader. Curiosamente, las voces “disidentes” que lo denunciaban cuando lo hacía o amenazaba con hacerlo la antigua administración (del PLD) no se escuchan. Hasta donde yo sé, los Andrés L. Mateo y compañía ahora no dicen nada. Sólo un loco iría a morder la mano del que le da de comer, que le da cierta ventaja y le otorga oportunidades y beneficios dentro del régimen de distribución de privilegios actual. En fin, las conductas y la costumbre y de la clase dirigente dominicana proponen que gobernar sólo es gestionar y repartir bienes y riquezas entre individuos aventajados. “Todos los países lo están haciendo,” dice el ministro dominicano de relaciones exteriores.
En este momento, esta elite puede gobernar sin preocuparse, mucho sobre el clamor de la ciudadanía o el compás moral. Rechaza la política de la solidaridad y la compasión. Sigue el ejemplo de Trump, el ejemplo de Putin, ejemplo de Xi Jiping, ese de gobernar para que se haga lo que manden los más fuertes, ricos o populares, no lo que exija la situación o los grandes problemas sociales y globales que quedan por resolver. Sus políticas exteriores y sociales se reducen a apalear, arrestar o expulsar a todos los que estiman indeseables a causa de sus orígenes, nivel económico, o proximidad incómoda a los intereses del poder. Sin embargo, no siempre es una política sabia ignorar o maltratar al pequeño y desafortunado vecino y tratar al coloso gigante como el único socio preferencial. Karma is a bicth. El karma es una vaina jodida.
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