La tierra siempre ha girado, pero parece que ahora está girando más rápido. Siempre se ha sabido que los imperios, al igual que los seres vivos, nacen, se expanden, tienen períodos de esplendor, decadencia y muerte. Muchos de estos procesos no se suelen ver a simple vista debido a que, salvo ciertos eventos, no ocurren de un día para otro, sino que se toman décadas o generaciones.
Una parte fundamental del dominio de todos los imperios que han existido, además de los aspectos económicos y militares, ha sido la imposición de una narrativa que los muestra como expresión del lado bueno, frente a los demás que son poco menos que unos salvajes.
Desde ese punto de vista, tratan de imponer su modo de vida, su cultura, su religión, su idioma, su representación de lo bello, lo fuerte y lo sostenible, como expresión de la civilización benigna, compasiva, humana, frente al salvajismo de otras. La educación, las iglesias, el discurso político, la prensa, el teatro y el cine, las universidades y todos los medios de expresión deben servir a ese fin.
Necesitan justificar su grandeza como sostén, pues los demás instrumentos de poder pueden fallar con mayor o menor prontitud. Así mantienen al mundo embaucado sobre la inevitable superioridad del otro, que va a ser así eternamente porque la vida es así y no vale la pena intentar cambiarla. Así consiguen la simpatía incluso de los propios pueblos sometidos, o al menos la docilidad, y es más fácil obtener aliados.
El imperio estadounidense es el heredero de los imperios europeos, por lo cual ya no tuvo que hacer mucho esfuerzo para transmitir al mundo la superioridad de lo eurocéntrico, incluyendo los rasgos raciales europeos, además de la fuerza y la economía.
El poder estadounidense se ha basado en cinco pilares: la economía más grande del mundo, temible fuerza militar, incuestionable liderazgo tecnológico, dominio de la narrativa sobre el bien y el mal y su divisa como moneda mundial.
En todos ellos EE UU todavía mantiene su primacía, aunque en los tres primeros le están pisando los talones. En el dominio de la narrativa está perdiendo terreno y el último aspecto en el cual mantendrá por un buen tiempo su hegemonía es en la fuerza del dólar.
En este artículo me concentraré en el control de la narrativa, y prometo uno próximo sobre el dominio mundial del dólar.
En el caso del dominio ideológico hay cada vez más dificultades para convencer al mundo de que se trata de una lucha existencial entre el bien y el mal cuando se le dice que en su época unipolar han gastado 14 billones de dólares en guerras, en todas las cuales ha ideo dejando a los países intervenidos en peor situación que antes, tras haber llevado la muerte y destrucción de sus infraestructuras e instituciones.
Y cuando se les muestra a los demás lo hermoso de su forma de organización social, económica y política, muchos reaccionan ¿pero y estos no eran los mismos que hace algún tiempo nos colonizaban, expoliaban nuestras riquezas y nos esclavizaban? ¿y estos no son los que están apoyando, financiando y armando el genocidio contra el pueblo palestino, el primer genocidio que ha podido ver el mundo entero por televisión?
¿Cómo demostrarle al resto del mundo, particularmente a los países del Sur Global, que su sistema es el camino correcto hacia el bienestar cuando al otro lado del mundo, en dos generaciones, han sacado a mil millones de seres humanos de la pobreza y han suprimido la pobreza extrema, mientras en Estados Unidos se les está diciendo a las nuevas generaciones que vivirán peor que las de sus padres?
En el otro extremo del mundo, China pide paso como potencia emergente y no admite que una civilización de unos cientos de millones de personas le diga lo que está bien o mal a una de miles de millones, o que un país que apenas tiene dos siglos y medio de historia le pretenda dictar pautas a la única civilización de la antigüedad que ha pervivido durante más de cinco milenios.
Y que, contrario a la cultura eurocéntrica que no puede vivir sin guerras o crearse cada día nuevos enemigos, tenía quinientos años sin pelear con nadie pese a ser la mayor potencia económica, hasta que tuvo que enfrentar guerras y humillaciones de aquellos que ahora pretenden amonestarla, ¡justamente para obligarla a comprarles drogas!
Mucho menos recibir lecciones de un país que pretende que sean otros los que le resuelvan la plaga de drogadicción que asola a su juventud, mientras las bandas del narcotráfico, las armas, las drogas y el dinero se pasean con bastante libertad por calles de pueblos y ciudades de su territorio continental.
China va a tratar de ir difundiendo su propio relato. Toma de occidente lo que considera es bueno y congruente con su cultura, y no hay dudas de que el capitalismo como sistema económico ha generado indudables beneficios para el progreso humano, pero también muchos problemas.
Y si bien la democracia liberal ofrece a los pueblos enormes oportunidades al tiempo de liberarlos de diversas formas de opresión, entiende que eso no se aviene bien con la cultura budista y filosofía confuciana, en que confluyen el respeto a un orden jerárquico, el imperio de la meritocracia, el sentido de la comunidad como una gran familia, por encima de los valores del individualismo y de la libertad personal.
La cultura china no admite que los individuos sean iguales, y la jerarquía es algo que se respeta hasta en la disposición de los comensales en el banquete. Obviamente, les molesta la vida de lujo que llevan los altos dirigentes del PCCh.
Es probable que a muchos chinos les disguste el sistema de supervisión social, aunque tampoco están tan preocupados por la protección de su individualidad, a menos que tengan en plan violar la ley. Al contrario, sienten que la vigilancia les brinda seguridad, que no van a asaltarlos, y si tienen un accidente por un remoto camino solitario o resbalan en una montaña nevada no les preocupa mucho debido a que saben que lo están viendo y al rato llegarán a rescatarlo. Y cuando viajan al exterior van con el sobresalto de que en cualquier calle pueden ser víctimas de raterismo, asalto o violación.
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