Desde la perspectiva de la psicología, la identidad personal expresa lo que somos, nuestro ser, lo que nos hace ser únicos y diferentes a lo largo de la vida. Como respuesta a lo que somos, adquiere una dimensión de importancia, ya que nos vincula con nuestro mundo interno.
Se inicia con nuestra propia vida, vinculada al entorno familiar y de aquellas personas con las cuales compartimos en el marco de la cultura, las costumbres y las normas sociales formales y no formales. Por supuesto, el entorno natural y la lengua materna son marcos fundamentales en su desarrollo.
La lengua, que va más allá de la comunicación de ideas y sentimientos, expresa valores, creencias, perspectivas de vida y, en muchas ocasiones, posibilidades vinculadas al contexto social en que vivimos. Dichos contextos sociales pueden llegar a ser un lastre que nos impida cumplir sueños y deseos anhelados. No siempre es así.
En su Teoría del Desarrollo Psicosocial, Erik Erikson a la concepción freudiana le subrayó los aspectos sociales de dicho proceso, enfatizando la comprensión del yo como fuerza interna; integrando la dimensión social al desarrollo psicosexual de Freud, propuso el concepto de desarrollo de la personalidad desde la infancia y puso énfasis en el impacto de la cultura, la sociedad y la historia.
En cada etapa de la vida, expresó, nos enfrentamos a un conflicto entre fuerzas intrapsíquicas.
- Desde el nacimiento hasta los dieciocho meses: Confianza vs. desconfianza. Pone el énfasis en la sensación de confianza y vulnerabilidad; frustración y satisfacción, como la seguridad. Para él, el vínculo materno es fundamental.
- De los dieciocho meses a los tres años: Autonomía vs. vergüenza y duda. El proceso cognitivo y el ejercicio muscular se vinculan con las excreciones corporales, lo que puede conducir a la duda y la vergüenza. Su desarrollo positivo, según él, genera sensación de autonomía e independencia.
- De los tres a los cinco años: Iniciativa vs. culpa. El desarrollo se acelera, tanto física como cognitivamente. El vínculo con otros niños y niñas se hace más intenso y le pone a prueba en sus habilidades y capacidades desarrolladas hasta entonces. Aumenta su curiosidad. El tipo de respuesta que los padres tengan a sus iniciativas puede ser el origen o no de la vergüenza.
- De los seis y siete años hasta los 12: Laboriosidad vs. inferioridad. Crece su interés por hacer las cosas por sí mismos. La estimulación positiva se hace importante. Etapa de la escuela básica y el enfrentamiento con muchos otros niños que puede incentivar su capacidad laboriosa o no.
- Etapa de la adolescencia (en general, el dolor de cabeza de muchos padres). ¿Quién soy y hacia dónde voy? Es el principal marco de su sentido de vida. Crece su autonomía e independencia: Identidad y confusión. En general, toma distancia de sus padres, siendo sus amigos la mayor referencia para los gustos, el futuro y muchos otros temas.
- De los 20 a los 40 años más o menos: Intimidad vs. aislamiento. Se priorizan las relaciones íntimas que le ofrezcan comodidad y un compromiso recíproco, una intimidad que les proporcione seguridad, confianza y compañía. Por contraposición, la soledad y el aislamiento pueden conducir a síndromes depresivos.
- De los cuarenta a los 60 años: Generatividad vs. estancamiento. Tiene formada su propia familia y busca el equilibrio entre la productividad y el estancamiento. La primera relacionada con el futuro y el sentimiento de sentirse útil a los demás; por contraposición, nace el sentimiento de fracaso y estancamiento.
- De los 60 años al final de la vida: Integridad vs. desesperación. La vida y su manera de vivirla se ven alteradas, en general, por su capacidad productiva. Experimentar el duelo se hace frecuente frente a la pérdida. Se inicia el proceso de jubilación. Carecer de propósitos puede agravar la situación.
Somos seres eminentemente sociales y el proceso de construir la identidad se da en el marco de estas relaciones sociales. En esa situación desarrollamos nuestro bienestar y felicidad y, por tanto, nuestra satisfacción con nosotros mismos y los logros alcanzados.
Para Zygmunt Bauman, nuestra peor pesadilla, nuestro principal miedo es quedarnos solos. Nuestro bienestar y nuestra felicidad, como señaláramos antes, se relacionan y vinculan con los lazos que construimos con los demás. La época que vivimos, del predominio de las redes sociales y hoy la IA, nos genera autoengaños.
Sustituimos el vínculo con los demás por una relación ficticia, de una inteligencia no real, y de unos supuestos amigos desligados de la vida concreta con sus latigazos y consuelos, con los abrazos fraternos y la indiferencia, con los sí y con los no que ofrece la vida social, y que son la base fundamental de lo que somos, de nuestro ser.
La vida social, el compartir con personas de “carne y hueso”, de “emociones frágiles o fuertes”, de “temperamentos variables”, es lo que nos permite, por negación o afirmación, constituirnos como las personas que somos, con las características que nos hacen ser de una particular manera.
Por más hiperconectados que estemos, a través de las redes sociales, esta no suple la sensación humana de tener “amigos reales”, en quienes confiar nuestros deseos y realidades vividas. En quiénes depositar lo que es valioso para nosotros. En quiénes creer y amar, en el sentido pleno. Estaremos conectados, pero muy solos.
Una identidad construida en la artificialidad de las redes y la IA es solo el preámbulo de una vida triste y de soledad asegurada, con todo lo que ello nos traiga por delante. El abrazo cálido, la mirada tierna, la palabra que acoge, el gozo compartido solo es posible entre personas reales. Continuaremos…
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