Al leer el discurso del presidente del Jurado del Premio a la Calidad Educativa (PRECE), Lic. Víctor Mártir, entregado hace unos días, me causó una profunda impresión y un pesar genuino de no haber estado presente por encontrarme fuera del país en un evento que convocó a los Ministros de Educación y Administración Pública —el Dr. Luis Miguel De Camps y el Lic. Sigmund Freund—, junto a viceministros, directores, docentes y familias. La solemnidad del acto estuvo a la altura de un sistema educativo que, en medio de luces y sombras, sigue buscando una brújula clara para orientar su rumbo.
Una de las afirmaciones más poderosas del discurso fue la evocación de Jean-Paul Sartre: “Uno no es lo que es por cómo nace, sino por lo que hace”. Esta verdad resuena hoy en cada aula dominicana, recordándonos que la escuela no es un edificio ni un trámite: es el espacio donde cada niño debe encontrar la oportunidad de construir su propio futuro.
La pregunta que planteó Víctor con valentía —ante la máxima representación del Estado en Educación y la Administración Pública— no fue retórica: ¿Está la escuela dominicana garantizando esa oportunidad? Y su respuesta, clara y honesta, fue un rotundo: no, no la está garantizando. Yo, como ciudadana y educadora, todavía en las luchas por la mejora de la calidad de nuestra educación y acompañado a las autoridades con la mejor asesoría que puedo brindar con absoluta pasión y entrega, me atrevo a asegurar que estamos tratando de garantizarla, se están haciendo grandes esfuerzos, pero no tenemos todavía los elementos que nos aseguren dicha garantía.
Seguridad física y seguridad educativa: una deuda doble
Víctor señaló algo que no podemos ignorar: la escuela dominicana no está cumpliendo plenamente con su responsabilidad constitucional de garantizar el derecho a la educación, que traduzco como el derecho a aprender. A aprender para vivir mejor. A ello añado —con responsabilidad y dolor— que tampoco está garantizada la seguridad física de nuestros niños. La violencia que hoy arropa al país y al mundo ha tocado también las puertas de las escuelas, espacios que deberían ser sagrados. No se trata solo de enseñar: se trata de proteger, custodiar y guiar a una nueva generación de dominicanos.
El Presidente del Jurado lo expresó con una metáfora luminosa: “La escuela debe ser un espejo, y cada mañana sus portones deben reflejar el corazón vivo que acoge a nuestros niños y jóvenes”.
Educación no es transmitir datos: es construir humanidad
Víctor Mártir lo dijo con fuerza: educar no es llenar mentes, es construir humanidad, tejer ciudadanía, sembrar el país que queremos cosechar mañana.
Habló con propiedad: he recibido a Víctor en mi casa, en conversaciones hondas y francas, a directores magníficos del sistema educativo que le acompañan. Sé de primera mano de sus angustias, de su cansancio, del peso de querer hacer y no poder. La impotencia de quien sabe cómo mejorar, pero no siente recibir ni los instrumentos ni la autoridad para hacerlo. Y esto es un tema que hemos tratado desde hace tiempo, y de manera brillante lo ha escrito en innumerables ocasiones, el colega y amigo, Radhamés Mejía. Empoderemos a los directores de la autoridad que les corresponde. Aliviemos sus cargas burocráticas y dejémosle ser los gestores de esa nueva escuela que todos soñamos.
Por eso, cuando Víctor afirmó con firmeza que “los directores y directoras de los centros educativos son el eje estratégico del sistema”, no estaba declamando: estaba gritando una verdad que el país debe escuchar.
Y más aún cuando pidió algo tan obvio como imprescindible: devolverles la autoridad para dirigir escuelas donde los niños aprendan, crezcan y estén seguros.
La autoridad no es un privilegio: es una responsabilidad institucional
La autoridad directiva no es un acto de poder: es una herramienta para ordenar, proteger, orientar y sostener la vida escolar.
Sin autoridad real, un director es —como bien dijo Víctor—“un escudo de papel ante la violencia social”.
Nuestros niños necesitan entornos seguros. Nuestros educadores necesitan garantías jurídicas y logísticas para crearlos. Y el país necesita confiar en que sus escuelas son espacios de aprendizaje, crecimiento y seguridad.
El camino hacia la excelencia no es recto: es una travesía
El Presidente del Jurado del Premio a la Calidad, Víctor Mártir, también reconoció que los aprendizajes de excelencia no se alcanzan con discursos. Dijo y lo dio a entender de manera brillante que son una travesía que exige coraje, disciplina, introspección y compromiso. Cada centro que participó en el Premio, dijo Víctor, inició ese camino creando un comité de calidad dispuesto a cuestionarse, mejorar y transformar su gestión. Eso lo demanda la metodología CAF.
Aquí abro un paréntesis en estas reflexiones que me ha provocado el discurso de Víctor Mártir desde mi experiencia en el Ministerio de Administración Pública (MAP): el Modelo CAF —Common Assessment Framework—, (en español “Marco Común de Evaluación”) fue introducido en nuestro país en el 2004, y ha demostrado ser una metodología poderosa de autodiagnóstico y mejora continua. No premia discursos, premia evidencias. No celebra intenciones, celebra resultados demostrables. Para mi, es la mejor forma de crear equipos de trabajo competentes y efectivos.
Quien introdujo este modelo —el entonces Director General de ONAP, Lic. Ramón Ventura Camejo— posteriormente Ministro de Administración Pública con la Reforma de nuestra Constitución, dejó un legado que hoy rinde frutos. De aquel Premio Nacional a la Calidad surgieron ramas que crecieron y se robustecieron: el Premio en Salud, el Premio Municipal y, desde 2020, el Premio a la Calidad Educativa que hoy celebramos. Este último impulsado por el Ministro que le sucedió, Lic. Darío Castillo, magnífico gestor, y hoy, en ejemplo de continuidad de políticas de buenas prácticas que han evidenciado su éxito, el actual Ministro, Lic. Sigmund Freund, le ha dado el mismo impulso y continuidad.
Todos comparten un principio esencial: la mejora es un acto permanente, no un evento anual.
La escuela que queremos es posible
Vuelvo al discurso. El llamado de Víctor Mártir es también el llamado de quienes hemos dedicado nuestra vida al sistema educativo: devolver autoridad, garantizar seguridad, exigir evidencias de los aprendizajes, acompañar procesos y creer que la excelencia no es un lujo, sino un derecho.
La escuela dominicana puede ser —y debe ser— el lugar donde cada niño encuentre la oportunidad que Sartre nos recuerda: convertirse en la mejor versión de sí mismo. ¡Gracias, mi querido Víctor!
Esa es la República Dominicana del mañana. Y empieza, siempre, en el corazón de la escuela.
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