El mundo que emergió tras la Guerra Fría, sostenido por la promesa de una globalización sin fronteras y un orden internacional regido por normas universales, muestra signos evidentes de agotamiento. En su lugar, se perfila una realidad más dura y fragmentada: la reorganización del sistema internacional en pan-regiones, grandes espacios geopolíticos articulados alrededor de potencias que buscan asegurar influencia, recursos y control estratégico. En este contexto, Estados Unidos parece estar reactivando —con nuevos métodos— la lógica esencial de la Doctrina Monroe, reinterpretándola para el siglo XXI.
El retorno de las pan-regiones
El concepto de pan-región no es nuevo. Fue desarrollado a inicios del siglo XX por la geopolítica clásica europea, particularmente por Karl Haushofer, para describir grandes espacios dominados por potencias rectoras. Hoy, sin embargo, este concepto reaparece adaptado a una realidad marcada por la tecnología, la competencia económica y la seguridad estratégica.
La globalización no ha desaparecido, pero se ha transformado. Las cadenas de suministro se regionalizan, la seguridad económica sustituye a la eficiencia como prioridad, y el comercio se convierte en instrumento de poder (Rodrik, The Globalization Paradox). El resultado es un mundo organizado en bloques funcionales, donde la proximidad geográfica y la afinidad política pesan tanto como el mercado.
China avanza en Eurasia y el Indo-Pacífico a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta; Rusia consolida su espacio euroasiático inmediato; Europa debate entre autonomía estratégica y dependencia; y Estados Unidos vuelve la mirada hacia su entorno natural: el hemisferio occidental.
La Doctrina Monroe: de principio histórico a herramienta contemporánea
Proclamada en 1823, la Doctrina Monroe establecía que cualquier intervención de potencias extra hemisféricas en América sería considerada una amenaza a los intereses de Estados Unidos. Durante dos siglos, esta doctrina justificó intervenciones directas e indirectas en América Latina y el Caribe (Smith, Talons of the Eagle).
Hoy, Washington no invoca abiertamente esa doctrina, pero actúa conforme a su espíritu. Documentos recientes de seguridad nacional colocan al hemisferio occidental como prioridad estratégica, destacando la necesidad de contrarrestar la influencia de China y Rusia en sectores sensibles como infraestructura, tecnología, energía y defensa (White House, National Security Strategy).
Esta “Monroe 2.0” no se expresa mediante ocupaciones militares, sino a través de instrumentos geoeconómicos, diplomáticos y tecnológicos: control de inversiones estratégicas, presión sobre alianzas políticas, cooperación militar selectiva y narrativas de seguridad hemisférica.
América Latina: el eslabón débil de la arquitectura hemisférica
En este nuevo tablero, América Latina y el Caribe enfrentan una paradoja histórica. Mientras las grandes potencias consolidan sus pan-regiones, la región carece de una estrategia común de defensa, política exterior o desarrollo tecnológico. Esta fragmentación la convierte en espacio de competencia, más que en actor con poder propio (Tokatlian y Russell, Autonomía y dependencia en América Latina).
Estados Unidos busca reafirmar su influencia tradicional; China expande su presencia económica y tecnológica; y Rusia mantiene una presencia simbólica y militar limitada pero significativa. Cada puerto, red 5G, proyecto energético o acuerdo financiero se transforma así en una decisión geopolítica.
El Caribe y la profundidad estratégica estadounidense
El Caribe, históricamente considerado “frontera líquida” de Estados Unidos, recupera centralidad. Rutas marítimas, control del narcotráfico, migración, seguridad energética y cercanía al Canal de Panamá convierten a esta subregión en pieza clave de la arquitectura hemisférica. Para países como la República Dominicana, esto implica un delicado equilibrio entre cooperación, soberanía y diversificación de alianzas.
En un mundo de pan-regiones, los Estados medianos y pequeños deben apostar por lo que algunos estrategas llaman soberanía funcional: proteger sectores críticos, fortalecer capacidades propias y negociar desde una posición de pragmatismo, no de alineamiento automático.
Conclusión: un hemisferio en redefinición
Todo indica que el sistema internacional avanza hacia un orden más regionalizado, donde las grandes potencias administran espacios de influencia y reducen los márgenes de autonomía de los actores periféricos. En ese escenario, Estados Unidos reactiva la Doctrina Monroe no como consigna ideológica, sino como estrategia práctica de poder, adaptada a los desafíos del siglo XXI.
Para América Latina y el Caribe, la pregunta no es si este proceso existe, sino cómo enfrentarlo. La alternativa es clara: o se construye capacidad regional y visión estratégica compartida, o se acepta un papel subordinado en la arquitectura hemisférica que otros están diseñando.
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