“¿Cómo puede ser que sea más fácil para nosotros imaginar el fin del mundo […] que el fin del capitalismo? Tal vez ha llegado el tiempo de ajustar nuestras prioridades y volvernos realistas por medio de demandar aquello que parece imposible en el dominio de lo económico”. (Slavoj Žižek, La guía perversa a la ideología)
Kohei Saito (n. 1987) es un joven filósofo y economista político japonés que ha sacudido a su país natal y a gran parte del mundo con sus innovadores planteamientos ecologistas y anticapitalistas. Graduado del Departamento de Artes Liberales de la Universidad de Tokio, se trasladó posteriormente a Alemania para realizar sus estudios de posgrado. Su tesis doctoral en Filosofía —obtenida en la Universidad de Humboldt de Berlín en el año 2015— sentó las bases para su desarrollo teórico posterior.
Conmocionado por el accidente nuclear de Fukushima, que tuvo lugar en Japón a partir del 11 de marzo de 2011, producto de un terremoto de magnitud 9,0 en la escala sismológica de magnitud de momento, seguido por un tsunami en la costa noroeste del país, Saito decidió indagar sobre las raíces estructurales y sistémicas de la lógica antiecológica del sistema económico capitalista que predomina en nuestro tiempo actual. En el curso de sus estudios académicos, el joven filósofo tuvo acceso a los cuadernos inéditos de Karl Marx (1818-1883), los cuales examinó meticulosamente y extrajo de ellos una faceta de su pensamiento no muy destacada anteriormente: su preocupación por los efectos dañinos del capitalismo sobre la naturaleza.
Saito ha demostrado convincentemente que Marx, sobre todo en sus últimos años, desarrolló un profundo interés por las ciencias naturales y arribó a una significativa conclusión: el modo de producción capitalista, en su afán de acumulación infinita de capital, es inherentemente incompatible con la sostenibilidad ecológica. Confrontando frontalmente los dogmas del marxismo tradicional en torno al socialismo como continuación del desarrollo industrial capitalista, Saito afirma que el último Marx se mostró más bien interesado por la idea de una ruptura radical con el sistema del valor y la mercancía, que requiere por definición el crecimiento económico indefinido.
En su manifiesto, publicado originalmente bajo el título de El capital en la era del Antropoceno (2020), este teórico neomarxista critica ferozmente los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), considerándolos intrínsecamente contradictorios e insuficientes a la hora de afrontar la gravísima crisis ecológica de nuestros días, provocada por el sistema económico global imperante. Arremetiendo contra el Premio Nobel de Economía del año 2018, el economista estadounidense William Nordhaus, Saito ataca su noción de que el progreso tecnológico y el crecimiento económico son compatibles con la reducción del uso de los recursos materiales y las emisiones de dióxido de carbono y demás gases de efecto invernadero que causan el calentamiento de la atmósfera terrestre y el consiguiente derretimiento de los polos.
La crítica al modelo económico actual revela cómo el pensamiento radical y ecológico puede abrir caminos hacia una transformación social más justa y sostenible
En cambio, Saito sostiene que, más que científico, Nordhaus es un ideólogo de la fe capitalista en el crecimiento eterno, ya que plantea que el sistema de mercado y precios puede eventualmente y de manera casi automática resolver la crisis ecológica. A este revestimiento seudoecológico del modo de producción capitalista, Saito lo llama “capitalismo verde”, y es este el que constituye el foco nodal de su crítica. En su lugar, el pensador japonés propone un modelo que denomina “decrecimiento comunista”, que priorice la satisfacción de las necesidades humanas esenciales, la reducción del tiempo de trabajo y la gestión democrática de los recursos comunes, dejando a un lado la fijación obsesiva de los economistas con el Producto Interno Bruto.
Hace ya sesenta años, estalló lo que en la República Dominicana se conoce como la “Revolución de Abril”, que tuvo lugar entre el 24 de abril y el 3 de septiembre de 1965, en la capital de Santo Domingo. Fruto del derrocamiento del primer gobierno electo democráticamente tras el fin de la dictadura totalitaria de Rafael Leónidas Trujillo Molina (1891-1961) —presidido por Juan Emilio Bosch Gaviño (1909-2001), intelectual y político de izquierda moderada, quien implementó una larga serie de reformas populares consideradas “radicales” e “inaceptables” por las clases dominantes dominicanas aliadas al imperialismo estadounidense— este proceso histórico se desencadenó cuando un grupo de oficiales militares jóvenes y seguidores civiles de Bosch se alzaron en un golpe de Estado contra el régimen autoritario, corrupto e ilegítimo del “Triunvirato”, presidido por el conservador Donald Reid Cabral (1923-2006), que se había instalado luego del derrocamiento del gobierno boschista.
Sin embargo, la contrarrevolución se organizó rápidamente. La mayoría de los militares que no pertenecían a ese reducido grupo liderado por Francisco Alberto Caamaño Deñó (1932-1973), bajo el comando del general Elías Wessin y Wessin (1924-2009), se opusieron ferozmente al retorno de Bosch. Posteriormente, el presidente estadounidense Lyndon B. Johnson (1908-1973) ordenó una intervención militar con cuarenta y dos mil marines para aplastar el levantamiento armado de los fieles al gobierno de Bosch, que contaban con amplio apoyo por parte de los intelectuales, estudiantes, partidos de izquierda, sindicatos y demás sectores populares de la ciudad de Santo Domingo. De tal modo que este suceso histórico, que pudo haber conducido más allá hacia el socialismo, fue derrotado por las fuerzas estadounidenses y sus lacayos burgueses y trujillistas, que colocaron en el poder a la mano derecha del propio Trujillo, Joaquín Balaguer (1906-2002), en el año 1966.
Con la llegada de Balaguer al poder, podría decirse que se inauguró toda una era en la cual aún nos encontramos hasta el día de hoy en nuestro país, aquella que el filósofo británico Mark Fisher (1968-2017) bautizó como “realismo capitalista” en su libro Realismo capitalista: ¿No hay alternativa? (2009). Con este concepto, Fisher se refiere a una atmósfera ideológica bajo la cual es imposible imaginar una salida al sistema capitalista, olvidando que se trata meramente de un modo de producción histórico, con su inicio y su eventual final.
Para Fisher, el neoliberalismo contemporáneo no es solo ni especialmente un modelo económico o un sistema político, sino, sobre todo, una cosmovisión ontológica del mundo, según la cual el Ser mismo es un negocio y todo puede ser reducido a ello. Si bien Fisher rastrea el origen del realismo capitalista hasta la década de los ochenta, durante el gobierno conservador y neoliberal de Margaret Thatcher en Reino Unido, es posible argumentar que la República Dominicana fue desde los doce años de Balaguer (1966-1978) en adelante una especie de laboratorio donde se puso en práctica esta ideología antes de que llegase al llamado “Primer Mundo”.
Hoy en día podemos apreciar los síntomas de este realismo capitalista en múltiples manifestaciones de nuestra realidad cotidiana: la desideologización de los partidos políticos tradicionales, que operan más bien como cárteles al servicio de los estrechos intereses egoístas y delictivos de sus miembros y militantes; el dembow y demás expresiones de la llamada “música urbana”, que evidencian la angustiante y desesperante realidad que se vive en nuestros barrios marginales; y el fanatismo religioso bajo el cual está sumido una porción significativa del pueblo, atrapado como se encuentra en una espiral de resignación y apatía ante las injusticias estructurales que le afectan y que no sabe cómo remediar.
A partir del año 1996, con la llegada de Leonel Fernández (n. 1953) al poder, entramos en un nuevo período de intensificación del proyecto modernizador, sustentado sobre la ideología del “progreso”, que ya había tenido sus inicios en el siglo XIX con figuras como el déspota Ulises Heureaux (1845-1899). Fernández, un personaje que encarna todos los rasgos típicos de un trepador social por excelencia, es un producto de la degeneración del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y la trágica traición del ideario progresista de su fundador —el mismo Juan Bosch que se radicalizó tras el golpe que le asestaron las clases dominantes del país, de la mano con el imperialismo estadounidense— por parte de la pequeña burguesía que este siempre se empeñó en educar y preparar para la lucha por la emancipación del pueblo dominicano.
La visión de “progreso” tecnocientífico y económico promovida por el expresidente Fernández consiste en el desarrollo de infraestructuras y tecnologías a costa del endeudamiento externo y a expensas del pueblo, que financia estas grandes obras con sus impuestos, que son tragados por los funcionarios de turno por medio del saqueo de las arcas del Estado y el despilfarro descontrolado del gasto público. A diferencia de las mentiras que difunden sus militantes y seguidores en su propaganda diaria, este mismo modelo de “progreso” es el que se ha mantenido en el transcurso del mandato del actual presidente Luis Abinader (n. 1967), pero presentando una intensificación del extractivismo megaminero y un énfasis especial en el turismo de lujo, excluyendo siempre a las grandes mayorías empobrecidas por este sistema neoliberal del disfrute de tales “avances”.
Un ejemplo significativo de esto es el de la Barrick Gold, empresa transnacional de origen canadiense que comenzó a intervenir en la economía dominicana durante el mandato de Fernández y que ahora amenaza con destruir por completo la naturaleza de Cotuí y sus alrededores. El caso de la Barrick Gold constituye un ejemplo claro de lo que Kohei Saito llama capitalismo verde, pues desde sus inicios empleó una agresiva campaña de publicidad presentándose como una compañía “ecológica” que supuestamente traería infinitud de beneficios al país.
Incluso, se puede ir un paso más lejos y considerar a la Barrick un estandarte del “ecofascismo”, puesto que opera básicamente como un Estado dentro de un Estado, controlando toda la región donde funciona de manera cuasitotalitaria y reprimiendo a todo aquel que intente oponerse a su brutal depredación del entorno natural que le rodea y que explota inmisericordemente. Todo esto a la vez que se presenta como una empresa totalmente inocua e incluso positiva para la República Dominicana. De tal modo que el realismo capitalista continúa imperando en nuestro país, aun cuando el hartazgo del pueblo indica hace tiempo que el statu quo no funciona para la gran mayoría de la población. Así que la verdadera pregunta es hasta cuándo persistiremos bajo este gastado sistema de capitalismo verde que está arrasando con nuestra hermosa naturaleza a la vez que se disfraza a sí mismo de benigno e inofensivo.
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