La presente época, llena de luces y sombras, se caracteriza, entre otras cosas, no solo por fenómeno de la globalización, la aperturación de mercados, la crisis de valores y el vertiginoso desarrollo tecnocientífico, cuyo avance y cambios, en los más diversos ámbitos y estamentos de la sociedad, inciden de manera persistentes y profundas.
Habría que decir, sin equivocidad alguna, que la tecnología, como tal, influye de forma determinante en nuestra conducta, emociones, percepciones y pensamientos.
Julio Cuevas es consciente de esos cambios que se vienen dado, a ojos vistas, en el mundo de este aquí y ahora. No se resiste a ellos. Al contrario: reconoce su vigencia perpetua.
A partir de los mismos, piensa y repiensa la ciberpoesía. Y no solo eso. Más aún: la define de manera clara y comprensible:
“(…) La ciberpoesía, se trata entonces de una producción híbrida, desde su producción multimediática, hasta la forma y manera de acceder a ella”.
“Aquí hay una fusión coordinada- continúa argumentando- entre audio, texto, imagen y color, en un activo proceso de interación, recepción y difusión de manera instantánea en tiempo real, a través de la red de redes o el Internet”.
Cuevas entiende que la ciberpoesía está mediada por dos mundos: el virtual y real. Ambos están bifurcados, con objetos propios, rasgos, aspectos y particularidades. No obstante, se condicionan mutuamente.
Ahora bien, dichos mundos generan, en la conciencia, dudas, confusiones y, a menudo, hiperincertidumbres, las cuales están justificadas por la realidad concreta y virtual.
A sabiendas de ello, Cuevas tiene que habérsela con la duda poética en el justo momento de la creación de sus poemas.
Debido a ella, los perfeccionas y embelleces.
Y no podría ser de otro modo, ya que influido por la duda poética, mira y remira el poema y lo mejora, incluso, hasta el límite de su forma y contenido.
Byung- Chul Han afirma lo siguiente:
“La inteligencia artificial no razona, sino que computa. Los algoritmos sustituyen a los argumentos. Los argumentos pueden mejorar en el proceso discursivo. Los algoritmos, en cambio, se optimizando el proceso maquinal”.
Los algoritmos, no se puede menor que decir, no saben de sí, ni, mucho menos, dudan.
De ahí que funcionen según los dictámenes de sujetos apegados a intereses ideológicos, políticos y económicos determinados.
Aunque los algoritmos no dudan y funcionan limitadamente, Cuevas reconoce que son parte fundamentales de la realidad virtual.
Jean Paul Sartre no viviría la virtualidad. Sin embargo, escribiría, con razón irrebatible, que:
“(…) La existencia de la conciencia se desvanece totalmente detrás de un mundo de objetos opacos que presentan – no se sabe de dónde la han tomado- una suerte de fosforescencia por lo demás caprichosamente distribuida y que no desempeñan ningún papel activo”.
Hoy, pareciese más cierto que nunca, nuestra conciencia se abruma y llega a perder, sin quererlo, el hilo conductor de la realidad virtual.
Cuevas, siempre para bien, interpreta, acertadamente, la realidad virtual y objetiva.
Por eso, conceptualiza muy bien la ciberpoesía (la cual tiene el gran mérito de ser pionero en nuestro país) y la usa, eficazmente, en la elaboración de admirables poemas.
De ese modo, muestra ser gran intelectual sabio, visionario y de entendimiento abierto y plural que, en vez de oponerse a los nuevos cambios (como algunos poetas atrapados en las absurdidades del tradicionalismo ortodoxo y prejuiciado) los acepta y reflexiona, críticamente, en su justa dimensión.
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