¿Dónde está el cuerpo de Jesús? La pregunta que por siglos ha movilizado creyentes, escépticos, historiadores y teólogos no se reduce a un dilema arqueológico. Es, en el fondo, una provocación existencial: una interrogante que interpela al alma humana y su constante necesidad de sentido.
La ausencia del cuerpo de Jesús es quizás el silencio más poderoso del cristianismo. Porque si estuviera presente, embalsamado o custodiado como una reliquia más, el misterio perdería su fuerza y la fe, su libertad.
La resurrección: símbolo de lo que no muere
Resucitar no es solo volver a respirar. Es desafiar el límite, romper el ciclo, irrumpir con luz en medio de lo inevitable. El relato de la resurrección no necesita ser comprobado para ser valioso; su fuerza reside en lo que inspira. En esa tumba vacía no hay restos, pero hay mensaje: el amor no muere, el bien no desaparece, la vida no se resume en materia.
Jesús, al desaparecer físicamente, multiplica su presencia en quienes deciden vivir como él vivió.
La fe como acto de conciencia
No saber con certeza dónde está su cuerpo puede parecer un vacío, pero también puede ser una forma profunda de respeto hacia la libertad del ser humano. Porque la fe auténtica no impone pruebas irrefutables: ofrece sentido, provoca transformación, invita al compromiso.
Creer en la resurrección no es repetir una doctrina, sino responder con la vida a una ausencia que aún nos interpela.
La tumba, el tiempo y nosotros
En Jerusalén, el Santo Sepulcro es venerado como lugar de su sepultura. Pero más allá de la piedra, del sepulcro o del dato histórico, la gran pregunta sigue siendo otra: ¿Dónde está hoy Jesús? ¿Dónde está su cuerpo?
Tal vez no lo encontramos porque estamos buscando mal. Tal vez no está entre los muertos, porque su propósito es seguir viviendo entre nosotros. En cada gesto de compasión, en cada acto de justicia, en cada conciencia que se rehúsa a rendirse al egoísmo.
La huella en vez del cuerpo
Tal vez lo esencial no es saber dónde está su cuerpo, sino si su huella permanece viva en los nuestros. Si hemos dejado espacio en nuestra forma de vivir para aquello que él representó. Porque si no está en el sepulcro, pero tampoco está en nosotros, entonces ¿dónde quedó?
Epílogo
Preguntarse por el cuerpo de Jesús es preguntarse, al final, por el lugar que ocupa lo trascendente en una sociedad obsesionada con lo tangible. No se trata de pruebas, sino de frutos. No se trata de evidencias, sino de coherencia. La tumba vacía: más que una historia, es una decisión.
Y tal vez, el milagro más grande no fue que saliera del sepulcro, sino que haya entrado en el corazón del mundo, de manera tan profunda, que aún hoy —más de dos mil años después— seguimos preguntándonos por él.
“No estoy buscando pruebas, sino señales. Y si el cuerpo de Jesús no está, me basta con que su huella permanezca viva en mi forma de mirar, servir y amar.”
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