Escribir es un ejercicio de soledad. Lo aprendí de mi papá, con su ejemplo y su consagración con las letras, y este fin de semana pasado viendo el testimonio de Isabel Allende para BBVA Aprendemos Juntos, en su plataforma de YouTube, terminé de confirmarlo. Fue como vender un pacto. Un encuentro entre la autora de “La casa de los espíritus” en el que parte del público le hace preguntas sobre su trabajo, trayectoria y vida. Una joya en la que encontré inspiración y que hoy mueve estas líneas, porque, guardando la distancia del respeto y la admiración, me vi en ella en tantos momentos, que me movió a escribir después de una pausa de poco más de un mes.
"Llevo 40 años escribiendo y no he aprendido nada. Mi trabajo es un trabajo solitario, callado, privado, maravilloso" , empieza diciendo Isabel Allende y para mí fue como una reafirmación de lo que ya he descubierto estos años en el oficio de escribir y que resulta tan difícil explicar a quien no lo entiende. Hay una soledad, un aislamiento voluntario que te exige la escritura y en la que uno encuentra el refugio para expresarse y plasmar en letras, como el único lenguaje conocido de quien escribe, o quizás el más efectivo.
Además, una necesidad de aires nuevos que te expongan a sentir el entorno, a mirar la realidad con ojos distintos, como para no perder la capacidad de asombro ante lo cotidiano. Que es justamente lo que nos permite encontrar magia en cualquier cosa.
Tomé vacaciones y salí de paseo, justo antes de someter a mi hijo a una intervención quirúrgica, como para recargar y parece haber sido la decisión correcta porque volvió inspirada, más despierta que nunca, sensible, avispada y con las ganas a tope de escribir sobre todo, porque en cualquier cosa encuentro inspiración y eso me mantiene viva, atada al verdadero sentido, para mí, de poder escribir.
Sigo luchando con la disciplina, el difícil reto de la disciplina, pero se que no soy la única y también se que puedo vencerme a mí misma y obligarme a escribir aún cuando creo que no tengo tema. La vida está llena de temas y todos los días me regala uno distinto. Que aunque no tenga un jefe que me obligue a sentarme a escribir, si no lo hago, hay una parte de mi esencia y naturaleza que traiciono y no me lo puedo permitir.
Agradecida hoy más que nunca de la soledad, de mis nuevos aires y de la dicha que me otorga la vida de encontrar en la escritura el oficio que más disfruto, el que más me hace feliz y esperanzada en no perder nunca la suerte de mirar el mundo, la gente y sus cosas con ojos de magia, encontrando lo extraordinario en lo cotidiano. Y especialmente, el privilegio de que ustedes me lean.
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