El activista por los derechos civiles John Powell, director del instituto Otredad y Pertenencia de la Universidad de Berkeley, en California, ha comparecido a una entrevista con El país para conversar sobre algunos tópicos fundamentales relacionados con la construcción de la democracia. (https://elpais.com/us/2025-06-30/john-a-powell-cuando-el-miedo-manda-la-democracia-se-resquebraja.html).
Uno de estos temas es el de la otredad. En nuestra historia evolutiva se encuentra arraigada la idea de que las personas ajenas a nuestro grupo, especialmente las muy diferentes por razones de etnia, religión o costumbres, constituyen una amenaza a nuestra sobrevivencia.
Como señala Powell, dotamos nuestra convivencia de relatos a través de los cuales dotamos de significado nuestras vidas y comprendemos nuestra relación con los demás.
Una de las funciones de la cultura es domesticar el significado amenazante del Otro. Gracias a ella, dotamos nuestra convivencia de relatos a través de los cuales dotamos de significado nuestras vidas y comprendemos nuestra relación con los demás.
Un Estado autoritario es dado a significar nuestras vidas construyendo lo que Powell denomina “historias de ruptura” (breaking story), narrativas que culpabilizan al Otro de los males de la comunidad produciendo un quiebre de la convivencia social.
Como señala Powell, cuando el Estado es quien cuenta o participa de esta historia de ruptura señalizando a una persona como el Otro –por ejemplo, describiendo al inmigrante como enfermo, destructor, verdugo o criminal- marca a dicha persona, lo estigmatiza, generando un agravio en los derechos del señalado. En el momento en que el Estado convierte esta práctica en una rutina, se produce un quiebre de las instituciones democráticas.
En el caso de un Estado democrático, una parte importante del proceso de construcción de una sociedad plural es elaborar relatos de integración y propugnar por la inclusión de las diferencias. La consolidación de una sociedad democrática conlleva la comprensión y el diálogo entre los múltiples relatos que pueden narrarse en una comunidad, una conversación que implica escuchar los relatos que puedan herir nuestras sensibilidades.
Uno de los retos de las sociedades democráticas actuales es cómo lidiar con el relato que se construye sobre la base del miedo. Los liderazgos autoritarios manipulan esta emoción primaria de la condición humana para generar cohesión en torno a sus figuras y concentrar poder. Son los “emprendores del conflicto”. Potencian la guerra, la necesitan para articular un liderazgo sin fisuras, que convierta a cualquier crítico, disidente, o rival político en una cosa amenazante.
Empleo adrede el término de cosa. El discurso que se nutre del odio requiere deshumanizar a la víctima, al opositor, o al cuestionador, “quitarle su humanidad” para que de manera paulatina nuestra conciencia quede embotada cuando se produzca el agravio.
No es casual que el relato del odio se nutra de términos peyorativos y fomente la cosificación de los rivales con palabras que animalizan o ridiculizan. Se trata de un discurso que trivializa la crueldad mientras nos hace partícipes de “administraciones del agravio”. (https://acento.com.do/opinion/sadopopulismo-9465385.html).
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