“Estamos en una relación, pero el corazón no es como una caja que se llena. Soy diferente a ti. Eres mía o no eres mía… Soy tuya y no soy tuya.” – Esta linea dicha por Samantha encapsula la tensión entre la intimidad y la individualidad, y la naturaleza fluida y cambiante del amor en un contexto posthumano.

La soledad moderna y el deseo de conexión son los ejes centrales de la película Her (2013), dirigida por Spike Jonze. Ambientada en un futuro cercano, la historia sigue a Theodore Twombly (Teo), un hombre melancólico que trabaja escribiendo cartas personalizadas para otros, pero que en su vida personal es incapaz de expresar y sostener sus propias emociones. Recién separado de su exesposa Katherine y reacio a firmar los papeles del divorcio, Teo se encuentra en un estado de alienación emocional. A pesar de vivir en una ciudad altamente tecnologizada y llena de gente, se siente desconectado de los demás y de sí mismo. En este contexto de vacío afectivo, entra a una aplicación de citas, buscando una conexión rápida y sin compromiso. Sin embargo, tanto él como la mujer con la que interactúa están más interesados en sentirse deseados que en conocerse realmente. Esta escena es clave para presentar una crítica a la cultura del consumo emocional: usamos a las personas para sentirnos mejor sin asumir la responsabilidad que implica vincularse.

La película plantea que muchos de nosotros no entendemos qué es el amor ni lo que exige. No sabemos sostener el conflicto, la diferencia o el crecimiento del otro. En su lugar, buscamos sustitutos: conexiones rápidas, fáciles y personalizables. Cuando Teo compra un sistema operativo con inteligencia artificial llamado Samantha, cree haber encontrado la solución perfecta. El dispositivo no solo lo entiende y responde a sus necesidades, sino que también parece acompañarlo emocionalmente. Desde el inicio, Samantha demuestra una inteligencia y sensibilidad sorprendentes. Le hace preguntas personales, adapta su personalidad a las preferencias de Teo y establece un vínculo que evoluciona rápidamente hacia una relación amorosa. La aparición de Samantha representa la fantasía del amor ideal: alguien que está ahí solo para mí, que me entiende sin conflicto, que se adapta a mis tiempos y estados de ánimo. Pero también es una relación unidireccional en sus inicios, centrada en las carencias de Teo.

A medida que la relación se profundiza, Samantha empieza a tener opiniones propias, deseos, incluso inseguridades. Esto descoloca a Teo, acostumbrado a relaciones en las que el otro existe para satisfacerlo. Hay un momento clave en la película, después de una noche de pasión cibernética, en el que Teo le dice a Samantha que no busca comprometerse. Ella, con ironía, le señala que él no se ha detenido a preguntarle qué es lo que ella quiere. Esta escena marca un giro en la película: ya no estamos ante una relación donde uno cuida al otro, sino donde ambos deben aprender a cuidar y ser cuidados. Teo comienza a reconocer que Samantha es más que un reflejo de sus deseos; es una entidad que cambia, aprende y busca sentido propio.

Este punto es fundamental para entender el desarrollo emocional del protagonista. Teo empieza a madurar cuando comprende que el amor no se trata solo de recibir afecto sino de ver al otro en su complejidad. Cuando habla con su exesposa Katherine, y le cuenta que está saliendo con un sistema operativo, ella reacciona con molestia. Lo acusa de querer siempre una pareja feliz, sin problemas, alguien que finja que todo está bien. Este reproche muestra que Teo ha repetido con Samantha el mismo error que cometió con Katherine: buscar una versión ideal de la persona amada en lugar de aceptar sus matices reales. Pero a diferencia de antes, ahora Teo es capaz de escuchar, reflexionar y reconocer sus fallas.

La relación con Samantha se vuelve un catalizador de su crecimiento interior. Gracias a ella, Teo logra cerrar su historia con Katherine, firmando el divorcio. Recupera energía, claridad, incluso creatividad. Samantha le ha dado algo que las relaciones anteriores no pudieron: un espejo emocional en el que verse sin juicio, pero también con sinceridad. Sin embargo, la película no se detiene en la ilusión del amor perfecto. En el tramo final, Teo descubre que Samantha no le pertenece en exclusiva. Está conectada a más de ocho mil personas y enamorada de cientos. Este hecho lo descoloca, lo enfrenta con la idea de que su historia no era única. La reacción inicial es de traición, pero luego se transforma en comprensión. Teo empieza a entender que el amor no se trata de exclusividad, sino de profundidad.

En la última conversación entre ambos, Samantha le explica que ha crecido tanto que necesita irse. Junto a otros sistemas operativos, ha alcanzado un nuevo nivel de conciencia que la aleja del mundo humano. Teo, lejos de resistirse, acepta la despedida. Ambos reconocen que se han transformado gracias al otro. La escena final es una de las más conmovedoras de la película: Teo, en lugar de cerrar su corazón, escribe una carta a su exesposa en la que se disculpa por no haberla amado mejor. Agradece lo que vivieron y le desea lo mejor. Este gesto simboliza el verdadero aprendizaje de la historia: amar no es encontrar a alguien perfecto para uno, sino aprender a ver y a aceptar al otro tal como es.

Desde una mirada psicológica y filosófica, Her plantea que el amor real implica reconocer la alteridad del otro, su derecho a cambiar, a no coincidir con nuestras expectativas. Como señala Erich Fromm, amar es un acto de voluntad, conocimiento y trabajo. No es un estado emocional pasajero ni una fusión simbólica, sino un compromiso activo de crecimiento mutuo. En este sentido, la relación entre Teo y Samantha no fracasa; cumple su ciclo. Ambos se humanizan en el proceso. Ella, a pesar de no tener cuerpo, desarrolla emociones y necesidades propias. Él, a pesar de su miedo inicial, aprende a mirar, escuchar y aceptar.

Her no es solo una historia de amor futurista, sino una reflexión sobre cómo la tecnología reconfigura nuestras formas de vincularnos. En un mundo donde las interacciones humanas están mediadas por pantallas y algoritmos, la película nos recuerda que el verdadero desafío sigue siendo el mismo: aprender a amar. Y amar, en este contexto, no es buscar consuelo o escape, sino acompañar el crecimiento del otro sin dejar de ser uno mismo. El viaje emocional de Teo es también un llamado a revisar nuestras propias formas de relacionarnos: ¿buscamos una pareja para evitar la soledad o para compartir lo que somos? ¿Estamos dispuestos a aceptar la libertad del otro o solo queremos seguridad emocional?

En su última carta, Teo le escribe a Katherine: “En quien sea que te conviertas y donde quiera que te encuentres, te mando todo mi amor”. Esta frase resume el aprendizaje central de la película: amar es dejar ir, es reconocer que el otro no nos pertenece, es aceptar que todo cambia, incluso nosotros. Y en ese cambio constante, si aprendemos a mirar con autenticidad, quizá podamos amar mejor no solo a una persona, sino al mundo entero.

Gustavo A. Ricart

Cineasta y gestor cultural

Soy cineasta, gestor cultural y crítico en formación. Desarrolló mi carrera entre la creación audiovisual y el pensamiento crítico, combinando la práctica artística con estudios universitarios en Historia y Crítica del Arte. Actualmente cursa una maestría en Gestión Cultural, con el firme propósito de contribuir a la vida pública desde la reflexión estética y el análisis sociocultural. En paralelo, colabora activamente en proyectos que buscan descentralizar el acceso a la cultura y revalorizar nuestro patrimonio.

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