Dios mío, qué difícil —y al mismo tiempo necesario— me resulta escribir este artículo, que desplaza el tema que tenía previsto para hoy.

Los discursos pronunciados en la Asamblea General de las Naciones Unidas 2025 han sido, por decir lo menos, un espectáculo desconcertante. El episodio más bochornoso lo protagonizó el presidente de la aún considerada potencia mundial, el Dr. Donald Trump, quien —víctima de un fallo mecánico en la escalera eléctrica y en el teleprompter— ofreció un discurso desbordado, incendiario, y a ratos delirante. Solo faltó que emprendiera contra la pobre Melania, quien tuvo que subir a pie, escalón por escalón.

Imagino la vergüenza que debió pasar el Secretario General António Guterres, no solo por los problemas logísticos, sino por la atmósfera de desgaste institucional que se respiraba en esa Asamblea. Fue como si el equipo entero estuviera contagiado por un virus de decadencia, de frustración acumulada y de desconfianza hacia la propia misión de la ONU. El mensaje de la delegación estadounidense parecía resumirse en una consigna brutal: si la ONU ya no sirve, ciérrenla o tírenla al mar… donde haya muchos tiburones.

Una querida amiga, profesional de excelencia, ha seguido la Asamblea con detenimiento y me recomendó varios discursos que, según ella, no debía perderme. Todavía no completo la lista, pero vi el de Venezuela. Parecía un cumpleaños de los fantasmas del pasado. Y me trajo a la memoria un momento improbable de mi vida: cuando representé al presidente Balaguer en el sesquicentenario del nacimiento de José Martí en Cuba.

Fue una noche de velas en una Habana oscura (no por apagón, sino por homenaje), y al llegar al desfile del pueblo cubano en honor a Martí, me confundieron con la esposa de Balaguer. Gracias a Dios no lo fui —como hombre no era mi tipo—, aunque como intelectual lo respeté profundamente. Fidel, que me recibió como “el mejor hombre” de Balaguer (¡yo!), fue cortesano y encantador. Y, aunque nunca compartí su liderazgo, reconozco que sí tenía autoridad moral para hablar de una “revolución educativa”.

Hoy, Cuba ya no figura entre los primeros lugares en las pruebas internacionales, pero durante décadas fue un referente. En cambio, nuestro país ha entrado, como tantos en la región, en una pandemia de deterioro institucional generalizado. Solo El Salvador parece escapar —paradójicamente— por vías autoritarias que han devuelto a su gente algo esencial: la seguridad en sus calles.

Fue una noche de velas en una Habana oscura (no por apagón, sino por homenaje), y al llegar al desfile del pueblo cubano en honor a Martí, me confundieron con la esposa de Balaguer.

Volviendo a nuestra Dominicana, escribo con el corazón dolido. No soy funcionaria, ni milito en partido alguno. Ni siquiera en aquel al que serví como ministra. He sido asesora de todos los gobiernos, y en estos 66 años nunca manejé ni compras, ni alimentos, ni contratos. Tal vez por eso me duelen tanto las noticias recientes.

Oro por tres personas cercanas en el Ministerio de Educación, para que no sean arrastradas por esta ola de escándalos que nos asfixia: la primera, no porque se pensaría que solo trabajo para ella, sino por lujo que es acompañarla en este “ordeal” que vivimos; el segundo, funcionario noble, eficaz, que es —si no pariente— por lo menos digno de respeto; y el tercero, el Ministro de Educación, a quien admiro desde lejos. Aunque no nos vemos, confío en su formación, en su integridad y en los apellidos que lo sustentan. Fue un Ministro de Trabajo admirable y un gran presidente del INFOTEP. Creo, sinceramente, que camina hacia el estrellato político con dignidad. Si no tropieza con una piedra en el camino… o que sus “asesores” lo conduzcan a un falso destino.  Yo soy asesora, pero no estoy entre ellos.

Y mientras tanto, yo —a casi 85 años— sigo aquí, luchando con los altibajos de la salud, sin tirar la toalla. Aunque me dejen en el “abandonoooo”, como decía un viejo bolero aguarachado, sigo firme.

Hoy es domingo, y aunque la semana pasada estuvo llena de escándalos y esta promete aún más —incluyendo uno en educación que intenté evitar porque no nació en el Ministerio, sino que vino en bandeja desde más arriba—, me niego a dejar que me arruinen el día. En unos minutos veré mi propio programa, Coloquios con la Dra. Jacqueline Malagón, que llega a toda Iberoamérica por CDN, y que cumple un año al aire, con el apoyo del Banco Central y el Banco Popular.

¿Quién me iba a decir que a esta edad seguiría en pie, con la mente clara, con la voz encendida y con el alma comprometida con este país mío que no me cansa? Y agradezco a los héroes del pasado —como Gustavo Tavares Espaillat, el gran empresario de la educación— que hicieron posible muchas de las batallas que hoy defendemos. También agradezco a los periodistas que me han dado su confianza desde los años 70 hasta hoy. Nunca les mentí. Nunca usé otra arma que no fuera la verdad.

¿Dónde estamos, República Dominicana, cuando la decencia se convierte en excepción y la indignación en rutina? Si nos resignamos, perdemos. Y si perdemos, ¿qué quedará de nosotros? Hoy no escribo desde la rabia, sino desde el amor a mi país. Porque hay que decir las cosas. Porque aún es tiempo de despertar.

Jacqueline Malagón

Educadora

Consultora en Educación, Evaluación y Desarrollo Institucional. ExMinistra de Educación Asesora del MINERD, MESCYT, MAP, del INFOTEP y del Senado de la RD Miembro de la Academia de Ciencias RD Miembro de Diálogo Interamericano Miembro de la Coalición Latinoamericana para la Excelencia Docente Consultora en Educación, Evaluación y Desarrollo Institucional

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