Puerto Príncipe, octubre de 2025.
El sol se oculta sobre las colinas de Pétion-Ville cuando un grupo de seis figuras se sientan en torno a una mesa de madera en el antiguo Hotel Montana. Afuera, el ruido de disparos lejanos y motocicletas sin matrícula marca el pulso de una ciudad sitiada. Dentro, se juega algo más grande que una operación militar: el alma política del Caribe. Y, desde muy lejos, por vía de una pantalla digital, dos figuras cimeras de la política estadounidense participan en la reunión que ellos mismos propiciaron.
La reciente aprobación en la ONU de una fuerza multinacional contra las bandas haitianas ha desatado una vorágine de expectativas y suspicacias. ¿Quién liderará? ¿Con qué propósitos, incluidos los ocultos? ¿Bajo qué legitimidad? Y, ¿con qué rostro se presentará ante el pueblo haitiano?
Dos pantallas parpadean en los extremos ovalados de la mesa del salón El Nuevo Mundo. Desde distintas ciudades de Florida, aparecen el Presidente y su Canciller, ansiosos de intervenir en una discusión que —aunque ficticia y carente de carácter oficial— podría definir el tono del inminente despliegue de los 5,500 efectivos de la Gang Suppression Force. Dicho sea a vuelo de pluma, esa fuerza multinacional, aunque carece del respaldo de programas de inversión, crecimiento y desarrollo sostenible, promete restaurar el orden y, quizás, reescribir la historia haitiana.
Power Politics: la estrategia desde las pantallas
El señor Presidente, sin rodeos, inaugura la sesión con un golpe verbal, que le quita la palabra al improvisado moderador y opaca sus palabras de bienvenidas:
—I don’t care about UN resolutions. Haití necesita fuerza, no más reuniones y comités. Esto se resuelve con decisión, no con apariencias. Como con el narcotráfico: hundiendo lanchas y disparando donde haya que hacerlo. Enviemos hombres bien entrenados, recuperemos el control del terreno y sanseacabó. ¡A tiro limpio!
Desde la otra pantalla, el Canciller, más mesurado, lo complementa con tono pragmático:
—Ese músculo debe tener propósito e influencia. Si no lideramos una coalición regional, Rusia y China llenarán el vacío. Haití es un punto de quiebre geopolítico.
De regreso a la mesa antedicha, el embajador Criollo pide la palabra con cierta cautela:
—Como saben, mi país vive las consecuencias directas del colapso haitiano: migración desbordada, comercio interrumpido, riesgo sanitario, tensiones grupales… Lo reiteramos una y mil veces: queremos paz y estabilidad en Haití, gracias a la colaboración de su pueblo y al esfuerzo responsable de la comunidad internacional. Pero que nadie espere encontrar la solución del problema haitiano en nuesto país.
El representante del Istmo, casi interrumpiéndolo, asiente:
—El embajador tiene razón. La intervención que sea debe ser legítima y coordinada con los países vecinos. Sin diplomacia, cualquier éxito táctico será efímero.
Local Voices: las voces del suelo haitiano
Un miembro del Consejo Presidencial de Transición (CPT) toma la palabra en un francés correcto, aunque entrecortado:
—Lo que más teme el pueblo haitiano no es la fuerza, sino el abandono. Hemos sido intervenidos muchas veces, pero nunca escuchados. Si esta operación no fortalece nuestras instituciones, terminará siendo otra página de decepción y humillación.
El empresario haitiano de cuño nuevo, por demás zar del sector agroindustrial y comercial, al igual que uno de los mayores empleadores en el norte del país, lo secunda:
—Estamos al límite. Las bandas controlan puertos y carreteras. Sin seguridad no hay inversión. Pero no queremos mercenarios ni políticos extranjeros buscando réditos. Para esto basta con la élite económica del país. Queremos reglas, continuidad, respeto y una cuota relativa de ganancia e influencias.
Desde un sillón de cuero, el jefe de una compañía mercenaria, se incorpora y sonríe con ironía:
—Con todo respeto, señor empresario, la estabilidad requiere acción, no tantas reuniones y seminarios. Mi empresa puede desplegar tecnología y control en menos de un mes. Sin eso, seguirán rehenes de criminales y de quienes los financian. Y, créame, no cobrarán un centavo en las aduanas de este disoluto país.
El intelectual latinoamericano, con tono sereno pero firme, le replica:
—Le faltó añadir, señor, que también seguirían siendo rehenes de los intereses privados. Las “soluciones rápidas” que traen son minas de largo plazo. ¿Quién audita a los contratistas? ¿Quién les pone límites y hace justicia?
The Ethical Fault Line: urgencia, legitimidad y dignidad
Criollo interviene de nuevo:
—Entendemos las posiciones, pero también los fantasmas. Necesitamos soluciones, no imposiciones. Una coalición con rostro regional, supervisión transparente y metas verificables. La rapidez sin legalidad es fuego sin control; la legalidad sin acción, cinismo.
Presidente (espeta desde la pantalla):
—Eso suena a excusa. El mundo respeta la fuerzan y el dinero. Haití necesita orden, no sermones. La aprobación del Consejo de Seguridad demoró por efecto de la pusilanimidad de algunos miembros. Pero ahora es el momento: entremos con las dos manos. Que nadie se crea los cuentos chinos de un Robin Hood enmascarado. Somos lo que somos. Venimos a resolver.
Canciller:
—Y, por eso, estamos en proceso de restablecer un orden nacional y regional por medio de mejores y nuevas alianzas más eficientes. Sin Haití, ni República Dominicana y demás naciones, cualquier intervención será insostenible.
Miembro del CPT, acotando lo dicho:
— …Y, sin el pueblo haitiano como protagonista, será otra invasión vulgar. No necesitamos salvadores, sino aliados que escuchen.
Empresario haitiano:
—Lo que paso a decir no es una lamentación. Pagamos peaje a las bandas para poder operar. No hay país que resista eso. Queremos orden y seguridad, Mr. President, pero también una cuota de poder y de las ganancias. Seguro usted entiende eso.
Intelectual, con gran dificultad para disimular su irritación, arrebata la palabra:
—El orden sin ética es otra forma de violencia. Cualquier plan debe incluir monitoreo, transparencia y rendición de cuentas. El poder sin control se pudre.
The Geopolitical Echo: la noche en la Montaña
El reloj marca las 2:17 a.m. La luz pestañea. Helicópteros sobrevuelan el hotel. El moderador, por fin, recupera la voz y propone una última ronda de declaraciones.
Cada resumen suena más a manifiesto que a posición personal.
Istmo:
—“Con la aprobación lograda en la ONU, llega la hora de quitarle cualquier intensidad bélica al desorden que padece Haití y su entorno.”
Criollo:
—“Queremos un Haití estable, libre y soberano. La cooperación no tiene que ser dominación. Solo así habrá paz, bienestar y prosperidad desde Haití y para Haití.”
Canciller:
—“Actuar con rapidez, al amparo de la legitimidad internacional, ha de ser nustro mejor y más duradero escudo.”
Miembro CPT:
—“El pueblo haitiano está cansado de ser tema de reuniones. Si esta vez no somos parte del mando, será otro fracaso.”
Empresario:
—“Las inversiones huyen del miedo. Sin seguridad no hay futuro; sin confianza y respeto, no hay prosperidad, tampoco país.”
Jefe mercenario:
—“A ver cómo les digo. El caos se combate con precisión, no con diplomacia. Tecnología, entrenamiento y mando claro: eso salva vidas.”
Intelectual:
—“El poder sin ética es barbarie. Documentar y rendir cuentas es tan vital como las armas.”
Canciller:
—“La crisis haitiana es una prueba de liderazgo hemisférico. Si no actuamos juntos, otros querrán llenar el vacío.”
Presidente:
—“Acabemos con tanto ronroneo. Haití necesita mano dura y liderazgo. Si no tuviera otros asuntos, este pleito quedaría resuelto en 48 horas.”
Aftermath: entre la duda y la oportunidad
La reunión concluye sin acuerdos trascendentales, pero con una verdad ineludible: Haití es hoy otro laboratorio de la gobernanza global.
Entre el músculo militar y la legitimidad diplomática, entre el mercenarismo y el reclamo moral, se juega el porvenir de un pueblo desfigurado por siglos de divisiones fraternas y de abandono ajeno.
En el salón se apagan las pantallas. Los presentes se dispersan. Y, mientras tanto, afuera, el amanecer caribeño tiñe de rojo las colinas.
El miembro del CPT se detiene, mira al horizonte y, entre tanto, oye al fracasado moderador lanzar al aire una frase breve, casi una plegaria, al legado de sus antepasados:
—Haití no necesita ser rescatado. Solo necesita, por una vez y por todas, no ser traicionado. Ni por los vivos, ni por los muertos y, mucho menos, por los fantasmas.
[1] Supuesto reportaje ficticio para la UEH.
Compartir esta nota