La distribución eléctrica en manos del Estado ha sido un fracaso, y la oposición en vez de frotarse las manos lanzando críticas al gobierno lo que debería es hacer un acto de contrición y aceptar responsablemente que el “Frankenstein” del déficit eléctrico tiene como padres a todos los que nos han gobernado en los últimos tiempos, aunque la guarda le corresponda al que está de turno.
Cuando en el año 2003 en medio de la crisis generada por la quiebra de algunos bancos se tomó la decisión de recomprar las acciones del socio privado Unión Fenosa en EDESUR y EDENORTE, algunos la criticamos porque a pesar del mal manejo por parte de los ejecutivos de esta en sus relaciones con los usuarios y las autoridades principalmente por el tema de la tarifa y los cobros, sabíamos que sin un criterio racional en la distribución, la reforma del sector eléctrico quedaría trunca, y por eso desde la transición al que fuera el segundo mandato del presidente Leonel Fernández muchos reclamamos que se cumpliera con la Ley 141-97 de Reforma de las Empresas Públicas que él mismo impulsó y se reincorporara un accionista privado a cargo de la gestión de dichas empresas, pues sin resolver el problema en la “caja” del sector jamás andaría bien, pero los mismos que habían llevado a cabo la reforma se distanciaron de esta, y prefirieron utilizar las distribuidoras como botín político, y más adelante completaron el círculo con la recompra de las acciones privadas de EDEESTE.
Lo cierto es que desde entonces las distribuidoras de electricidad han operado con pérdidas inaceptables que han rondado entre el 40% y el 30%, con reducciones ocasionales muchas veces cuestionadas por supuesta manipulación en el índice de recuperación de efectivo, y más recientemente por alteración de facturas subiendo el consumo de clientes, sin embargo en ningún momento se ha querido aceptar que es necesario que estas empresas vuelvan a ser mixtas y a estar administradas por un socio estratégico privado, y por el contrario se satanizó el proceso de capitalización del sector, sin el cual no hubiéramos tenido los avances indiscutibles que exhibimos en generación y transmisión, en una especie de connivencia entre los que nunca han querido pagar la factura eléctrica, aunque sí la telefónica, y los que encontraron en estas empresas estatales una fuente importante de clientelismo.
La discusión de pacto para la reforma del sector eléctrico se entendía que era una oportunidad para consensuar las transformaciones necesarias, pero las pasadas autoridades se negaron a ver la realidad y el tema de la distribución fue prácticamente proscrito del debate, y con un gran esfuerzo lo único que se logró fue establecer que en un plazo de 12 meses luego de su firma se dictaría una normativa para que las distribuidoras puedan subcontratar la comercialización para mejorar la gestión, la cual más de cuatro años después no se ha dictado, y la aprobación de un Plan Integral de Reducción de Pérdidas para llevarlas a un máximo de un 15% en 6 años a razón de 2.7 % anual, que si bien era muy agresivo y debía ajustarse a las circunstancias de la pandemia, cuando se intentó comenzar a ejecutar con el aumento de las tarifas fue frenado y dejado de lado por el rechazo de la población, y un oportunista ataque de la misma oposición que lo había aprobado.
Mientras no aceptemos que la electricidad tiene que ser medida y pagada, y que por eso hay que ahorrar su consumo, que los subsidios tienen que desmontarse, y que la gestión de las distribuidoras no puede seguir estando en manos del Estado, no solo continuaremos con un eterno problema de déficit público ocasionado por las pérdidas del sector, sino que este se agravará, como en efecto ha sido el caso, al ritmo de la inyección de nueva generación como aconteció con las plantas de Punta Catalina, y de un aumento del consumo por la expansión de la compra de electrodomésticos como aires acondicionados, lavadoras y secadoras gracias a facilidades crediticias y precios competitivos, manteniéndose los subsidios, los fraudes y los impagos.
Y si ha eso se suma el aumento récord de las temperaturas del planeta en los veranos recientes, tendencia que desgraciadamente parece continuará, no habrá forma de detener el sangrado sin tomar medidas mayores que requieren responsabilidad por parte de todos los actores. Lamentablemente la búsqueda de votos es el peor enemigo de las soluciones sensatas, y el mayor atizador de conductas interesadas que juegan a hacerle daño al contendor, sin darse cuenta quienes las asumen que ese Frankenstein lo crearon todos, y que mañana si vuelven a tener su guarda, se volverá contra ellos.
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