El horror se apodera de la órbita
cantos de almas sin pudor terrícola
objetan a la humanidad sin piedad.
Cuántos caminos bajo fuego
corazones sin vida y laten
cuerpos sin esperanzas, languidecen
manos mutiladas, esposadas, estériles
sombras sin materia, que dan cuenta.
Así los años habrán de pesar
para que todas las vísceras nos inunden
pastizales, calles y casas
no quedarán lugares sin lutos genocidas.
Arrancar el demonio irreverente
exorcizar el gen del ser, que se retuerce
cuántos servicios tendremos que sacrificar
inexplicables avaricias ya obsoletas
sucumban a la vuelta de una buena vez.
Donde están los dioses de siempre
los omnipotentes deudores
de todos los hombres que presagian
tanta maldición.
De sus hijos que acuden
al templo del perdón
así la sustancia sin entendimiento
será éter de los tiempos.
El único y nauseabundo estado
tránsito de poder perpetuo
alzarme con el mandato sin medidas
suculentas hambres desarrollan colmillos
para desgarrar espíritus inocentes de aquí y de allá.
Los niños tiemblan de cuerpo entero
sus corazones no entienden razones.
El humo de la pólvora une sus pulmones
no es el que supone, que la vida regala.
Madres bañadas en lágrimas
le darán esa libertad, al dolor
de su voluntad solo queda la estatua
ella sola, abrirá una ventana estoica
muy sólida y mórbida
muy silente y con lengua
tan gris como lo oscuro
tan muerta y lo soporta.
Creyentes son los hombres
con frente altiva de interrogantes
nadie puede perseguir
quien tiene riendas y va delante
muy rápido, va la voracidad también.
Impecables los conductores a todo tren
se desvanecen allá, en el muy mutilado horizonte.
Maldita guerra de truhanes.
Malditas son sus garras.
Se tuercen las entrañas con ideas latentes
¿Tú sabes de heridas y de dolor?
Perdieron esos, sus memorias
nunca serán felices los días
serán huraños los sueños fallidos
atrofiados por la maldad como atmósfera.
Las cruces ya no caben en esta tierra
se hunden entre sangre y llanto.
De sus estacas, jamás brotará ningún retoño.
Del suelo subirá el olor a dolor.
Se agrietará la tierra, saltaremos los surcos.
Respirarán las ánimas, ruinas y con vidas.
Malditos los seres que vivos
desparecen pueblos angustiosos.
De qué sirve la poesía
si no puede detener lo sombrío
si no llena el corazón del que nace
si la banalidad triunfa, y a nadie afecta
si las bestias se cambiaron por dioses
si la ternura no tiene estructura.
Los huecos de miserias
inundan cada profundidad de hastío
se pisan los caminos de suciedad
hambre por codicia me alimento
mientras el gran señuelo
habita en el germen del ser.
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