Hoy no es una fecha cualquiera. Aunque esté marcada en azul en el calendario, este día es de fiesta. Celebramos el nacimiento de la hija de don Juan Mejía y doña Gracita Díaz, la primogénita de una familia ejemplar, aunque corta, integrada además por sus hermanos Miguel y Verónica.

Ella nació y creció en la bucólica y sencilla comarca de Gurabo, cercana a Santiago de los Caballeros. Su casa, blanqueada con cal en un suave tono rosado, reposaba casi en medio de un arroyuelo de cauce arrullador y una laguna serena, sombreada por ceibas gigantes que se espejeaban en sus aguas quietas. Casi al frente se alzaban las montañas de la cordillera Septentrional, completando un paisaje digno del pincel ingenioso de Yoryi.

Esa niña, cuentan, fue feliz. Así lo dicen los relatos que nos llegan de la época y la fotografía de su primera comunión. En ella aparece con el cabello largo, ojos color miel, hermosa.

Ya adolescente, llegó a ser presidenta de las Hijas de María y asistía, junto a sus padres y hermanos, a la misa dominical en la iglesia de San Bartolo. Para la ocasión, se engalanaba con su vestido blanco, velo, lazo rojo e imagen de la Virgen colgando del cuello. Parecía destinada a la vida religiosa, perfilada para ser novicia.

Pero un día luminoso, el Señor le cambió el rumbo. Aún muy joven, conoció a un apuesto muchacho de campo, intrépido, de mirada aguda, que desvió sus pasos del convento. El amor los embrujó, quizás con la complicidad de una luna llena que bendijo ese primer encuentro.

Tiempo después, se casaron cuando ella apenas contaba con 19 añitos. La boda, celebrada en una radiante mañana del otoño de 1951, tuvo dos momentos memorables: primero, en la sobria pero encantadora Gruta de Lourdes; luego, en el patio de la casa de los padres de la novia, en medio de un framboyán majestuoso que custodiaba la entrada, un níspero frondoso que le disputaba el protagonismo y, al fondo, señoriales palmeras que daban marco al amor. Así lo evocan muy bien también sus adoradas primitas —Antonia, Alicia y Chavela—, que estuvieron allí con sus mejores galas

Fue una ceremonia primorosa. Ella estaba regia: espigada, de labios carmín, cabello suelto y ojos azabache. El novio no se quedaba atrás: traje negro, corbatín, camisa blanca impecable y bigote perfectamente recortado. Todo un galán

La foto de bodas lo dice todo: ella, con una discreta sonrisa pícara que aún me fascina; él, con un aplomo sereno que lo delata.

Vinieron luego los frutos de ese amor y, del vientre prodigioso de esa mujer singular —a quien más tarde todos llamaríamos con cariño Tele—, nacimos Sonia, Mayra, Rita, la rubia que rompió el molde trigueño familiar, y yo. Una familia con linaje de guraberos por ambos costados.

Pero nuestra madre no es extraordinaria solo por habernos dado la vida. Lo es por mucho más.

Fue ella quien nos arrulló en nuestra tierna infancia, quien nos dio el primer beso y la primera caricia, el primer sorbo de leche tibia desde sus pechos generosos; nuestra primera canción de cuna y mecedora de guano. De ella fue el primer “te amo” que escuchamos.

Fue ella quien, en incontables noches, se desveló para calmarnos la fiebre con pañitos de agua tibia, aromático verrón o un “tecesito” de limón con Mejoral. La que rezó con fe para que superáramos nuestros achaques. La que nos enseñó el Padre Nuestro, el Ave María y la señal de la cruz.

Fue ella la que, junto a mi padre, trabajó incansablemente en la tienda Sonia para sacarnos adelante. Caminaba cada día un largo trecho —bajo sol, lluvia o sereno— desde la casa hasta el negocio; agotaban largas jornadas y regresaban a la casa a atender las otras tareas propias de la familia, incluyendo la preparación del exquisito mangú con queso Geo guayado, del pastelón de plátano maduro y de la carne mechada que aún nos encantan. Aún tengo grabada, en el pequeño baúl de mi memoria, su dulce voz cuando me llamaba: 'Lorencito, ven a comer, por Dios…

Fue cómplice de nuestras travesuras y testimonio de vida. Nos inculcó valores, nos vio crecer y madurar, nos acompañó en cada etapa. Ha sido madre, amiga, consejera, asistente; ha sido todo.

Ha visto a sus hijos formar familias y ensanchar la suya. Ha sido una suegra afectuosa, una abuela entrañable y, ahora también, bisabuela de la bellísima Jimena. Todos —sus hijos; sus diez nietos: José Rafael, Layra, José Augusto, Luís Gabriel, Nicole, José Lorenzo, Paulette, Luís Carlos, Luís José y Lorena; su biznieta Jimena; sus yernos y nuera: James, Luís Miguel y la more, Cristina— la adoramos.

Doña Tele fue una esposa ejemplar. Compañera de vida de nuestro padre durante más de medio siglo. Ha celebrado nuestros triunfos, se ha dolido de nuestras lágrimas, nos ha apoyado con ternura incondicional.

Y es también nuestra crítica número uno. Cuando participamos en un programa de radio o televisión, si no le avisamos, se enfada. Y cuando lo ve, es la primera en llamar: para felicitarnos… o para corregirnos. “Esa corbata no te quedaba bien”, “eso no debiste decirlo”. O en nuestros artículos de Acento: “me gustó, pero eso no fue así como lo narraste”. Por ejemplo, en uno reciente: “yo no recuerdo que tu papá te haya dado alguna pela… eso te lo inventaste tú”.

Antes de cada viaje o audiencia importante, nos bendice con devoción: “Que la Virgen Desatanudos te acompañe y te guíe”.

Hoy, con 90 años, goza de salud física y una memoria envidiable. Nos despierta —al igual que a una larga lista de más de treinta destinatarios— con mensajes de voz por WhatsApp personalizados. Da los buenos días con su amoroso timbre de voz, comparte avisos, cumpleaños y hasta lleva la cuenta de quién le responde… aunque siempre perdona. Está activa en Instagram, siguiendo de cerca a sus nietos. Es una experta en política nacional e internacional.

Tiene un liderazgo innato y una empatía sorprendente. Desde sus tiempos en la tienda ya era una verdadera 'galena': diagnosticaba y recetaba a los parroquianos, fuesen ricos o humildes, e incluso al querido cura Martín. Nunca la vimos discutir con nadie. Todos la querían. Hoy, esa magia sigue viva. Irradia cariño, inspira cercanía. Es madre adoptiva de muchos, ángel de la guarda de otros tantos. En la iglesia donde se congrega, tiene una cofradía de amiguitas abejitas que la idolatran, incluyendo sus curas.

Hoy celebramos con gozo sus 90 años. Damos gracias al Señor por habernos dado esta madre de ensueño. Saludamos su ejemplo, su alegría, su amor sin medida.

Gracias, doña Tele, por ser nuestra entrañable mai. Nos sentimos orgullosos de ser sus hijos. Y al despertar, antes de recibir tus mensajes, rogamos a Dios que nos conceda muchos más amaneceres contigo.

¡Felicidades, doña Tele del alma! Hoy la fiesta es por ti. Y con toda el alma, la celebramos.

José Lorenzo Fermín

Abogado

Licenciado en Derecho egresado de la PUCMM en el año 1986. Profesor de la PUCMM (1988-2000) en la cual impartió por varios años las cátedras de Introducción al Derecho Penal, Derecho Penal General y Derecho Penal Especial. Ministerio Público en el Distrito Judicial de Santiago (1989-2001). Socio fundador de la firma Fermín & Asociados, Abogados & Consultores desde el 1986.-. Miembro de la Comisión de Revisión y Actualización del Código Penal dominicano (1997-2000). Coordinador y facilitador del postgrado de Administración de Justicia Penal que ofrece la PUCMM (2001-2002). Integrante del Consejo de Defensa del Banco Central y de la Superintendencia de Bancos en los procesos de fraudes bancarios de los años 2003-2004, así como del Banco Central en el caso actual del Banco Peravia. Miembro del Consejo Editorial de Gaceta Judicial. Articulista y conferencista ocasional de temas vinculados al derecho penal y materias afines. Aguilucho desde chiquitico. Amante de la vida.

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