Es innegable que las últimas décadas de libertad y democracia dieron pie a un notable y continuo crecimiento económico de nuestro país reconocido por los organismos internacionales, como lo es también que ha sido un desarrollo desordenado y de irritantes contrastes, en el que el oportunismo, el clientelismo, la demagogia, y la falta de institucionalidad dejaron la cancha libre para que muchos hayan hecho las cosas fuera de la ley sin las debidas consecuencias, crecimiento que por demás se ha instaurado sobre una zapata cargada de problemas ancestrales a los que nadie quiere hacerle el frente, y quienes lo han intentado ante la brutal resistencia han desistido en el intento.

Debemos admitir que hemos confundido desarrollo con crecimiento, pensando que estamos muy bien porque nos hemos llenado de altos edificios, de túneles y elevados, de plazas comerciales, porque contamos con un metro para el transporte, con una amplia red de electrificación, y cada vez tenemos más vehículos, puentes y autopistas, valorando más la forma que el fondo, sin detenernos a pensar en que ese desarrollo debe ir de la mano con la eficiencia de los servicios públicos, la debida planificación, mantenimiento y gestión de riesgos, con normas de cumplimiento rigurosamente inspeccionadas y sancionadas, así como adecuados presupuestos para las instituciones públicas a cargo de hacerlo, todo lo cual necesita a la vez de recursos suficientes en el presupuesto estatal, que provienen de los impuestos que debemos pagar los contribuyentes.

Quizás por estar acostumbrados a vivir el día a día por no tener que prepararnos para sufrir las inclemencias de los crudos inviernos, culturalmente somos poco dados a la planificación, y nos destacamos por nuestra jovialidad, por ser amigos de la fiesta, la música y la parranda. Aunque de vez en cuando algún hecho nos recordaba la temeridad en que vivimos, pasábamos la página para seguir extasiados con lo que se ve a simple vista, y ciegos ante lo que no, por más esencial o peligroso que fuera, y desgraciadamente una tragedia de la magnitud de la que nos acaba de ocurrir en la que cientos de personas perdieron la vida nos enfrenta ante años de desidia, y en vez de solo apuntar el dedo ante las indiscutibles irresponsabilidades acumuladas, debemos comprender que cada uno de nosotros debe extraer una lección y empezar por pagar sus propias deudas de imprevisiones, incumplimientos y faltas, y a ser parte de un cambio de visión.

Recordemos que casi todos los grandes problemas que tenemos como país de algún modo están relacionados con incumplimientos con leyes y normas, y si bien es cierto que es inexcusable que sigamos con códigos decimonónicos que requieren aprobación urgente de sus reformas, es iluso seguir pensando que la solución de todo problema es legal y que recae únicamente en las autoridades, pues mientras muchos resienten que las autoridades no tengan la firmeza y valentía de exigir sin miramientos que las leyes se cumplan, al mismo tiempo cuando les toca el turno a ellos o a sus cercanos, reclaman indulgencia o compran impunidades.

Por eso con la misma firmeza con que exigimos que las normas se cumplan, debemos también cumplirlas, y asumir la responsabilidad de empezar por cuidar nosotros mismos no solo nuestra salud y bienes individuales, sino también los espacios comunes y públicos, y la inmensa casa común que todos compartimos el planeta tierra, como nos lo pidió el papa Francisco en su famosa encíclica “Laudato Si”. En la medida que cada cual haga conciencia y tenga un cambio en su accionar, contribuirá a que las cosas se transformen y tendremos más empeño y calidad moral para exigir que así sea. Empecemos nosotros a marcar la diferencia.

Marisol Vicens Bello

Abogada

Socia de Headrick Rizik Alvarez & Fernández desde el año 2000. Miembro del Comité Ejecutivo del CONEP, Asesora legal de la Asociación de Industrias de la República Dominicana (AIRD). Fue presidente de COPARDOM y de la Asociación Nacional de Jóvenes Empresarios (ANJE).

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