Un día trasladaron a Manolo y Leandro a la fortaleza de Salcedo, y las muchachas se sintieron bien. Así tendrán a sus esposos cerquitas. Pero eso era parte de la trama, que por órdenes expresas de Trujillo urdía el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), del siniestro Johnny Abbes. Así marchaban las cosas, cuando de repente, el 8 de noviembre, Manolo y Leandro fueron trasladados otra vez, en esta ocasión para Puerto Plata. Ni Minerva, que era la más despierta, ni sus hermanas, advirtieron el peligro que encerraba ese traslado. Pero hubo inquietud en la familia y quisieron trasladarse a Puerto Plata. Minerva y María Teresa de inmediato alquilaron un vehículo y arrancaron para La Novia del Atlántico. Con ellas se fue también doña Fefita, la madre de Manolo, que había ido desde Monte Cristi a Salcedo a ver a su hijo en la cárcel. Pero no les permitieron verlos. Les informaron, con la mayor alevosía, porque era parte de la trama, que “Las visitas de ustedes van a ser sólo los viernes por las tardes”. Regresaron el viernes 18, en esta ocasión, además de doña Fefita, las acompañaban doña Nena de Guzmán, madre de Leandro. Lograron verlos. Todos se sumergieron en besos, abrazos y lágrimas. Los presos pidieron colchones, mosquiteros y libros, y Manolo dijo que le parecía extraños estos traslados y que prefería que dejaran de visitarlos por ahora. Les pidió que visitaran a José Eugenio Pimentel, don Chujo, un amigo de su familia residente en Puerto Plata, para pedirle que buscara una casa para alquilarla. Así se hizo. Visitaron a don Chujo, le plantearon esa urgencia y éste se comprometió.
Por esos días, no cesaban las amenazas, y los amigos y familiares advertían a las muchachas del peligro de esos viajes. Una amiga le mandó a decir a Minerva con Dedé: “Dile a Minerva que la voz del pueblo es voz de Dios. Es para matarlas que las hacen viajar”. Otra mujer, amiga de un alto oficial, mandó a decirles: “A las muchachas que no vayan. La orden de matarlas está dada”.
Un día antes del asesinato, Minerva acompañó a Patria al dentista en San Francisco de Macorís. Allí vio a su compadre, el doctor Angel Lajara Concepción, a quien le expresó: “Compadre ¿Usted sabe la última? Nos van a accidentar mañana. Supimos de buena fuente que nos van a accidentar mañana. ¿Qué le parece?”. Espantado y preocupado le dijo a Minerva: “Comadre, pero si ya ustedes están alertadas, ¿Por qué no posponen ese viaje? Dejen ese viaje para luego”. A lo que Minerva respondió: “Ud. Sabe que nuestros esposos están presos en Puerto Plata y que el único momento de alegría que ellos tienen es cuando nosotros vamos a verlos. ¿Cree Ud. que por temor a la muerte es justo que nosotras privemos a nuestros esposos de ir a verlos? ¡No! Nosotros iremos a verlos mañana ¡Ocurra lo que ocurra!”.
En efecto, a la 9 de la mañana del otro día, María Teresa, Patria y Minerva, acompañadas de Rufino de la Cruz, que era amigo y compañero de lucha, salieron de Conuco hacia Puerto Plata a ver a Manolo y a Leandro, y a encontrarse con el destino. Estaba escrito que no volverían vivas a Ojo de Agua. Antes de salir de Salcedo pasaron, como era de rigor, por la oficina del SIM para informarles del viaje. En el camino Patria exclamó: “Dios mío, cuándo acabará esta desgracia”, a lo que Rufino respondió, “Cuando Trujillo se muera. Total, él no nació pa semilla”. Al mediodía llegaron a Puerto Plata a la casa de don Chujo. Tras los saludos María Teresa le preguntó si había conseguido la casa. Un poco triste Don Chujo respondió: “Esa casa de enfrente estaba ya convenida, pero al saber que era para ustedes como que se metieron en miedo". Almorzaron y a eso de las dos salieron para la fortaleza. Antes, cuando se preparaban, Patria les dijo a sus hermanas: “Muchachas, pónganse bien bonitas”. María Teresa le replicó: “Ay, Patria, déjate de eso que no es para una fiesta que vamos”. Entonces, Minerva, siempre alegre, siempre dispuesta, dijo: “Y hay algo mejor que ver a nuestros esposos”.
Manolo y Leandro las esperaban con ansiedad. Fue un momento de muchos besos, abrazos y alegría. Manolo y Leandro preguntaron e indagaron sobre muchísimas cosas, sobre los compañeros presos, sobre las familias, sobre los niños. No cesaban de preguntar y de opinar. Finalmente, Manolo, como quien presiente la tragedia, insistió en que no debían irse a esa hora ya para Salcedo. Cuando regresaron a la casa de Don Chujo le dijeron que los muchachos quieren que se busque la casa ya. Salieron a eso y en seguida encontraron una. Don Chujo y su esposa les pidieron, casi les rogaron, que dejaran el viaje de regreso para mañana. Por desgracia, no los escucharon. Es que iban derechitas a encontrarse con sus destinos. Don Chujo y su esposa quedaron con mucha pena cuando las vieron partir. En sus rostros se advertía un presentimiento de que algo malo les pasaría.
Salieron de Puerto Plata en el Jeep y tomaron la carretera de Santiago. Apenas habían recorrido tres Kilómetros, cuando fueron interceptadas por un carro marca Austin en el que iban los esbirros del SIM con la encomienda irrevocable de asesinarlas. Y efectivamente, las interceptaron, las sacaron del Jeep y cada uno de los asesinos se encargó de una y obviamente también de Rufino. A las malas, y pese al forcejeo, las condujeron a los cañaverales y allí a garrotazos las ejecutaron. Fue una muerte terrible. Luego subieron los cadáveres a los dos vehículos, y las lanzaron a un precipicio para crear la fábula, que nadie creyó, de que había sido un accidente.
Así se ejecutó la orden tétrica del tirano. Esa fue su venganza, la venganza de un demente, decrépito, asesino y senil. El las mató, las asesinó, pero no las sometió. No pudo doblegarlas. Ahora andan algunos nostálgicos de la Era, y otros ignorantes pretendiendo deformar la historia, desmeritar y ensuciar a nuestros héroes, y de paso limpiar la imagen del dictador asesino. Quieren responsabilizar a otros de ese horrendo crimen. Tarea infeliz. El Jefe, el maldito Jefe, las mató. La orden fue suya. La responsabilidad histórica es suya.
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