Con Gaza y Beirut en el corazón
La figura del especialista aislado, cuyo único rol es recetar fármacos, está cada vez más cuestionada. La salud mental no puede abordarse exclusivamente desde el consultorio; es fundamental observar el pulso vital de la sociedad, los sentimientos colectivos y el impacto de las condiciones políticas y sociales en el individuo. La manera en que se desarrolla una enfermedad y las estrategias para resolver los conflictos deben considerar el contexto en la que surge. La precariedad, la marginalidad y otros indicadores sociales forman parte del entorno de muchos pacientes psiquiátricos y, por tanto, no pueden ser ignorados.
La comprensión del perfil social de cada paciente y de su entorno permite una intervención más eficaz. Las limitaciones o incapacidades derivadas de un trastorno mental suelen ser transitorias, pero afectan profundamente a la vida diaria. El aislamiento y las bajas laborales, por ejemplo, no son solo consecuencias del padecimiento, sino también aspectos clave en el proceso de reinserción. La recuperación de las capacidades perdidas es una de las tareas esenciales del profesional de la salud mental.
El tratamiento de los síntomas debe abordarse en todas sus dimensiones. Factores como la edad, el género y, sobre todo, el contexto social del paciente son fundamentales para lograr un diagnóstico adecuado. No se trata únicamente de prescribir un esquema terapéutico, sino de proporcionar los recursos necesarios para que el paciente pueda reintegrarse en su entorno social.
La psiquiatría moderna ha evolucionado hacia un modelo con más amplitud y visión social de la enfermedad, en el que el objetivo principal es evitar el aislamiento, la pérdida de habilidades sociales, la marginalidad de la vida cotidiana.
Para ello, es necesario ampliar la relación del especialista y la sociedad donde ejerce su profesión. El perfil del paciente es una visión social de la enfermedad, garantizando un espacio de privacidad que permita recoger información sobre los signos y síntomas que afectan gravemente a su vida. El contexto sigue siendo clave: a mayor precariedad, mayor es el conjunto de problemas asociados.
El consumo de sustancias como forma de resistencia ante la presión psíquica es un claro ejemplo de esto. En el caso de las patologías duales, el problema se agrava, pues no solo afecta al paciente, sino también a su núcleo familiar y, en muchos casos, a varias generaciones.
Mirar más allá del consultorio hace que el trabajo del profesional sea más completo. La vida humana implica una participación activa en la sociedad y, cuando una persona enferma su mente, pierde esta capacidad, quedando al margen de la vida social. Recuperar estas habilidades es fundamental para su reinserción y para restablecer su capacidad de convivir y vincularse con los demás.
El estudio del paciente dentro de su universo vital es hoy indispensable. Cualquier acción aislada de un marco conceptual más amplio será ineficaz, dada la complejidad y la amplitud de las áreas afectadas. La ruptura con la socialización y la tendencia a la cronicidad de estos trastornos requieren estrategias que no sean individuales, sino programas conectados con los sistemas de salud y apoyo social, garantizando respuestas más eficaces.
Con demasiada frecuencia, las estrategias fallan porque no se consideran las esferas sociales de estas patologías. La participación colectiva es clave. Solo a través del trabajo coordinado con ONG especializadas y asociaciones de familiares de pacientes es posible desarrollar programas que realmente funcionen y marquen la diferencia en la vida de los enfermos mentales. La reinserción es el objetivo.
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