La República Dominicana ha logrado un éxito turístico que impresiona en cifras. Pero nunca debemos dejar que nos confundan las estadísticas. Más importante que la cantidad de viajeros que arriban es cómo su llegada impacta y transforma nuestros territorios, nuestras comunidades y nuestro futuro. Porque una isla como la nuestra no puede darse el lujo de cometer errores irreversibles: nuestra riqueza depende de la salud de nuestras playas, la vida de nuestros ríos, la integridad de nuestras montañas, la calidad de vida y dignidad de nuestra gente.
No se trata solo de atraer visitantes. Se trata de que aquello que el mundo viene a buscar aquí no se destruya en el proceso. Así como las demás actividades productivas, la minería, la agropecuaria, los desarrollos inmobiliarios, la generación de energía, la movilidad y el transporte deben ser gobernadas bajo los mismos criterios de sostenibilidad. Si degradamos nuestros ecosistemas costeros y nuestras majestuosas cordilleras; si permitimos que el plástico convierta en vertederos las playas; si nuestras cuencas hidrográficas siguen contaminadas y los arrecifes agonizan, estaremos hipotecando el mañana. Sin naturaleza viva y comunidades prósperas, no hay turismo que valga.
La estrategia del MITUR ha llevado al país a las grandes ligas del turismo, y es justo reconocerlo, pero su enfoque debe alinearse con los límites y necesidades de un Plan País integrado. El turismo no puede crecer al margen de los demás sectores productivos, porque todos ellos afectan la calidad del territorio donde se sostiene nuestro destino y además deben complementarse.
Como ciudadanos conscientes del mañana, hagamos del turismo una visión compartida donde todos aportemos para que la República Dominicana siga siendo nuestro hogar y nuestro orgullo
El turismo que nos conviene es el que se desarrolla con la brújula de una visión nacional que obliga a priorizar la preservación y la conservación. Uno que regenere en lugar de agotar, que sume en lugar de desplazar, que eleve en lugar de excluir, y que exija a los demás sectores económicos alinearse, para que lo que nos hace únicos no se destruya en el proceso de crecer.
Tenemos ejemplos de sobra para no repetir errores. Destinos que se vendieron al mejor postor y perdieron sus playas. Ciudades portuarias dominadas por el turismo de explotación. Paraísos que se convirtieron en burbujas hoteleras desconectadas de su pueblo. Lo que parece éxito económico hoy puede ser catástrofe ambiental, social y cultural mañana.
La buena noticia es que tenemos el camino. Un país con la belleza de Samaná, Puerto Plata, Punta Cana, Bayahibe, La Romana, Pedernales, Barahona, Enriquillo, Ocoa y Montecristi, entre otros, con la historia y cultura de Santo Domingo, con la energía productiva y belleza de Santiago, La Vega, Bonao y Monte Plata, con montañas y valles que enamoran al mundo, tiene todo para hacer un turismo distinto. Pero eso requiere voluntad y una nueva forma de gobernar el destino turístico.
Aprovechar la riqueza humana del campo para que nuevas experiencias turísticas nos conecten con nuestra identidad y nuestras raíces, impulsando emprendimientos autosostenibles que den vida y oportunidades a quienes han cuidado esta tierra por generaciones.
Necesitamos comenzar por lo básico: asegurar playas y ríos limpios; ciudades ordenadas; movilidad humana adecuada, segura y sostenible; energía limpia; y políticas estrictas de preservación. Y sobre todo educación. Educación cívica, ecológica y turística. Más formación en idiomas, artes, deportes y hospitalidad. La calidez dominicana es un tesoro, pero debe profesionalizarse para convertir talento humano en competitividad real.
Un turismo que promueva el desarrollo de nuestros valores artísticos, culturales y deportivos, y que potencie los talentos que hacen de nuestra identidad una experiencia única ante el mundo.
El turismo que nos conviene es el que se integra a un auténtico Plan País. Uno que trascienda gobiernos y mantenga un rumbo claro durante décadas. Uno donde no solo unos pocos destinos brillen, sino que toda la República Dominicana se convierta en destino: nuestras montañas, nuestros pueblos, nuestras costas, nuestra cultura.
Si degradamos nuestros ecosistemas costeros y nuestras majestuosas cordilleras; si permitimos que el plástico convierta en vertederos las playas; si nuestras cuencas hidrográficas siguen contaminadas y los arrecifes agonizan, estaremos hipotecando el mañana.
El éxito turístico no debe medirse únicamente en récords de llegadas o en fotos de premios internacionales. Debe medirse en ríos recuperados, arrecifes vivos, comunidades incluidas, empleos dignos y niños formados con amor por la naturaleza y la patria.
Turismo sostenible no es una frase bonita. Es la única vía para asegurar nuestro porvenir. Porque la verdadera riqueza dominicana no está en las cifras, sino en aquello que las hace posibles: nuestra gente y nuestra naturaleza. Si no lo planificamos con responsabilidad ahora, mañana será tarde. Si lo asumimos a tiempo, lo mejor de esta tierra seguirá siendo la herencia de quienes la habitan y motivo de disfrute para quienes la visitan.
Por eso, como ciudadanos conscientes del mañana, hagamos del turismo una visión compartida donde todos aportemos para que la República Dominicana siga siendo nuestro hogar y nuestro orgullo.
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