La Semana Santa era para los niños del pasado ya remoto mucho más que rezar: Era marotear en finca ajena, sin pedir permiso (“¡Tú verás el lunes que viene!”)…Pelear con el niño del vecino (“¡Prepárate para el lunes!”)…Bañarse en el peligroso río (“¡El lunes no te salva nadie!”)… Robar los caramelos a la ofrenda del altar (“¡Eso lo vas a pagar el lunes!”)… Negarse a dormir temprano (“¡No te apures, que el lunes te duermes a la siete!”)…En fin, tal como lo recordamos nosotros, los niños de los años cincuenta, la impunidad de cada inolvidable Semana Santa terminaba a correazo limpio después del domingo de la Resurrección.
Soy periodista con licenciatura, maestría y doctorado en unos 17 periódicos de México y Santo Domingo, buen sonero e hijo adoptivo de Toña la Negra. He sido delivery de panadería y farmacia, panadero, vendedor de friquitaquis en el Quisqueya, peón de Obras Públicas, torturador especializado en recitar a Buesa, fabricante clandestino de crema envejeciente y vendedor de libros que nadie compró. Amo a las mujeres de Goya y Cezanne. Cuento granitos de arena sin acelerarme con los espejismos y guardo las vías de un ferrocarril imaginario que siempre está por partir. Soy un soñador incurable.