Aún conservo viva la imagen del televisor aquel 13 de marzo de 2013, cuando Francisco se asomó al balcón del Palacio Apostólico del Vaticano y se dijo: “Habemus Papam”. Sus gestos espontáneos y su humor nos cautivaron desde el primer instante. Hasta entonces, no sabía quién era este porteño llamado Jorge Mario Bergoglio. Desde ese día, seguí con especial interés su prolífica y apasionante trayectoria. Con su fallecimiento, sin duda, la Iglesia y el mundo pierden a un líder extraordinario. Su legado será imperecedero por la diversidad y profundidad de las reformas que impulsó durante su pontificado.

Francisco llegó a la Iglesia en un momento sumamente difícil. Su elección se produjo tras la inédita renuncia de su predecesor, Benedicto XVI, quien abdicó no solo por razones de salud, sino debido a una gravísima crisis de gobernanza en el Vaticano. En medio de ese torbellino, asumió el liderazgo en un contexto también marcado por una creciente desconexión entre la Iglesia católica, sus fieles y el mundo. Más que nunca, era el líder espiritual de una religión que requería renovación: un hombre de fe, pero sobre todo de coherencia entre sus creencias, su historia y su testimonio de vida. Francisco esto lo comprendió desde el primer día de su pontificado.

Si hiciéramos hoy una valoración retrospectiva de sus casi trece años de papado, concluiríamos que sus fundamentales acciones se orientaron en esa dirección. A continuación, me permitiré esbozar algunos de sus principales legados.

La primera huella que dejó fue su sencillez y autenticidad. Desde el inicio estas cualidades definieron su estilo. Como bien señaló recientemente el periodista Daniel Verdú en El País, con Francisco: “El lujo quedó enterrado nada más llegar. Vestimenta sencilla, anillo de plata, zapatos austeros y residencia fuera del oropel del Palacio Apostólico para compartir espacio con las monjas de Santa Marta.”

No sorprende, por esto que Francisco dispusiera en su testamento redactado en el 2022, el rito sencillo que deseaba para su sepultura: “Pido que se prepare mi tumba en el nicho de la nave lateral entre la Capilla Paulina (Capilla de la Salus Populi Romani) y la Capilla Sforza de la Basílica de Santa María la Mayor. La tumba debe estar en tierra; sencilla, sin decoración particular y con una única inscripción: Franciscus”. Esta forma de vivir no fue una pose ni un esnobismo, sino una constante en su dilatada vida sacerdotal, un testimonio profundo y aleccionador para todos.

A partir de esta sencillez, tampoco resultó extraño que Francisco priorizara una visión pastoral centrada en la cercanía con los más vulnerables y marginados. Siempre se identificó con los sectores sociales más excluidos. Como él mismo reflexionó: “Jesús es el rostro visible del Dios invisible, y los excluidos y marginados de hoy son el rostro visible de Jesús. La contemplación es la que permite unir la paradoja de hacer visibles los rostros invisibles. Y cuando perdemos la identidad de hijos, hermanos y miembros del Pueblo de Dios, nos entrenamos en cultivar una pseudoespiritualidad artificial, elitista.”

Este pensamiento explica muy bien el énfasis de Francisco en defender la dignidad de los pobres, los migrantes, las mujeres, los niños, los ancianos, los enfermos, los presos, los homosexuales, entre otros. Quiero detenerme aquí. Uno de los temas más controvertidos y al mismo tiempo más coherentes con su visión del mundo y de la fe fue su defensa de quienes optan por una orientación sexual distinta. Sobre este punto, recuerdo un hecho que me conmovió profundamente: participaba en un retiro espiritual y durante una de las dinámicas, algunos de los asistentes se burlaron de los homosexuales. Indignado, me levanté a reprochar tal conducta y cerré mis palabras con una frase reciente del Papa: “¿Quién soy yo para juzgar?”. A raíz de ese episodio, los organizadores pidieron perdón y prometieron que no se permitiría una situación similar en el futuro.

Otro de sus grandes legados fue su incansable defensa de la paz. Condenó con firmeza el horror de las guerras y la violencia. En su último mensaje de Domingo de Resurrección, enumeró los principales lugares del planeta donde aún resuenan los cañones y se derrama sangre inocente. Por todos ellos imploró una oración. De forma aún más desgarradora, escribió en su testamento: “El sufrimiento que se hizo presente en la última parte de mi vida lo ofrecí al Señor por la paz mundial y la fraternidad entre los pueblos.”

En 2015, nos dejó una de sus obras más relevantes: la encíclica Laudato si’, en defensa del medio ambiente y los recursos naturales, es decir, de la vida. Nos advirtió sobre los graves peligros que el cambio climático representa para la especie humana. Su pensamiento puede resumirse en dos frases proféticas: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental. El cuidado del medio ambiente no es un lujo, sino una cuestión de justicia.”

También fue notable su esfuerzo por fomentar el diálogo interreligioso y la tolerancia. En 2019, firmó con el gran imán de Al-Azhar la Declaración sobre la Fraternidad Humana (Abu Dabi). En su encíclica Fratelli Tutti, de 2020, subrayó el valor de la fraternidad universal por encima de las fronteras religiosas. Se reunió con líderes musulmanes, judíos, budistas, hindúes, agnósticos y ateos. Recuerdo su encuentro con el presidente Mujica y sus palabras sobre los no creyentes: “Cuando me encuentro con personas ateas, comparto las cuestiones humanas. No encaro la relación para hacer proselitismo, los respeto y me muestro como soy. No tengo derecho a juzgar su honestidad.”

Francisco nunca se presentó como un santo ni consideró a los católicos como los únicos escogidos. Al contrario, con sabiduría, humildad y sentido del humor, denunció el dogmatismo y el sectarismo. Me gusta especialmente lo que expresó en su diálogo con el rabino Skorka, recogido en su libro Sobre el cielo y la tierra: “A las teologías que intentaron definir con certeza y exactitud no solo los atributos de Dios, sino que tuvieron la pretensión de decir totalmente cómo era, también yo las podría clasificar como arrogantes.”

No menos importante fue su lucha contra los vicios arraigados en una parte de la curia y de malos pastores de nuestra Iglesia. En 2020, promovió una legislación anticorrupción; en 2022, una nueva constitución apostólica; y lideró una histórica reforma en el Instituto para las Obras de Religión, conocido como el “Banco Vaticano”. Entre 2021 y 2025, impulsó por primera vez un proceso judicial contra un prominente cardenal de la curia por corrupción. Como dijo entonces: “La corrupción es el peor mal social. Es más que un pecado: es una enfermedad que se vuelve hábito y se convierte en cultura.”

Asimismo, impulsó reformas clave contra la pederastia y los abusos sexuales. Entre 2019 y 2023, estableció normas que obligaban a todas las diócesis a recibir denuncias, levantó el secreto pontificio, facilitó investigaciones y se reunió con víctimas, pidiendo perdón y promoviendo justicia en estos casos. Como expresó con contundencia: “El dolor de las víctimas es una llaga sangrante en el cuerpo de la Iglesia. No descansaremos hasta que no se haga justicia.”

Francisco, aunque Papa, fue un ser humano y por tanto falible. Él mismo lo reconocía. En ciertos temas, yo esperaba de él un mayor arrojo. Pero eso no me impide reconocer y resaltar hoy sus vastas luces. Al hacerlo, evoco a otro jesuita fuera de serie que se parecía a Francisco: un cura que conocí en mi adolescencia y juventud, y que marcó mi vida para bien: el padre Ramón Dubert.

Como era de esperarse, a Francisco —por sus acciones y palabras— muchos dentro y fuera de la curia rezaban, como él mismo confesó con ironía, no por su salud, sino para que el Señor lo llamara pronto.

Aunque a partir de hoy su cuerpo grueso repose en la tierra y se haga polvo, el potente y genuino legado renovador de Francisco está ahí. Aunque se intente, será difícil revertirlo.

Paz eterna, Francisco

José Lorenzo Fermín

Abogado

Licenciado en Derecho egresado de la PUCMM en el año 1986. Profesor de la PUCMM (1988-2000) en la cual impartió por varios años las cátedras de Introducción al Derecho Penal, Derecho Penal General y Derecho Penal Especial. Ministerio Público en el Distrito Judicial de Santiago (1989-2001). Socio fundador de la firma Fermín & Asociados, Abogados & Consultores desde el 1986.-. Miembro de la Comisión de Revisión y Actualización del Código Penal dominicano (1997-2000). Coordinador y facilitador del postgrado de Administración de Justicia Penal que ofrece la PUCMM (2001-2002). Integrante del Consejo de Defensa del Banco Central y de la Superintendencia de Bancos en los procesos de fraudes bancarios de los años 2003-2004, así como del Banco Central en el caso actual del Banco Peravia. Miembro del Consejo Editorial de Gaceta Judicial. Articulista y conferencista ocasional de temas vinculados al derecho penal y materias afines. Aguilucho desde chiquitico. Amante de la vida.

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